ARCADI ESPADA, EL MUNDO 10/12/13
La respuesta breve y veraz a la pregunta de por qué el gobierno del presidente Mas financia un simposio de historiadores que lleva por título España contra Catalunya es que Cataluña está en contra de España y el Gobierno de Cataluña es un enemigo del Gobierno de España. La sinécdoque Cataluña no excluye la evidencia de que muchos catalanes no solo son amigos de España, sino que incluso son enemigos del actual Gobierno de Cataluña; pero es una sinécdoque legítima porque hay una mayoría de catalanes que ha votado a ese gobierno y que después de haber experimentado tres años de su política no ha reaccionado contra ella. El sintagma España contra Catalunya merece el mismo respeto intelectual que su voceador, el pintoresco señor Jaume Sobrequés, que lleva muchos años asombrando a los catalanes; y, lo más formidable, siempre cobrando de ellos, en una clara exhibición de hasta qué punto, en algunas vocaciones, el servicio público es un WC.
En 30 años ningún Gobierno español se ha preocupado por la pedagogía histórica y civil de las relaciones entre Cataluña y el resto de España. De hecho en este asunto, y entre las élites políticas españolas siempre funcionó el sobreentendido: las cuestiones culturales hay que dejárselas en sus manos. Yo he escuchado este aserto a la derecha, a la izquierda e incluso a gente inteligente. El resultado de las renuncias a las cuestiones culturales, puramente afeminadas, está a la vista: hoy el gobierno de los catalanes paga para que cualquier sobrero eleve a supuesta categoría cultural una pancarta.
El procedimiento de la discusión consiste en la presentación de muestras fácticas y la articulación de razonamientos coherentes frente a errores de verificación y juicio. Pero considerar que el simposio aludido propone unadiscusión y requiere pedagogía es una entrega a la pseudociencia y el sometimiento orwelliano de la verdad a la política. Contra lo que dice el ministro Margallo el simposio no falsifica nada porque sus propuestas no son falsables. Las mentiras deben ser corregidas con la verdad cuando aspiran a ella. Cuando aspiran al desorden y a la estafa deben ser castigadas. Cualquiera entiende las consecuencias de mentir gritando ¡fuego! en un teatro abarrotado. Y sus interesantes relaciones, por cierto, con la libertad de expresión, ahora groseramente invocada por los nacionalistas.