El nacionalismo vasco se ha tenido que conformar casi siempre con jugar un papel secundario en Navarra, comunidad tan anhelada como esquiva a su proyecto de construcción nacional. Desde el restablecimiento de la democracia, solo Eusko Alkartasuna ha podido disfrutar allí de las mieles del poder, y durante apenas once meses.
Entre julio de 1995 y junio de 1996, Iñaki Cabasés fue vicepresidente segundo del Gobierno tripartito PSN-CDN-EA presidido por el socialista Javier Otano. Las acusaciones de corrupción que salpicaron al líder del PSN -al igual que había ocurrido con su predecesor en el partido y en el Ejecutivo navarro, Gabriel Urralburu- marcaron el abrupto final del ensayo a tres y abrieron de par en par las puertas del Palacio de Navarra al regionalismo conservador de UPN. Miguel Sanz dirige desde entonces la comunidad. En mayo aspira a ceder el bastón de mando a su compañera y actual alcaldesa de Pamplona, Yolanda Barcina.
La historia pudo escribirse de forma bien distinta tras las elecciones de mayo de 2007. Nafarroa Bai, la coalición integrada por Aralar, EA, PNV, Batzarre -formación vasquista de izquierda que sólo opera en el viejo reino- y un importante grupo de independientes surgida en 2004 de la necesidad tras la ilegalización de Batasuna, dio la campanada. Con 77.893 votos (el 23,6%), cifra jamás alcanzada ni por la suma de todas las fuerzas nacionalistas en la comunidad foral, logró 12 de los 50 escaños del Parlamento foral. Los 12 que obtuvo también el PSN-PSOE -desplazado por primera vez al tercer puesto- y los 2 de Izquierda Unida abrían la puerta a la formación otra vez de un Gobierno progresista, por primera vez con un fuerte barniz abertzale.
Cuestión de Estado
‘Nabaizales’, socialistas navarros y la coalición de izquierdas negociaron durante semanas el cambio. No fue posible. La dirección federal del PSOE vetó el acuerdo. Navarra volvía a ser cuestión de Estado. Como en la Transición, cuando los navarros del PSE encabezados por Gabriel Urralburu, José Antonio Asiain y Victor Manuel Arbeloa abandonaron esta formación para alumbrar un PSN autónomo. De la defensa del ‘Nafarroa, Euskadi da’ (‘Navarra es Euskadi’) a la comunidad foral diferenciada. Toda una trinchera frente a los planes soberanistas del nacionalismo. Un modelo de organización política que los navarros han avalado desde entonces en las urnas elección tras elección.
Este episodio cortocircuitó definitivamente, al menos a corto plazo, las aspiraciones de poder de Na-Bai. Y también las del PSN-PSOE como alternativa real al centro derecha. Nada extraño, pues, que todas las encuestas sugieran de cara a mayo que la única incógnita a despejar es si UPN seguirá al frente de la comunidad en coalición con los socialistas o con sus ex compañeros del PP, cuya papeleta volverá a estar en los colegios tras muchos años bajo el paraguas de los regionalistas.
En este sentido, la polémica interna que acompaña en las últimas semanas a la plataforma vasquista en modo alguno parece que le ayudará a invertir estos pronósticos. Las listas de Na-Bai estarán en las urnas el 22 de mayo con candidatos de Aralar, PNV e independientes. Batzarre hace ya semanas que dejó el bloque para unirse a Izquierda Unida. ¿Y Eusko Alkartasuna? La incógnita no se despejará hasta el martes.
Lo que parece el principio del fin de ETA ha activado la recomposición del mapa nacionalista en Euskadi. El PNV y los herederos de la ilegalizada Batasuna son los llamados a disputarse en el futuro el liderazgo del abertzalismo. El futuro se ennegrece para Aralar, EA y grupos menores como Alternatiba.
Batasuna -no PNV ni EA- fue siempre la fuerza nacionalista hegemónica en Navarra. La ilegalización le arrebató ese espacio, que su escisión, Aralar, y sus socios supieron ocupar y ampliar con Na-Bai. La izquierda abertzale tradicional ha mantenido durante todos estos años unas tensas relaciones con los ‘nabaizales’. En noviembre, cerrada su alianza con EA y Alternatiba, lanzó toda una OPA hostil contra Nafarroa Bai. Objetivo oficial: conformar un nuevo sujeto electoral unitario de todo el abertzalismo en Navarra. Objetivo último: recuperar la hegemonía nacionalista en la comunidad foral y con ello dar un paso adelante para arrebatar al PNV esta condición en la comunidad autónoma.
La ofensiva de Batasuna ha precipitado la alianza defensiva entre el PNV y Aralar. Los jeltzales -que anunciaron que dejarían Na-Bai si la izquierda abertzale tradicional ingresaba en la coalición, pese a que ello les conduciría de regreso a la marginalidad en Navarra- ayudan al partido de Patxi Zabaleta en su feudo navarro, le insuflan aire para que se retrase el reencuentro con sus antiguos compañeros de la izquierda abertzale tradicional y abren expectativas de colaboración postelectoral en la comunidad autónoma. Ni uno ni otro quieren ya compartir póster electoral con EA. No se fían. De ahí que le exijan un compromiso exclusivo con Na-Bai, que aparque en la comunidad foral sus acuerdos con el partido de Rufi Etxeberria.
Los riesgos de EA
Buena parte de los cuadros de EA en Navarra no ocultan en las últimas semanas su incomodidad con unos movimientos que no comparten. Su apuesta por seguir en Na-Bai es firme, pero en el partido de Pello Urizar es la asamblea nacional quien decide, no las territoriales. Lo hará el martes, con el aliento de Batasuna encima.
Si al final llega el acuerdo y EA está en la Na-Bai de 2011 será probablemente una solución transitoria. Si, por el contrario, la semana venidera es la de la ruptura entra dentro de lo previsible que se produzcan deserciones en el partido de Garaikoetxea en la comunidad foral. Escenarios, ambos, que no parecen los más propicios para repetir éxitos en los comicios de mayo y romper el techo electoral del nacionalismo vasco en Navarra.
Sólo existe un precedente reciente. En las últimas elecciones europeas, las fuerzas abertzales concurrieron en tres planchas diferentes en la comunidad foral. La candidatura internacionalista afín a Batasuna fue tercera, con el 11,46% de los sufragios. La lista que apoyaban Aralar y EA se quedó en el 7%. La del PNV no pasó de un exiguo 1,80%. Y la ley d’Hondt por la que se decide el reparte de parlamentarios y concejales premia la unión y castiga la división.
EL CORREO, 30/1/2011