Ignacio Camacho-ABC

  • Delante de un juez no rigen estrategias políticas ni pactos: cada imputado vela por su suerte penal en solitario

Para comprobar las ventajas del aforamiento basta con comparar los criterios de prisión preventiva que usan la Audiencia Nacional y el Supremo. Si el sumario de las mordidas estuviera residenciado en un juzgado central es bastante probable que Ábalos y/o Koldo estuvieran ya presos como lo estuvieron muchos investigados por corrupción no hace demasiado tiempo. Las acusaciones privadas solicitaron cárcel pero los magistrados del Alto Tribunal se mueven con sumo tiento a la hora de dictar medidas cautelares, bien porque saben que es tarde para evitar destrucciones de pruebas o por necesidad de mostrarse especialmente escrupulosos con las garantías constitucionales. De un modo u otro, el privilegio parlamentario redunda al final en beneficios notables. Hay mucha diferencia entre esperar el curso de las diligencias entre rejas o en la calle… y entre un fugaz vis a vis en la sordidez de Soto del Real o una confortable noche en casa con Anaís.

Lo que no cambia es el riesgo de un interrogatorio ante un juez togado. En ese trámite ingrato no sirven las estrategias políticas ni rigen los pactos trazados cuando la imputación era sólo una hipótesis de cálculo. No ha lugar para intereses de partido, ni de colegas, ni de colaboradores; cada uno tiene que pasar el mal trago sin más apoyo que el de su abogado y con plena conciencia de lo que se juega si da un paso en falso. De ahí que en las declaraciones del lunes empezaran a escucharse disparos de fuego cruzado, que lo mismo apuntaban a Santos Cerdán que a Pedro Saura o a Pepe Blanco, antiguos colaboradores de Zapatero hasta ahora inéditos en el culebrón del escándalo. El Uno no salió a relucir, ni ZP, pero ambos deben de haber tomado nota del amago: están silbando balas en su entorno cercano. Eso son mensajes cifrados, a la vez petición de ayuda y advertencias de lo que puede pasar si no echan una mano. Y Aldama dice guardar munición de calibre pesado.

En Moncloa, la desesperación por limitar daños ha suprimido hasta la presunción retórica de inocencia. Del laboratorio de consignas brotan epítetos de elocuente dureza, desde traidores a ladrones, pasando por sinvergüenzas. Hasta Cerdán, que antes del informe de la UCO era un hombre de acrisolada honradez –’Brutus is an honourable man’– en cuya defensa valía la pena abrasarse las manos en la hoguera, ha sido arrojado sin contemplaciones a las fieras en un intento de salvar al PSOE de la amenaza de combustión interna. Se huele el miedo al destape de nuevas evidencias y nadie parece calibrar que acaso no sea buena idea abandonar a quienes atesoran tanta y tan valiosa información secreta: la negociación de la amnistía en Bruselas, el rescate de Air Europa, las relaciones con el régimen de Venezuela. La suerte de la legislatura, del Gobierno y del propio presidente depende de que el ‘trío Calavera’ mantenga apagada la luz de la trastienda.