El diálogo que Ibarretxe finge entablar con Zapatero no es un medio para el entendimiento, sino una estratagema para hacer valer la negativa que esperaba como estímulo para su potencial electorado. No hay voluntad de resolver problemas; ni siquiera un empecinamiento de visionario. Sólo un cálculo electoral, un plan de supervivencia y socorros mutuos entre los miembros del tripartito.
Hablando, se entiende la gente», ha repetido, una y mil veces, el lehendakari, para hacernos confiar, apelando a la sabiduría popular, en la eficacia del diálogo. Pero, en la entrevista que ayer celebró con el presidente Zapatero, se empeñó en contradecirse a sí mismo y en demostrarnos todo lo contrario. Tras dos horas de diálogo, no sólo no se entendieron entre sí, sino que el lehendakari no debió de escuchar siquiera lo que su interlocutor le dijo. Lo que Zapatero calificó, al término de la reunión, de fin de un camino que no conduce a ninguna parte fue entendido por Ibarretxe como el inicio de otro que lleva a la solución de todos los problemas. Claro que el lehendakari nos tenía ya últimamente acostumbrados a este tipo de contradicciones y de empleos arbitrarios de sus propias palabras. Porque también había dicho, y con toda solemnidad además, que sólo haría lo que se proponía hacer «en ausencia de violencia» y «después de haber alcanzado un amplio consenso». Ahora resulta, en cambio, que de su palabra dada -de su palabra de vasco- sólo vale lo que en cada circunstancia más conviene. La situación la definió, mucho mejor que yo, Antonio Machado. «Dijiste media verdad; te llamarán mentiroso si dices la otra mitad».
Sin embargo, nada de lo que ayer ocurrió debería sorprendernos. Todo estaba en el guión. El lehendakari ya había anunciado, en su discurso del pasado 28 de septiembre, que, en el supuesto de que Zapatero no le hiciera caso, él seguiría adelante con su propuesta, como si nada hubiera ocurrido. Esta actitud, que algunos han calificado de desafío, él la bendijo ayer con el nombre de «tenacidad», virtud que, como para comprometernos a todos, afirmó no ser privativa de su carácter, sino patrimonio común de todos los vascos. A los ojos del lehendakari, el diálogo que ayer fingió entablar con el presidente Zapatero no fue, por tanto, nunca visto como un medio para el entendimiento. Fue, lisa y llanamente, una estratagema para hacer valer la negativa que esperaba recibir, así como su consiguiente despecho, como un estímulo para su potencial electorado. Digámoslo, por tanto, con toda claridad: detrás de todo esto, no hay voluntad de resolver problema alguno; no hay siquiera, como tantas veces se ha dicho, empecinamiento de visionario. Sólo hay un cálculo electoral de lo más ramplón e interesado. Un puro y duro plan de supervivencia y socorros mutuos entre los miembros del actual gobierno tripartito.
Cuestión distinta es si tal cálculo está acertado. Podría ocurrir que la historia se repitiera esta vez en forma de farsa y que el épico triunfo de aquel 17 de abril de 2001 se tornara bochornosa derrota en 2008. Porque el lehendakari ya no es, para muchos, lo que en un principio parecía, sino, más bien, un político más entre tantos. Su vulnerabilidad quedó ya puesta en evidencia en las elecciones autonómicas de 2005, cuando el plebiscito que pretendió convocar en torno a su despecho por el rechazo de su Plan se saldó con la pérdida de 150.000 votos.
José Luis Zubizarreta, EL CORREO, 17/10/2007