CÉSAR NOMBELA – ABC – 13/04/16
· Transcurridos 37 años de la Constitución, ni mucho menos se puede afirmar que la tensión de reforma que requiere la sociedad española haya dejado de ser necesaria. Especialmente en cuestiones como la educación, la investigación y el sistema productivo, tan esenciales para la competitividad de un país en el concierto internacional, sigue siendo obvia la necesidad de reformar.
En la presente encrucijada por la que atravesamos en España no estará mal reflexionar sobre el pasado reciente del que partimos. La transición política desde el régimen anterior hasta la vigente Constitución de 1978, así como los años que sucedieron, representa uno de los períodos de reformas más creativo de nuestra historia. No faltan quienes descalifican esta etapa, por cierto desde puntos de vista enfrentados entre sí. Pero, para muchos de los españoles de distintas generaciones que lo vivimos, fue una etapa de reformas verdaderas, de cambios reales en nuestro sistema de convivencia en los que, partiendo de lo que existía, nos fuimos dando mejores condiciones para una convivencia en libertad que mirara al futuro.
El pensador Julián Marías, que tanto influyó desde su reflexión sobre nuestro ser, plasmó sus valoraciones en diversos libros y artículos. Algunos de sus títulos, como «La devolución de España» o «España en nuestras manos», son suficientemente gráficos para describir el proceso que protagonizamos, dirigido por el Rey Juan Carlos y organizado por políticos de actitud verdaderamente reformista, cuyos resultados han producido asombro en muchos lugares del mundo.
No se trató de una etapa de unanimidades ni de pensamiento único. El propio Marías mantuvo una decidida actitud en contra de la inclusión del término nacionalidades en la Constitución, que no fue tenida en cuenta a pesar de su impecable línea argumental. Y avisó también con títulos como «La libertad en juego» que expresaban alertas sobre peligros, muy parecidos a los actuales. No se trataba solamente de mantener la democracia participativa, sino de preservar la libertad. Una libertad que podemos ver, ahora y siempre, amenazada. Basta ver cómo aflora la tentación de imponer un pensamiento único en cuestiones que van desde lo identitario a la llamada corrección política. O la pretensión de intervenir en exceso desde el poder, coartando libertades en nombre de supuestos valores interpretados de manera unilateral.
Los años de vigencia de la Constitución, muy distantes de lo perfecto, han supuesto, a pesar de todo, un período de libertad política y de pensamiento, así como de libre desarrollo de la iniciativa económica, en el que España se vinculó de pleno derecho a la Unión Europea y a la defensa del mundo libre, y se proyectó en el plano internacional. Con limitaciones y deficiencias, hemos mantenido y ampliado un Estado del bienestar en el que destaca una sanidad universal de alta calidad, y hemos podido educar a nuestros hijos según nuestras convicciones. La alternancia política, real en estos años, nos permitió a muchos tanto votar en ocasiones con la mayoría como esperar nuevas oportunidades para lograr que se impusiera la opción política de nuestra preferencia.
La economía igualmente ha ido jugando su imprescindible papel, como corresponde a las economías de países occidentales. Con los agentes políticos planteando opciones en que el énfasis podía estar más en el reparto o más en la creación de riqueza. Así ha de ser en los países occidentales, sin olvidar que cuando el responsable político promete lo que no puede dar el tiempo le ha de pasar factura.
Pues bien, en la encrucijada actual, transcurridos 37 años de la Constitución, ni mucho menos se puede afirmar que la tensión de reforma que requiere la sociedad española haya dejado de ser necesaria. El camino por recorrer es todavía muy largo. Especialmente en cuestiones como la educación, la investigación y el sistema productivo, tan esenciales para la competitividad de un país en el concierto internacional, sigue siendo obvia la necesidad de reformar. Porque no partimos de cero, sino que es posible avanzar mucho mejorando lo que tenemos.
Con una inversión notable en educación en los niveles básicos alcanzamos unos resultados todavía insuficientes. El camino está tanto en fomentar la cultura del esfuerzo como en apoyar a los educadores y estimular su rendimiento. Igualmente, nuestra Universidad, diversa y heterogénea, mucho mejor en algunos aspectos de lo que postulan quienes formulan una descalificación global de la misma, requiere reformas en su organización para alcanzar los niveles exigibles.
Una mayor inversión de recursos en la educación superior será insuficiente sin cambios profundos en la selección del profesorado y en la gobernanza. Nuestro sistema científico creció en cantidad y calidad desde 1980, logrando un verdadero despegue, que remitió desde 2008, mostrando ahora ya retrocesos evidentes en algunos indicadores. Muchos datos, como nuestra presencia en programas científicos europeos, muestran igualmente tanto la necesidad de avanzar, como la certeza de poder hacerlo, si mejoramos lo que tenemos.
Pero vivimos circunstancias en las que algunos califican de reforma cualquier cambio aunque represente un retroceso, una vuelta a situaciones de limitación de libertades. No hay libertad sin riesgos, además, el bienestar no está garantizado sin esfuerzo. La situación demográfica de España es muy distinta de la de 1975, los interrogantes sobre el futuro de la población y el relevo generacional nos acosan.
Al mismo tiempo el rastro de crisis económicas recientes nos enfrenta con situaciones de las que no se podrá salir si no es creando riqueza, para poder también repartir de manera justa. Es obvio que nuestro sistema productivo también puede mejorar, de hecho ha dado muestras de hacerlo cuando las reformas se llevan a cabo. Los avances en educación y en I+D están destinados a lograr esa mejora para la competitividad.
A pesar de todo, sigue habiendo una mayoría de españoles para quienes el gran proyecto nacional es seguir siendo libres y participar en el mundo. Las preferencias políticas les pueden inclinar por unos caminos u otros. La reflexión y la propuesta libre de todos los que tienen algo que aportar debe seguirse dando entre nosotros. Pero, tanto o más que en la transición, hace falta luchar contra el miedo sabiendo que el disfrute de la libertad nunca está exento de riesgos.
La tentación de prometer el cielo a cambio del voto o la de inventar paraísos en función de supuestas identidades no debe ser coactiva para quienes siguen aspirando a mantener y perfeccionar su sistema de libertades. La aspiración es seguir teniendo España en nuestras manos, para que esta sociedad pueda afrontar su futuro, buscando una verdadera prosperidad, un disfrute para todos de las oportunidades que vivir a estas alturas del siglo XXI nos depara. Una España miembro activo de Europa y abierta al mundo sigue siendo el fundamento de nuestras libertades.
CÉSAR NOMBELA ES RECTOR DE LA UNIVERSIDAD INTERNACIONAL MENÉNDEZ PELAYO – ABC – 13/04/16