Cristian Campos-El Español
Andaba Ana Morgade en el programa Pasapalabra cantando a todo motor la canción Devuélveme a mi chica, de Hombres G, cuando la mortificación la asaltó en vivo y en directo. A Morgade, que vive del humor como quien es vegano pero trabaja en una carnicería, el gesto se le encogió a ojos vista. Ahí no estaba ya ella, sino una Gorgona justiciera. Resulta que Morgade había recordado de repente, como el que se acuerda súbitamente de su mujer y sus hijos en pleno damelotodo adúltero, que la canción de la que disfrutaba hace apenas unos segundos es to-tal-men-te inaceptable.
Pronúnciese ese to-tal-men-te con los labios prietos como los tornillos de un submarino.
La canción fue escrita hace 40 años, sabéis perfectamente que es una broma y que no pretende ofender a nadie, pero, si tanto os ofende, ¿por qué la ponéis en vuestro programa…?🤔 https://t.co/f3fwdiyXXj
— David Summers (@DavidSummersHG) October 20, 2022
Y Morgade, que no podía dejar pasar su mortificación sin compartirla con el prójimo, porque de eso va este rollo, lo dejó claro afeándole el disfrute al mundo entero. «No, no, es que esta canción dice ‘devuélveme a mi chica’ y las mujeres no somos bolsos». Algo así dijo.
Y los presentes, que también habían estado cantando la canción a voz en grito, se sumaron en coro como si Morgade hubiera dicho que el agua moja: «Uy, sí, sí, por supuesto».
Tócate las narices con la exclusiva, Mari Pili.
Ahora resulta que decir «mi chica» o «mi chico» equivale a un contrato de compraventa y que eso quieren decir, exactamente, los hombres y las mujeres que emplean la expresión. El literalismo, es decir la incapacidad para comprender el lenguaje metafórico o simbólico, o simplemente hiperbólico o sarcástico, elevado a principio rector de la existencia ¡por una humorista!
Suerte que ahí estaba Morgade para descubrirnos a todos la letra pequeña de la vida.
Let people enjoy things («deja a la gente disfrutar de las cosas») dice un viejo meme de internet. Pero hay gente que está aquí para recordarte que donde hay gozo hay pecado. Ave María Purísima sin pecado concebida perdona nuestras culpas. ¡Una canción de Hombres G! ¡Penitenciagite!
De la cancelación y del neopuritanismo se han escrito enciclopedias, así que tampoco vamos a insistir en lo que ya todos sabemos. Todas las épocas tienen sus gazmoños y los de hoy se definen como «progresistas» porque «beato» o «mojigato» suena peor.
Pero sí me llama la atención un detalle. El hecho de que Morgade estuviera disfrutando de la canción hasta que la ideología, es decir, la religión, apareció en medio del camino y ella echó el freno de mano al grito de STOP. Uno casi podía ver el látigo imaginario con el que la humorista se disponía a flagelarse el alma en riguroso directo.
Y me llama la atención que los mismos que tanto repiten eso de que lo que era socialmente aceptable hace unos años es hoy radicalmente inaceptable, y que las viejas reglas ya no sirven, y que los viejos vínculos se han roto, y que todo lo que estaba bien está hoy mal, y que se ha generado una nueva moral, y que hoy impera una conciencia renovada, sigan disfrutando como un niño de las viejas idioteces de hace cuarenta años.
Hasta que recuerdan el dogma, y la moral se les pone dura como un Congreso Nacional del Partido Comunista Chino.
Porque eso es la prueba de que la naturaleza humana no ha cambiado en nada y que lo único que ha cambiado es la moral del poder. Una moral tan artificial, tan sintética, tan alejada de los humores reales de la gente, de lo que pasa por su cabeza y remueve sus tripas, de lo que en verdad desea y disfruta, que necesita ser impuesta cada vez con mayor violencia. Con mayores amenazas, de forma más insistente, con admoniciones cada vez más apocalípticas. Hasta en concursos banales como Pasapalabra. La turra infinita, a todas horas, colándose por todas las rendijas de la existencia. El ñiñiñi siempre en los oídos, para que te rindas aunque sólo sea para no oírla más.
Y me llama la atención también que esa moral neopuritana haya sido incapaz de generar un solo producto cultural, uno solo, capaz de sostenerle la mirada a canciones pop tan banales y con tan escasas pretensiones de posteridad como Devuélveme a mi chica. Todo lo que han hecho es aplicar esa moral neopuritana a las obras del pasado, empapuzándolas con su grasaza beata para que la sombra de la sospecha y de la vergüenza cale en una masa crítica suficiente de autómatas. Ese 1% que luego saldrá a la calle, antorcha en mano, clamando ser el 99%, a ver si cuela.
Ya lo decía Tolkien, un cristiano que sabía de lo que hablaba: el mal no crea nunca nada nuevo, sólo corrompe o arruina lo que el bien ha construido. Y a eso lo llama «progreso».