FERNANDO SAVATER-EL PAÍS
- Los que en 1973 creían que medio siglo más tarde el problema del mundo sería la falta de espacio (¡hagan sitio!) o la desaparición de todo lo comestible, estaban mas equivocados que Ione Belarra
En mi adolescencia le tuve cierta manía a Charlton Heston porque me impacientaban los inacabables peliculones tipo Los diez mandamientos o Ben Hur que solía protagonizar. Después me fui reconciliando con él y acabé indignado por la traicionera entrevista que en su vejez le hizo el repelente Michael Moore. Con motivo de su centenario he vuelto a ver con agrado varias de sus pelis, entre ellas una de las que guardaba mejor recuerdo: Soylent Green o Cuando el futuro nos alcance. La dirigió el competente Richard Fleischer en 1973 y está basada en una novela (¡Hagan sitio, hagan sitio!) del escritor de ciencia ficción Harry Harrison, ganador del premio Hugo. Transcurre en 2022, o sea el año pasado, en un planeta superpoblado donde la gente vive amontonada, los espacios naturales prácticamente han desaparecido, se fomenta la eutanasia voluntaria de los mayores y los restos humanos son reciclados para convertirse en alimento para los vivos. Para el cinéfilo, uno de los atractivos del film es ver la última actuación de Edward. G. Robinson, un actor que justifica el séptimo arte.
Parece que Heston, con fama (inmerecida) de reaccionario, se ganó con Soylent Green las simpatías de los ecologistas de entonces. Sin duda la película es muy disfrutable, con su intriga y sus momentos macabros, pero como obra de anticipación o de denuncia no acierta el tiro ni de lejos. Los que en 1973 creían que medio siglo más tarde el problema del mundo sería la falta de espacio (¡hagan sitio!) o la desaparición de todo lo comestible, estaban más equivocados que Ione Belarra. Por cierto, con las predicciones catastrofistas del Club de Roma (publicadas el año anterior al estreno de Solylent Green) y las del laureado Al Gore en 2006 pasó lo mismo. Quizá también hoy convenga prevenir pero sin exagerar…