Jon Juaristi-ABC

  • Nunca es más peligroso el gafe que cuando uno cree haberlo superado

Se suele asociar la palabra gafe con el adjetivo gafo, «leproso». Como la lepra atacaba las extremidades, se mantuvo el uso de gafo en español, incluso despúes de la relativa erradicación de la enfermedad de Hansen, para referirse a quienes tienen atrofiados o agarrotados los dedos de las manos o de los pies. En la Vizcaya medieval se llamaba Árbol Gafo o Árbol Malato al Roble de Luyando, en el confín del Señorío. Debía de marcar el punto desde el que se expulsaba de este último a los leprosos y, en general, a vagabundos, mendigos y otras gentes de mal vivir. Una muga profiláctica. Alguna crónica medieval lo ennobleció con la leyenda de que los vizcaínos persiguieron hasta allí mismo a unos invasores leoneses después de infligirles una espantosa derrota. Los dejaron marchar, tras clavar sus lanzas y espadas en el tronco del roble. Era una leyenda que le gustaba mucho a Sabino Arana, el padre del nacionalismo vasco, que proponía llevar a todos los maketos en procesión hasta el Árbol Malato, al son del chistu y del tamboril, para desterrarlos hacia Burgos. Malato, voz hoy en desuso, significaba «enfermo», pero una segunda acepción, que se impuso a la más general, lo hacía sinónimo estricto de «leproso», que es el que significado que tiene en el estupendo romance de la Infantina: «Hija soy del rey malato/ y la reina malatía: / caballero que a mí llegue/ malato se tornaría». Así frena la protagonista del romance al doncel que la encuentra en el bosque cuando este le hace la cobra.

Otro posible origen de gafe es el francés gaffe, «imbécil», que como sustantivo vale por «pifia» o «metedura de pata», pero también por «desgracia». Gaffer, como el español gafar, significa «desgraciar» o «estropear». El gafe español es el gaffeur francés, un tipo que estropea o desgracia todo lo que toca. La gran ventaja del adjetivo en nuestra lengua es que puede usarse indistintamente para el masculino y el femenino. Como sustantivo, basta ponerle delante un artículo de uno u otro género al aplicarlo a un sexo o al otro. Incluso puede emplearse como neutro, lo gafe, una utilísima abstracción filosófica.

Los optimistas piensan que tenemos un Gobierno gafe. Pero un colectivo gafe, nivelado, es muy raro. Lo normal suele ser que haya una persona o unas pocas personas que gafen a todas las demás. En los barcos de antaño se llamaba Jonás al gafe de agua salada, tomando el nombre del famoso profeta bíblico que fue engullido por la ballena, como Pinocho y Papá Gepetto. Era conveniente localizar al Jonás y tirarlo al agua antes de que hundiera el navío con toda la tripulación.

La verdad, no sé quién o quiénes pueden ser el gafe o los gafes de este Gobierno. Confieso que mis favoritos para el cargo son el ministro de Sanidad y la vicepresidenta, especialistas en inhumaciones y exhumaciones respectivamente. Pero el gafe o la gafe nunca son demasiado evidentes. Lo normal es que pasen bastante desapercibidos, como el Jonás. Suelen ser listos, astutos, mosquitas muertas en apariencia. Se emboscan o camuflan con gran habilidad (yo buscaría en Defensa, Economía o Asuntos Exteriores).

Ahora bien, como no soy optimista, creo que también la oposición tiene sus gafes propios. Y los partidos aliados del Gobierno los tienen a porrillo. Un caso curioso es el de los nacionalistas vascos, a los que las cosas les van de maravilla pero que gafan a todo el que se les acerca. Los indepes catalanes, en cambio, se gafan a sí mismos con verdadero entusiasmo. Y en fin, como sabían los viejos marineros, nunca es más peligroso el gafe que cuando uno cree haberlo superado. No hay que bajar la guardia. Si el cielo está rojo, marino, abre el ojo…