Antonio Rivera-El Correo

  • El poder del Estado se sostiene en fuerzas no interesadas en él, mientras se les entrega la gestión y presencia en sus respectivas autonomías

Después de cuarenta años, los escenarios políticos y electorales (lo principal de un sistema político) se distinguen entre locales, autonómicos y nacionales. El distinto comportamiento de los electores en cada caso es muestra de la percepción que tienen de esos espacios, de lo que se juega en ellos y de la importancia de los candidatos o de los partidos. En la vecina Francia, los socialistas casi desaparecidos y los verdes casi por aparecer en la política republicana gobiernan, sin embargo, las principales ciudades y muestran habilidad para sumar mientras en el Hexágono se dividen.

Ajenas al ‘voto del Telediario’ o al arrastre personal, las elecciones autonómicas se han hecho exigentes porque el ciudadano valora cada vez más que de sus gobiernos depende su día a día. De manera que las simpatías y la ubicación ideológica se las tienen que ver con los equipos, la continuidad y amarre al terreno, la estrategia, la oferta y la credibilidad de las candidaturas. Es donde más se resiente la política sucursalista, esté quien esté en La Moncloa. Aunque la elección autonómica se ve como un episodio más del pulso principal por el poder estatal, el elector no se maneja en esa clave.

Galicia sirve de nueva muestra. Pedro Sánchez está sucursalizando su partido: impone una férrea disciplina y subordina lo regional a lo nacional. Sus candidatos se queman rápido, moviéndose entre puestos públicos de diferente rango, confundiendo al votante y perdiendo en el camino su credibilidad. Al contrario, sus competidores nacionalistas diferencian muy bien a quién mandan a Madrid y a quién mantienen durante tiempo en casa, asentando su imagen y haciendo valer su trabajo cotidiano. Lo efímero frente a lo permanente, por encima incluso de personas, porque algunas marcas partidistas también identifican y proporcionan continuidad y lealtad.

Esas referencias distinguen a su vez las listas de aquí de las de allá. Por encima de izquierdas y derechas, nacionalistas de una u otra bandera, Partido Popular y Bloque se han visto como ‘los de la tierra’ y los otros como los del cambalache que tocaba. Esos dos partidos ocupan todo el ancho de banda del galleguismo, del cultural no nacionalista al revolucionario ‘indepe’. Las transferencias de votos se producen en un doble y diferente marco. Aquí se han limitado al de la izquierda, yendo del general al local; en el País Vasco parece que serán en el del nacionalismo, yendo del pragmático al más radical. En Cataluña puede que esquiven la norma en beneficio de los socialistas locales, pero puede que sea también una realidad precaria y puntual. En cada región tienen su modelo, y por eso responden a ciclos, procesos y estímulos distintos.

De manera que hay tendencias y hay lógicas estructurales. En Galicia es normal que gane la derecha galleguista-españolista. También lo es que mengüe el voto de izquierdas no nacionalista, afectado por cuestiones de rango estatal (el debate de la amnistía y otros). Las tendencias, sin embargo, señalan un envejecimiento de este sector frente al mayor dinamismo del nuevo nacionalismo de siempre, que exhibe su cara más moderna y menos chirriante. Está pasando en todas partes. Si la izquierda española se subordina a sus estrategias para retener La Moncloa, acabaremos asentando un sistema político difícil de gestionar (si ya no lo es): el poder del Estado se sostiene en fuerzas no interesadas en él (o beligerantes con él), mientras se les entrega la gestión y presencia en sus respectivas comunidades, reduciendo a cada paso el volumen de los ciudadanos implicados o identificados con la política nacional. La derecha española no está acudiendo a esa estrategia tan divisiva, por lo que ahora retiene mejor el voto a la vista de la dudosa lógica de lo que tiene enfrente, en su competidor. Finalmente, la calidad del partido sucursalizado, de sus cuadros y de sus propios votantes se resiente a cada elección, cada vez más viejos y menos dinámicos y esperanzados todos ellos.

En todo caso, la respuesta será echárselo a la espalda. Ya se sabe cómo es Galicia, lo penetrada que está allá por el PP. La política da muchas vueltas: hoy te depara fracasos y mañana éxitos. Luego, mejor no hacer nada. El candidato Besteiro será reciclado en unos meses en alguna canonjía de la Administración central y se buscará otra cara nueva para olvidarlo y sostener la misma estrategia. Mientras, la candidata Pontón dedicará otros cuatro años más a hacer ver su valía, su compromiso con el lugar y su condición de única alternativa a lo realmente existente. El mando seguirá en el mismo sitio de hace cuarenta años porque los trasvases se hacen allí lentos y resistentes a los errores. Al fin y al cabo, Galicia rueda (Rajoy dixit). Enfrente, en la izquierda juvenil, solicitarán más tiempo para desaparecer definitivamente.