ABC-IGNACIO CAMACHO

Parece que a Sánchez ya no le sobran los militares, al menos cuando no coquetea con sus socios separatistas catalanes

CUANDO Pedro Sánchez dijo que le gustaría suprimir el Ministerio de Defensa, Margarita Robles no era militante del PSOE aunque ya había trabajado en el Gobierno de Felipe González. Hoy, el presidente que rinde homenaje a ese Ministerio que quería cargarse lo ha ocupado por la puerta de atrás, a través de la propia Robles, porque no le daban los votos para hacerlo por la de delante. Y ahora ya parece que no le disgustan o no le «sobran» tanto los militares, al menos en los días en que no coquetea con las veleidades de sus socios separatistas catalanes. Siempre podrá alegar que en la fecha en que soltó aquella perla irresponsable sólo era el jefe de la oposición y no había hecho siquiera el becariado de gobernante. Ya se sabe, por boca de Carmen Calvo, que hay dos Sánchez, y habrá los que hagan falta según las perspectivas electorales. En la Pascua tocaba sacar pecho ante la milicia –y ante su jefe supremo, el Rey– y lo hizo la ministra con dignidad honorable, asegurando además que el Ejecutivo será presupuestariamente sensible a sus necesidades; es de esperar, o quizá no tanto, que sus promesas sean más firmes que las presidenciales. Pero además recordó que el Ejército es la garantía del orden constitucional, pura obviedad que en estas circunstancias resulta significativa y hasta relevante. Si eso lo hubiese proclamado una ministra del PP, por más que esté escrito en la Carta Magna, se habría armado un escándalo considerable y el aparato de propaganda independentista estaría hablando de la amenaza de los tanques. La ventaja de la izquierda es que puede decir lo que quiera, aunque no se lo crea, sin que le tosa nadie. Dicho está, en todo caso, y queda para los anales. Ayer tocaba lucir uniformes de estadistas en un Gabinete acostumbrado al baile de disfraces. Según el escenario y el interlocutor, un atrezo distinto para cada mensaje.

Porque este Gobierno tiene un sentido muy relajado o muy relativo del término compromiso. Significa, más o menos, lo que en cada momento le convenga al primer ministro, seguidor aventajado de aquel calambur ambiguo –«las palabras están al servicio de la política y no la política al servicio de las palabras– que hizo célebre el zapaterismo. La propia Margarita Robles comprobó el pasado verano, con el asunto de las bombas vendidas a Arabia, el valor de la palabra de su jefe en caso de conflicto. Cuando permanece callado, como en esta ocasión, es peor porque ni siquiera necesita desmentirse a sí mismo. Por tanto, lo único que cabe colegir es que el 6 de enero, por la mañana, la titular de Defensa pronunció un discurso muy cumplido, avalando y alabando el papel del Ejército en tono constructivo. Lo que piense en su fuero interno el presidente es otro capítulo. Al fin y al cabo ya dijo Tierno Galván, maestro de cínicos, que las promesas de los políticos sólo incumben a quienes se las hayan creído.