ABC-ISABEL SAN SEBASTIÁN

El PP se hunde, Vox se queda en un bluf movilizador de la izquierda y Cs roza el sorpasso

SE cumplieron los peores pronósticos. La división de la derecha ha sido letal para el Partido Popular, cuyo hundimiento en las urnas supera con creces el fuerte crecimiento de Ciudadanos y a la discreta irrupción de Vox, cuya presencia en la carrera únicamente ha servido para movilizar a la izquierda. El escenario que dibujan las elecciones nos aboca a un frente popular integrado por PSOE, Podemos y ERC, del que solo cabe esperar que conduzca a España a una crisis de magnitud incalculable.

Nos esperan días sombríos. Si el líder de los socialistas hubiese demostrado tener algún principio, cabría confiar en que pusiera reparos a pactar con un partido lanzado al monte del independentismo, crecido, eufórico, dirigido por un presunto delincuente acusado de rebelión en Supremo y socio del filoetarra Bildu en la papeleta europea. Dado lo que sabemos de él, es prácticamente seguro que se plegará a sus exigencias, se comprometerá a indultar a los golpistas y retorcerá la Constitución hasta donde haga falta, con tal de repetir mandato. Le ayudará en la tarea un Pablo Iglesias experto en negociar acuerdos en la cárcel, que se salva de un batacazo monumental, con pérdida de 29 asientos, porque sus mermadas huestes resultan indispensables para satisfacer las ansias de poder del vencedor de la noche.

Matemáticamente sería posible otra fórmula, desde luego. Si Rivera se desdice de sus promesas, si la dirección de Ciudadanos se envaina su compromiso y sale al rescate de Sánchez, sus diputados sumarían una mayoría holgada. ¿Se inmolará el partido naranja con la excusa de evitar males mayores? ¿Tirará su credibilidad a la basura apelando al patriotismo? Yo misma pregunté a Rivera por esa posibilidad hace unos días y él la negó rotundamente. El dilema en todo caso está ahí y las presiones para que se desdiga van a ser inmensas. Tan fuertes al menos como el peligro en el que pondría el futuro de su formación en caso de ceder a ellas, ahora que su proyecto reformista liberal ha demostrado ilusionar al doble de españoles que en 2016 y toca con los dedos la posibilidad de sobrepasar a un PP desarbolado, al que ayer venció en Andalucía.

Y es que si los naranjas se enfrentan a una alternativa diabólica, Pablo Casado debe lidiar con un fracaso estrepitoso. El PP queda reducido a la mitad de su representación parlamentaria, en un proceso que recuerda al que llevó a la extinción de UCD y ya ha levantado las primeras voces pidiendo la sustitución de su líder por una gestora. Los tremendos errores cometidos en la etapa de Rajoy, empezando por la brutal presión fiscal infligida a las clases medias y siguiendo por la falta de firmeza ante el desafío separatista catalán o la asunción de los repugnantes cambalaches negociados por Zapatero con ETA, se han visto agravados por una lectura errónea de los resultados andaluces y pasan ahora una factura muy superior a la prevista. En aquellos comicios no ganaron los populares, sino la abstención socialista, por bonito que pareciera el espejismo. Movilizada esa izquierda dormida, ha llegado el hundimiento. Un hundimiento que no compensa ni remotamente un resultado de Vox mucho más discreto de lo que ellos mismos esperaban y airearon con eficacia durante toda la campaña los agitadores del voto del miedo, empezando por ciertos institutos de encuestas. Vox se ha quedado en muy poca cosa. Veinticuatro escaños inútiles para otra misión que la de servir de espantajo, si bien es verdad que, en el escenario que se perfila, tienen margen para crecer en el desastre que se avecina.