OLATZ BARRIUSO-El CORREO

Ha desvelado el escritor y fugaz ministro de Cultura y Deporte Máximo Huerta que, cuando acababa de renunciar al cargo una semana después de ser nombrado por no tener del todo claras sus cuentas con Hacienda, Pedro Sánchez, en lugar de dejarle hablar, se dedicó a explicarle cómo esperaba él pasar a la Historia. Un asunto, por cierto, el de la posteridad, que ha retomado ya en público hace bien poco. La anécdota es reveladora porque arroja luz, una vez más, sobre la estrategia del martillo pilón de Sánchez, consistente en ir removiendo obstáculos y colocando piezas en pos de sus objetivos: acabar la legislatura con sus leyes estrella aprobadas y su prestigio europeo en máximos, repetir mandato en la siguiente gracias a la eficaz coalición de intereses de la mayoría de la investidura y a una evolución económica menos catastrófica de lo esperado, conservar el poder. Pasar, en fin a la Historia, con una hoja de servicios más brillante que la de sus predecesores.

Y para eso el presidente del Gobierno necesitaba dar la vuelta al ‘statu quo’ en Cataluña y forjar una alianza a prueba de bomba con Esquerra Republicana, el grupo más numeroso de todos aquellos que le dan sustento en las Cortes Generales. Pues bien, el acuerdo presupuestario del Govern de Pere Aragonès con el PSC, anunciado ayer por Salvador Illa, certifica que ha logrado ese objetivo. Esa es, por lo tanto, la primera lectura de un pacto del que, es pertinente recordarlo, Oriol Junqueras abjuraba hace menos de cuatro meses, tras la ruptura del Ejecutivo que los republicanos compartían con Junts. Apelaba entonces Esquerra a los neoconvergentes para apoyar las Cuentas que su exconseller Jaume Giró había elaborado mientras rechazaba la mano tendida de los socialistas catalanes.

Pero en ese lapso de tiempo, desde octubre, han pasado muchas cosas. Se ha reformado a la carta el Código Penal para eliminar el delito de sedición y retocar el de malversación y así despejar el horizonte penal de los cargos de Esquerra con resultados todavía inciertos. El president Aragonès ha alcanzado un primer acuerdo sobre las Cuentas con los comunes que, a la luz del anunciado hoy, va prefigurando un futuro tripartito de izquierdas, aún en fase embrionaria, eso sí, que sirve de clara inspiración para EH Bildu en Euskadi. Puigdemont, cercado tras el aval de la Justicia europea a Pablo Llarena, agita el victimismo. Waterloo contra todos. Adeu, 52%. Sánchez gana y logra romper la dinámica de bloques enfrentados (independentistas y constitucionalistas) que alcanzó su triste cénit el 1 de octubre de 2017.

El ‘procés’ ha muerto, proclamaba Sánchez, y ahora tiene pruebas fehacientes para sostenerlo, aunque el objetivo real no sea tanto la convivencia sino el respaldo de ERC a la ley de Vivienda o la ‘ley mordaza’ esta legislatura y su apoyo a la investidura en la siguiente si Feijóo, aunque gane las elecciones, no suma más que la entente del sanchismo y el soberanismo. Moncloa sabe que solo con un gran resultado en Cataluña podría garantizarse Sánchez su reelección. La duda es si el PSC ha difuminado su papel de alternativa o si Illa se consolida como el político fiable y eficaz que pasa por ser. Cambio de agujas, en todo caso, en la carrera de fondo sanchista hacia la posteridad.