Francesc de Carreras-El Confidencial
- Los consultores del PSOE se han dejado guiar por la estrategia de la tensión que les ha señalado Iglesias en sus alucinantes intervenciones en los medios de comunicación. Hay que ganar al precio que sea
Según el sondeo del Eurobarómetro hecho público hace dos días, el 90% de los españoles desconfía de los partidos políticos y alrededor del 75%, del Gobierno y del Congreso de los Diputados. Se trata de un instituto de consultas que no puede ser considerado parcial —depende de la Unión Europea— y estas pésimas cifras están entre las peores, muy distantes de los países más avanzados en economía, sociedad y cultura.
Como prueba de la fiabilidad del sondeo, de quienes menos desconfían los españoles es de los profesionales de la sanidad. ¿Verdad que también a usted, lector, le sucede lo mismo? Pues bien, nuestros líderes, en muy distinta medida unos de otros, no parecen darse por enterados: el grado de violencia alcanzado durante estos últimos días parece seguir el camino emprendido hace años en Cataluña, y si así seguimos, el próximo Eurobarómetro nos dará probablemente unas cifras todavía peores. Los partidos, aconsejados por algunos de sus consultores, están empeñados en ello con tal de ganar.
Precisamente, esta semana se ha dado a conocer el informe anual que regularmente publica el Observatorio Cívico de la Violencia Política en Cataluña. Me lo envía la asociación Impulso Ciudadano, presidida por José Domingo, cuyas actividades e informaciones deben seguirse si se quiere conocer bien lo que sucede en aquella comunidad autónoma y no aparece en los más conocidos medios de comunicación.
Pues bien, este año, el Observatorio ha registrado 380 actos de violencia política y odio, más de uno al día. Sin embargo, esta elevada cifra, debido a la excepcional situación a consecuencia de la pandemia, es muy inferior a la de 2019, que era de 1.166 casos, casi el triple. En todo caso, una cifra peligrosamente alta. El informe de 2020 constata que los autores del 91,84% de estos actos violentos y de odio son personas u organizaciones independentistas. Los partidos unionistas que más han sufrido estos ataques son Vox, PSC y Cs, mientras ERC también ha sufrido 10 ataques, pero ninguno la CUP, el PDeCAT y Junts, el partido de Puigdemont.
La sensación es que esta violencia en Cataluña, que viene de muy lejos, de mucho antes del ‘procés’, se está trasladando a Madrid y, si así seguimos, contagiará al resto de España. Las causas seguramente son muchas, no hay espacio para detallarlas, pero expresan claramente que el fanatismo y la intolerancia, que aparecieron en 2014 con la creación de Podemos, empiezan a hacer mella, en momentos electorales, también en otros partidos.
No sería exacto decir que antes no hubiera momentos en que la situación política reflejara controversias de una tensión parecida. Recordemos que a mitad de la década de los noventa, el PP acusaba al PSOE de ser un partido corrupto y el PSOE al PP de ser un refugio de franquistas. Ni una cosa ni otra eran ciertas, pero el paisaje político ya empezó a enconarse. Con Rodríguez Zapatero, se redujo la llamada memoria histórica a justificar una vuelta al enfrentamiento de los tiempos de la II República que condujo a la Guerra civil y a la dictadura. Hoy, determinadas posiciones antimonárquicas, en realidad anticonstitucionales, quieren conseguir lo mismo. Podemos y los secesionistas catalanes y vascos lo buscan con el mismo empeño y el PSOE duda y se inhibe, con una de cal y otra de arena. Es una zona peligrosa, que puede engañar a muchos incautos que miran el dedo y no la luna.
Pero el cambio real, el que nos está conduciendo a la situación que hoy se refleja en Madrid, es la reducción de la lucha política a la dialéctica de amigo/enemigo, que teorizó Carl Schmitt antes de la subida al poder de Hitler. ¿Hay solo dos bloques políticos? ¿No hay más partidos que expresan posiciones diferentes y que pueden pactar entre ellos, aunque no se les sitúe en el mismo bloque? ¿Pactar con el que piensa diferente es traicionar los propios principios? Esto es lo que falla desde hace seis años. Podemos, incomprensiblemente por la vaciedad de sus ideas y su inexistente ideario, se ha convertido en el vigilante de la moral: o estás conmigo o contra mí.
Se ha visto en esta campaña con la estrategia del PSOE. Su candidato, Ángel Gabilondo, persona de talante moderado y espíritu conciliador, empezó diciendo «con este Iglesias, no» y ahora está adoptando el lema de Iglesias, «el fascismo es una amenaza». El grave error de Ayuso al principio diciendo la tontería de que en estas elecciones había que optar entre «libertad o comunismo» ha tenido la respuesta que esperaban sus adversarios para poder plantear la contienda con otra tontería: «fascismo o democracia». Un absurdo tras otro.
La cosa no va de democracia, como dicen, sino que la cosa va de quién sabrá gobernar mejor Madrid, y en esto Ayuso tiene gran ventaja porque en menos de dos años, y ante la situación más complicada de la democracia, ha sabido gobernar bien ejerciendo sus competencias. Por eso Iglesias, al que ha seguido un PSOE equivocado desde hace años, ha querido cambiar de campo: del debate sobre la gestión hay que pasar a la lucha de ideas. Los consultores del PSOE han visto por ahí una rendija y se han dejado guiar por la estrategia de la tensión que les ha señalado Iglesias en sus alucinantes intervenciones en los medios de comunicación, donde ha podido demostrar sus grandes facultades de actor de teatro. Hay que ganar al precio que sea.
Acabo el artículo porque son las nueve de la noche, se me enfadarán los periodistas del periódico y he quedado con unos amigos y unos enemigos para echar unas risas, tomar una caña y picar algo en las terrazas de La Latina, contemplando cómo pasan los comunistas y fascistas…