Ignacio Camacho-ABC
- Feijóo ha hecho de la mayoría un fenómeno rutinario. Le falta decidir si «de mayor» quiere aspirar a otro liderazgo
Unas elecciones sin emoción apenas interesan más que a los candidatos. Y en éstas de ayer en Galicia y País Vasco ni siquiera ellos parecían demasiado motivados en una campaña encajada a trasmano en el calendario del post-confinamiento y despachada con más inercia que entusiasmo, como se solventa un trámite burocrático. La única expectación consistía en comprobar si Feijóo resbalaba en la «abstención-Covid» como con una cáscara de plátano. No ocurrió. El presidente gallego ha hecho de la mayoría absoluta (lleva cuatro) un fenómeno rutinario, como la babuña o el froallo. Sólo le queda decidir qué quiere ser de mayor, y quizá se le haya hecho tarde para disputar otra clase de liderazgo, salvo que el que se resbale sea
Pablo Casado.
En los territorios donde hay partidos-alfa, fundidos con el paisaje, ni siquiera se pueden extrapolar conclusiones demasiado categóricas de unos comicios regionales. La implantación hegemónica del PP en Galicia y del PNV en Euskadi carece de correlato nacional y por tanto sus resultados desvirtúan cualquier análisis que pretenda interpretarlos en otra clave. Bildu -preocupante su ascenso- y el Bloque tampoco permiten hipótesis a otra escala, así que no hay manera, por mucho que políticos y periodistas se empeñen, de deducir gran cosa que sirva para aclarar el panorama tras la pandemia en el resto de España. Cualquier especulación es engañosa o sesgada. Ni siquiera se puede medir el impacto real del descalabro de la alianza PP-C´s porque, desaparecida la violencia etarra, el nacionalismo se lleva gran parte de los votos de la derecha vasca e incluso picotea en el corral de la socialdemocracia.
Los disgustos de la jornada fueron para la coalición de Gobierno, que tendrá que aguantar el chaparrón de su evidente retroceso. El castigo más fuerte lo sufre Podemos, al que Iglesias ha convertido en mero apéndice de un poder personal que en el fondo es ya su único proyecto. Mientras más manda él, más decrece su partido, que a este ritmo acabará reducido al círculo de Galapagar y unos cuantos íntimos. El resto, aquel potente tejido de mareas y confluencias, se le hace jirones por el camino. No parece importarle mientras siga teniendo peso específico en el Ejecutivo.
La noche también fue un mal trago para Sánchez. El batacazo de su socio y la posibilidad de seguir pactando con el PNV le servirán para consolarse pero el revés ha sido notable aunque está demasiado pagado de sí mismo para captar el mensaje. El tercer puesto en Galicia tiene el agravante de la sangría registrada en las zonas industriales. Sin embargo sería un error creer que sus expectativas en unas generales pueden ser un trasunto del resultado en estas dos comunidades. La lección de ayer podría ser confortante: premio a la buena gestión y a los gobiernos estables. Pero es dudoso, por desgracia, que ese sensato criterio funcione en todas partes.