Nuestro gran problema estos días radica en saber si siete de los 37.000 cadáveres que hay en el Valle de los Caídos o tres osamentas de las decenas de miles de víctimas «paseadas» por uno u otro bando de este país cainita, son buenos o malos. Dan ganas de salir corriendo.
NUESTRA máxima preocupación estos días, después de que algunos aviesos investigadores lograran determinar, por orden del juez Baltasar Garzón, que Francisco Franco, Millán Astray y el general Yagüe habían muerto, es que nuestras mermadas fuerzas del aparato judicial han decidido que ellos no se van a dedicar a sacar a siete cadáveres de la guerra civil que están sepultados en el Valle de los Caídos. Estamos aviados. Hay en Cualgamuros, se lo contaba el otro día en mi presencia al magnífico historiador Michael Bulreigh, uno de los conservadores de la basílica, unos 37.000 cadáveres enterrados en diferentes nichos. Unos 20.000 de la parte vencedora o llamada nacional y otros 17.000 de la republicana. A este ritmo de frenética actitud por encontrar e identificar cadáveres de hace setenta años, supongo, así, a ojo de buen cubero, que tardaríamos siete generaciones en determinar las identidades de los muertos que reposan en el Valle de los Caídos. Garzón, aunque quiera cumplir los años de Francisco Ayala, estaría ya compartiendo la suerte de todos aquellos que se fueron entonces, antes y después. Habría quien fuera a ponerle flores al cementerio civil de Madrid o de su pueblo natal de Jaén. Pero serían familiares. Aunque a él se le antojen auténticos cortejos públicos. Mientras, nuestra Policía y nuestra administración de Justicia, peor pagadas que un fontanero albanés un poco espabilado, estarían dedicadas plenamente a identificar los huesecitos de nuestros antepasados muertos. Y tendrían los investigadores que hacerles un análisis de ADN exhaustivo para saber sí eran huesos del bando bueno o del bando malo, porque en el caso de que fueran del segundo, los meterían en unos cubos y los dejarían secarse aun más de lo que ya están en alguna estantería de un almacén municipal. Es la justicia histórica de algunos de los revanchistas de este país. O la conjura de todas las mamarrachadas, que habría dicho algún anglosajón con buen criterio. Mientras, al juez especialista en huesecitos con historia se le escapan unos señores muy vivos que hacen grandes negocios intoxicando a la gente. Y a la Policía de Sevilla se le evaporan unos kilos de cocaína estupendos que quizás hayan comercializado amigos de los evadidos por despiste judicial. Mientras, los huesecitos de una niña muerta en Sevilla hace sólo seis meses siguen sin aparecer y los autores materiales de su muerte podrían estar en la calle, coqueteando con nuestras hijas, dentro de muy poco tiempo. Desde luego todavía jóvenes, chulitos y crecidos. Los padres de la niña sevillana no entienden ya nada pese a haber sido ejemplo de sentido común y templanza. Pero nuestro problema fundamental radica en saber si siete de los 37.000 cadáveres que hay en el Valle de los Caídos o tres osamentas de las decenas de miles de víctimas «paseadas» por uno u otro bando de este país cainita, son buenos o malos. Dan ganas de salir corriendo.
Hermann Tertsch, ABC, 9/7/2009