IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Feijóo ha sorteado de perfil la moción pero sus votantes esperan una oposición más decidida, con mayor pujanza anímica

Feijóo ha salido vivo gracias a su ausencia, de la moción de censura que pretendía achicarle el campo por la derecha y por la izquierda. Tampoco era la decisión más difícil habida cuenta de que lleva ventaja en las encuestas y de que no se le había perdido nada en una sesión tan pintoresca: comparecer en la tribuna de invitados viendo cómo lo despellejaban a conciencia hubiera constituido una descomunal torpeza. Otra cosa, quizá más coherente aunque también más expuesta, habría sido prescindir de cautelas, ordenar el voto negativo, romper por completo con Vox y afrontar a tumba abierta las dos campañas que quedan, pero es obvio que no desea cerrarse esa puerta. Ha optado por minimizar daños y proteger la cosecha a la espera de que pase pronto la tormenta. Sin embargo a partir de ahora tendrá que subir la apuesta y tomar algún riesgo porque Sánchez no va a ceder sin pelea y las victorias hay que merecerlas. El poder, como le dijo Arrimadas –a buenas horas– se conquista, no se hereda.

Muchos votantes del PP, convencidos o potenciales, esperan de él una actitud más proactiva. Están escaldados de la pasividad marianista y para vencer esa desconfianza necesitan ver una oposición decidida. Tranquila, sin hipérboles ni estridencias, sin demagogia populista, pero no fría, ni mucho menos tímida. La preocupación por la economía, un factor clave en el entramado de clases medias que sostienen la actividad productiva, puede no bastar si la alternativa no incluye una potente y visible acción política y, sobre todo, un programa de resuelta vocación regeneracionista. La movilización del electorado de la derecha y el centro, incluso del desencantado con el sanchismo, requiere un arréon final, una última sacudida. Un poco menos de cálculo y un punto más de garra, de intensidad, de energía, de ganas de ganar, de dinamismo, de iniciativa. Esa clase de estímulos que separan un simple buen resultado de una mayoría.

El debate de esta semana ha demostrado que enfrente hay adversario. Desgastado, renqueante, enmohecido, con problemas de cohesión y de credibilidad, salpicado de escándalos, pero determinado a plantar cara con todo lo que tenga a mano. Que es mucho: un aparato de poder bien engrasado, la tradicional habilidad propagandística de la izquierda, un entorno mediático obediente, un Tribunal Constitucional disciplinado y enormes recursos presupuestarios para acolchar el malestar social a base de gasto. Aunque hasta ahora ni siquiera eso le esté funcionando, sí eleva el coste de su probable fracaso. El presidente vio una oportunidad en la moción y la abordó con avidez, con énfasis, con empuje, con entusiasmo, con desesperación casi, aferrado a su ventajismo como tabla de náufrago, consciente de que en cada envite se juega el mandato. El que aspire a derribarlo deberá entender la importancia que en la política tienen los estados de ánimo.