Eduardo Uriarte-Editores

Si viviera Berlanga hubiera añadido a “Bien Venido Míster Marshall”, “El Verdugo”, “La Vaquilla” y “Todos a la Cárcel” (más cercana a la realidad que “Modelo 77”), otra producción bajo el título “La Moción”, porque en el trance parlamentario protagonizado por Tamames se aprecian las características de farsa, tragicomedia y de amable y fundamentada denuncia que daba forma al cine del recordado director.

La moción era una farsa, no cumplía los requisitos de moción constructiva ni candidato que requiere nuestra legislación, pero como desde hace tiempo el parlamentarismo ha dejado de existir en España transformado el Parlamento en apéndice del Gobierno, con poco escrúpulo normativo y por evidente interés de éste, la moción fue admitida. No hizo falta un Manolo Morán en su papel de charlatán que convirtiera Villar del Rio en un pueblo andaluz, ni que el grupo proponente perdiera mucha energía para que se admitiera a trámite. Acosado por las consecuencias del sí es sí o de tito Berni, la moción, todo un espectáculo, despistaría por unas horas a la opinión pública. Moncloa la adoptó como un salvavidas.

La farsa residía, muestra del ingenio picaresco heredado por nuestros políticos, en que no era lo que parecía. La moción era un torpedo dirigido contra el que no estaba, hacia Feijóo, porque ambos, portavoz del grupo proponente y presidente en trance de censura, a pesar de que el discurso del candidato nada hablara de ello, dedicaron esfuerzos y tiempo en censurar al ausente, en un ejercicio de cinismo propio de la “Escopeta Nacional”.

Pero la farsa, la moción, a pesar de su interés manipulador por un Gobierno en crisis, tuvo sus aspectos positivos. El candidato no se introdujo en denunciar al PP sino al Gobierno, que es lo que correspondía, en ocasiones de una forma académica, destacando la aberrante trayectoria destructiva del Estado, de la nación, de la economía, que está ejerciendo apoyado por el nacionalismo secesionista. Perdonen mi ingenuidad, pero la moción del viejo profesor devolvió a la Cámara el parlamentarismo.

Las cosas no son lo que los focos de la ideología dominante quieren que observemos, la moción si sirvió, no mucho, pero sirvió. Puede servir para despertar a Feijóo e imprimirle cierta energía a su práctica evitando el fantasma del marianismo, debiera de otorgar un cierto comportamiento a la fuerza alternativa en las formas (lo que parece aprendió Abascal), en los contenidos, en la argumentación, y alejarse de ese cuerpo a cuerpo que convierte a los portavoces del partido popular en meros fenómenos especulares de los serviles ministros de Sánchez, y del propio Sánchez.

La moción sirvió porque devolvió el parlamentarismo y trajo, además, en el discurso del candidato conocimiento, además de unas formas de comportamiento que se echaban de menos. Los aplausos de las respectivas clás del hemiciclo no esconden, sino que destacan, la pobreza de la argumentación de los líderes que padecemos. Reconozco que me leí el texto de Tamames, y seguí bastante el debate, cosa que no hacía desde los años noventa.

Desde algunos medios se ha menoscabado la figura de Tamames destacando su edad. Sin embargo, esa cualidad devolvió cierta dosis del respeto perdido a la persona en el debate político. Junto al respeto a los años del profesor volvió el respeto. Y con él al de toda la Cámara, exigiendo un cierto grado de cortesía, mejora en el tono (salvo en la histriónica y sobreactuada intervención de López -que siga el consejo y descanse en Mallorca-) a la hora de tratar el asunto.

No sé si la moción tiene repercusión en las encuestas electorales, que es lo que preocupa a los partidos, pero tendré que agradecerle a Tamames, en esa parodia amable, como lo eran todas las de Berlanga, que devolviera la política al Parlamento.