Fernando Savater-El País
Me he acordado de los grafiteros escuchando a los implicados en el procés
Entre las piezas tan estrafalarias como caras ofrecidas este año en Arco, llama la atención la puerta pintarrajeada de un vagón de metro, anunciada irónicamente por Renfe como la obra más cara de la feria: quince millones de euros, lo que cuesta cada año limpiar los trenes decorados al asalto por los grafiteros. Hace décadas se puso de moda ensalzar el “arte” de los garabatos callejeros, hoy convertidos en una lepra de colorines que estropea fachadas, persianas y trenes sin remedio a la vista. ¿Cómo combatir una forma de prestigioso vandalismo que concuerda con la pedagogía actual, basada en el voluntarismo y la emoción sobre cualquier forma de aprendizaje disciplinado sometido a normas objetivas? Lo que sale sin pulimento ni recato de las entrañas es siempre gloria bendita, aunque al aún no modernizado le parezca y le huela como excremento. Es inútil buscar maestros o aprender de los clásicos cuando cualquiera es genial por derecho de cuna. Claude Lévi-Strauss llamó a su polémico ensayo sobre el arte moderno El oficio perdido…
Me he acordado de los grafiteros escuchando a los implicados en el procés. Están educados en la misma escuela… o falta de ella. El sentimiento subjetivo por encima de las pautas interpersonales, la voluntad de los míos por encima de la ley de todos, lo que uno padece o le arrebata antes que los remilgos históricos, económicos o los miramientos sociales. Es inútil limitar los arrebatos, sobre todo si halagan un ego que se pretende superior sin el mínimo mérito para ello… “porque yo lo valgo”. Donde estén los caprichos, sobra la consideración de los hechos. La realidad es tiranía, dictadura: fascismo. Olvidemos los modelos que orientan y refrenan, reclamemos a voz en cuello la civilización artística y política del garabato.