- La entrevista de García-Page en ‘El Mundo’ no es un acto de valentía, aunque algo de eso pueda haber, sino de supervivencia. Lo que está por ver es si sólo se trata de su propia supervivencia o hay algo más
Emiliano García-Page sabe de qué va esto. No había hecho la primera comunión y ya era del PSOE, aunque en ese momento no lo supiera. Se fue haciendo mayor al lado del más adelantado de los druidas de la política, un tal José Bono, palabras mayores. No es ni un advenedizo, ni un loco, ni un ambicioso sin escrúpulos, sino un competente profesional de la política con el olfato de un perro pachón. Y cuando alguien así se tira a la piscina, o se trata de la reacción natural del que ve cómo el fuego avanza imparable, o estamos ante un movimiento de blindaje de quien, legítimamente, no está dispuesto a que sean otros los que arruinen sus aspiraciones. O de ambas cosas a la vez.
El riesgo es grande, pero ningún dirigente político lanza un misil contra el eje estratégico de su jefe de filas sin haber sopesado las consecuencias. Menos aún un alumno aventajado de Pepe Bono. Porque lo de Page en El Mundo no fue una crítica puntual a un hecho puntual, sino una censura global de la gestión de Pedro Sánchez, en el fondo y en la forma. Apuntaba en su columna del miércoles Gabi Sanz que no hay nada nuevo en lo dicho por el presidente castellano-manchego. Pero sí que lo hay. La novedad es tomar la decisión, política, de reunir todas las críticas bajo el mismo techo. Eso tiene otra lectura, como muy bien apuntaba Gabi a renglón seguido: “Page ha venido a pronosticar, sin decirlo, el fin de ciclo de Pedro Sánchez y también ha entonado un ‘PSOE, aquí estoy yo’ para el futuro”. ¡Vaya que si había novedad!
Esta vez, lo de Page no fue una crítica puntual a un hecho puntual, sino una enmienda a la totalidad, una censura global de la gestión de Pedro Sánchez; del fondo y de la forma
Más que unas declaraciones, lo que Emiliano García-Page volcó en la pluma de Jorge Bustos (la elección del medio tampoco es casualidad) fue una enmienda a la totalidad. Veamos: “El problema son los socios, que llevan en su código político la voluntad de desestabilizar el Estado”; “Si seguimos con las mismas compañías, es evidente que va a haber un castigo”; “El rechazo social que concentraba Pablo Iglesias se está desplazando”; “Los indultos rompieron un compromiso del Gobierno”; “Podemos está anclado en clichés de la órbita comunista con los que ni siquiera luego son coherentes en su vida”; “El independentismo catalán usa el idioma como una barrera, como un dique. Más que hablar catalán les gustaría que desapareciese el castellano”; “Una misma persona no es toda de izquierdas o de derechas, no hay por qué tener esa militancia fanática. Si el PP o el PSOE no tienen permeabilidad para adaptarse a eso, la gente se volverá al populismo”. Igualito que Sánchez.
Como otros muchos, García-Page pensó durante un tiempo que Sánchez movería la brújula del partido hacia el centro en algún momento previo a las autonómicas y locales de mayo de 2023. Ahora ya sabe, todos sabemos, que no será así, que para ganar las elecciones en ayuntamientos clave, en Castilla-La Mancha, en Aragón o en Extremadura, o aguantar el tipo en Madrid, no queda otra que esconder a Sánchez; que Sánchez ya es un lastre en muchos territorios. Es algo tan obvio que sorprenden algunas reacciones, como la del siempre camaleónico Fernández Vara, autor de la simpleza de la semana (“Uno no puede ser leal a España si no es leal a su proyecto”) o la del incoherente Odón Elorza, quien, en sintonía con Pablo Iglesias, y en un alarde de respeto a la autocrítica y a la saludable discrepancia, ha pedido para Page una sanción ejemplar.
Hay mucha gente, y no solo reservistas, que han girado por primera vez la cabeza hacia Toledo con algo más que mera curiosidad, con una leve esperanza, sabedores de que ya no es tiempo de amagar
Las declaraciones de García-Page no son un acto de valentía, aunque algo de eso hay, sino de supervivencia. Lo que está por ver es si se trata de su propia supervivencia o hay algo más. Si por fin alguien está dispuesto a dar la batalla, a liderar una alternativa que, como apuntaba en este periódico Juan Carlos Rodríguez Ibarra, recupere al PSOE que “tiene por delante el gran compromiso histórico de posibilitar una gran mayoría para un gobierno estable, para hacer frente al independentismo desde la fortaleza y reconvertir al PP en el gran partido de centro-derecha que olvide a Vox”. “Para esa operación -añadía el ex presidente extremeño-, tanto PSOE como PP cuentan con reservistas dispuestos a defender la grandeza de la política y de los políticos que se atrevan a coger el toro por los cuernos y no a deteriorar al contrario para enaltecer sus propios egos”.
Pedro Sánchez rumia su reacción en Nueva York. ¿Aguantará el tipo García-Page? Hay mucha gente, reservistas y no tan reservistas, que han girado por primera vez la cabeza hacia Toledo con algo más que mera curiosidad, con una esperanza, aunque todavía leve, sabedores de que ya se acabó el tiempo de amagar (“Frente al emotivismo rampante, si la izquierda pretende reivindicarse como la más legítima heredera de los ideales ilustrados, no puede en modo alguno renunciar a la razón como herramienta privilegiada para entender la realidad y encontrar la mejor manera de transformarla”. Manuel Cruz, filósofo, senador por el PSC-PSOE, ex presidente del Senado; Letras Libres).
La postdata: Italia vuelve a jugar con fuego
Indro Montanelli dijo en una ocasión que España era un reflejo trágico de Italia e Italia un reflejo cómico de España. Fue en las postrimerías del siglo pasado, y con esa frase el maestro de periodistas quiso señalar la que, dentro de una general sintonía, consideraba la principal diferencia de carácter entre españoles e italianos: los primeros nos tomábamos las cosas demasiado a la tremenda y sus paisanos excesivamente a la ligera. Eran otros tiempos. Hoy, aquí y allí, comedia y tragedia se confunden en el cóctel agitado por el populismo y una clase política que ha situado su propia supervivencia en el primer escalón de la pirámide de prioridades.
Italia, la tercera economía de la Unión Europea, celebra este domingo unas elecciones trascendentales provocadas a destiempo por quienes, con la descarada intención de repartirse el poder, coqueteando con Putin y amenazando con debilitar la unidad europea, decidieron forzar la renuncia de Mario Draghi. Giorgia Meloni, Matteo Salvini y Silvio Berlusconi no solo han puesto fin a una etapa de estabilidad política y crédito internacional que difícilmente volverá a repetirse, sino que con esa irresponsable y antipatriótica confabulación privan al país de un gestor altamente cualificado y fiable: Italia prescinde del mejor de los posibles en el peor momento posible.
Señalaba Víctor Lapuente en El País que “la extrema derecha se come a los conservadores de toda la vida” en países en los que parecía imposible el sorpasso: Francia, Suecia y, ahora, muy probablemente Italia. “El debate sueco -apuntaba Lapuente- da pistas de por dónde avanza la narrativa de las democracias europeas: el mínimo común polarizador es la inmigración”. Esa será también una de las claves de resultado en Italia. Una clave en muchos casos falaz, pero explotada con eficacia por la extrema derecha, en buena medida gracias al empeño de la izquierda en no admitir el impacto social del problema.
El resultado de esa letal combinación de ceguera política, empobrecimiento de las familias y manipulación de la realidad migratoria, son Parlamentos atomizados, gobiernos débiles y sociedades polarizadas. Ferruccio de Bortoli recordaba recientemente en el Corriere della Sera que es una Italia envejecida la que tiene una enorme necesidad de inmigrantes, pero que la inmigración “cuando no se gobierna, crea precisamente una mayor inquietud en los sectores más débiles de la población”. Esa es la carta que van a jugar este domingo Meloni, Salvini y Berlusconi. La carta del miedo. Y lo más triste es que es muy probable que les salga bien.