Garissa

ABC – 05/04/15 – JON JUARISTI

Jon Juaristi
Jon Juaristi

· El abandono de los cristianos de los países islámicos por Occidente resulta escandaloso

La matanza de un centenar y medio de estudiantes cristianos en la universidad de Garissa (Kenia) a manos de un grupo de asesinos islamistas confirma una vez más la espantosa certeza de que, en el globalizado siglo XXI, los miembros de las diferentes confesiones cristianas han devenido, en los países de mayoría musulmana, chivos expiatorios de las frustraciones políticas y económicas de poblaciones formadas por lo que Hans Magnus Enzensberger definió, poco después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, como «perdedores radicales». Los cristianos ocupan hoy en la Casa del Islam un lugar semejante al que la Europa suicida de la primera mitad del siglo pasado reservó a los judíos.

Es muy digno de elogio, por supuesto, el apoyo manifestado por un buen número de organizaciones y comunidades musulmanas occidentales a las víctimas de las salvajadas yihadistas y a la persecución de sus autores por los gobiernos de Europa y Estados Unidos. Tal actitud no denota solamente excelencia moral, sino voluntad de integrarse en sociedades democráticas para beneficiarse muy legítimamente de las oportunidades económicas y culturales que los países anfitriones pueden proporcionar a una población que sigue siendo, en su mayor parte, alógena. Sería deseable, sin embargo, una mayor energía por parte de sus líderes comunitarios en la condena y exclusión de los terroristas y de sus reclutadores. Algo se ha avanzado en este terreno tras las tibias reacciones de los imanes franceses al atentado contra «Charlie Hebdo». Sin embargo, en los países de mayoría musulmana el silencio general ante las masacres de cristianos delata una conformidad e incluso un regocijo tácito semejante al de las poblaciones europeas de los años cuarenta del siglo XX ante el exterminio de los judíos. La excepción tunecina se explica por el arraigo real de los valores democráticos en una sociedad de clases medias y el temor al desplome de una economía basada en el turismo. Los tunecinos no son una sociedad de perdedores, a pesar de que produzca terroristas. También los producen Francia, Bélgica o el Reino Unido. Los producen e incluso los exportan, pero el rechazo social es clamoroso y explícito. Lo que no puede decirse de los demás países musulmanes.

Ahora bien, la repulsa que en los países occidentales suscita el terrorismo yihadista no tiene un correlato lógico en la defensa de los cristianos masacrados en Asia y África (Irak, Siria, Pakistán, Egipto, Sudán, Nigeria, Kenia, etcétera). Ésta brilla por su ausencia, y es que el anticristianismo no sólo constituye uno de los ingredientes básicos de la modernidad occidental, sino una fobia que se considera honorable. Así lo constataba Philip Jenkins en un ensayo de 2003 ( The New Anticatholicism: the Last Acceptable Prejudice, Oxford University Press). Un prejuicio que no ha desaparecido desde entonces. Si acaso, se ha extendido al conjunto de las iglesias cristianas. Se da así la desgraciada circunstancia de que los cristianos de los países islámicos carecen de protectores en el (antaño) cristiano mundo occidental. La asimetría resulta escandalosa, pues cualquier acto, no ya de violencia contra las comunidades islámicas de occidente, sino de leve ofensa simbólica a la religión coránica, cuando se conoce públicamente, suscita movilizaciones masivas en los países islámicos. A este paso, el cristianismo ya residual en ellos desaparecerá con rapidez. Es decir, desaparecerán los cristianos. O convertidos forzosamente al islam o asesinados (como durante la primera expansión –mediante la espada– de la religión de Muhammad).

ABC – 05/04/15 – JON JUARISTI