Del cielo a la tierra

ABC 05/04/15
IGNACIO CAMACHO

· El proceso andaluz de investidura sugiere la clase de problemas que se avecinan en un escenario político fraccionado

LOS detractores del bipartidismo se lo van a pasar en grande este año deconstruyendo mayorías en todas las administraciones del Estado: municipios, diputaciones, autonomías y, como traca final, el Congreso de la nación. Pero cuando termine la catarsis conviene que se apliquen a establecer acuerdos de cierta estabilidad para demostrar que es mejor dirigir un país entre varios. La diatriba antibipartidista está muy bien como recurso para aglutinar protestas contra el evidente colapso institucional de los últimos años; sin embargo esos votos críticos hay que convertirlos después en alternativas mejores que lo que había. La finalidad de las elecciones es la de erigir gobiernos representativos, no la de constituir frentes de rechazo.

Andalucía, tantas veces tubo de ensayo de la política española, va a convertirse en la primera prueba de contraste de la fragmentación que parece caracterizar este nuevo ciclo electoral. Los ciudadanos andaluces se han pronunciado con bastante claridad y no entenderían que su voz no fuese escuchada. Susana Díaz ganó limpiamente en las urnas y tiene derecho a gobernar, pero dos semanas después su diáfana victoria – nueve puntos sobre el segundo— le crea más problemas que los que tenía antes de convocar los comicios. El escaso entusiasmo por facilitarle la investidura demuestra en primer lugar que la presidenta tal vez carezca de las dotes estratégicas que le atribuyen los panegiristas de su liderazgo; en segundo término, empero, sugiere la clase de dificultades que se avecinan en un panorama político fraccionado. Los nuevos partidos están presos de su propio discurso antirrégimen y con varias elecciones a la vista temen comprometer su inmaculada limpieza implicándose en alianzas de poder. Han denostado tanto la política tradicional que ahora no saben cómo comportarse en ella.

Pero alguno se tendrá que retratar, y no demasiado tarde. En Andalucía tal vez puedan marear la perdiz hasta que pasen las municipales; a partir de ahí les tocará decantarse. La cantinela virginal no parece bastar para romper la hegemonía de las fuerzas tradicionales y los sedicentes regeneracionistas van a quedar obligados a ensuciarse sus blancas túnicas de tribunos. Podrán retorcer el sentido del veredicto popular o reforzarlo; lo que no van a poder, ahora que ya ha pasado la Semana Santa, es lavarse las manos como Pilatos. Y mientras más eleven el tono de la crítica más les costará justificar su presencia en los inevitables pactos.

Al final, la fobia antipolítica no va a desembocar en otra cosa que en un reparto secuencial del poder, que ya está produciendo las primeras contradicciones en el seno de las fuerzas rupturistas más radicales, afectadas por la deflación de sus expectativas mesiánicas. Debe de ser duro prometer un asalto del cielo y quedarse en el triste y terrenal purgatorio de la negociación en el mercado negro.