Mikel Buesa-La Razón
- Esta semana ha sido la aprobación de la denigrante ley de amnistía en el Congreso, cuyo recorrido augura tensiones crecientes
El garrote vil fue un instrumento de ejecución de la pena de muerte que se utilizó en España durante más de un siglo y medio. Se trataba de una máquina simple en la que el justiciable era enganchado por el cuello a un poste con un collar que venía atravesado por un tornillo, de tal manera que, vuelta a vuelta, la tuerca acababa rompiendo el cuello del condenado. Lo mostró Saura en la secuencia inicial de «Llanto por un bandido», utilizando como oficiante a Luis Buñuel. Y Berlanga, en «El verdugo», por boca de Pepe Isbert, señaló irónicamente que «me hacen reír los que dicen que el garrote es inhumano. ¿Qué es mejor, la guillotina? ¿Usted cree que se puede enterrar a un hombre hecho pedazos?». Este es el dilema que, salvadas las distancias, hoy se plantea en la política española, en la que el garrote es una metáfora del modo de actuación de los nacionalistas catalanes –ERC y Junts– con respecto al gobierno que preside Sánchez. Aquellos le tienen a éste agarrado por el gollete y ejercen sobre él una presión que, a cada vuelta de tuerca, le acerca cada vez más a su trágico final.
Esta semana ha sido la aprobación de la denigrante ley de amnistía en el Congreso, cuyo recorrido augura tensiones crecientes. Pero mientras se preparaba la correspondiente votación, en el Parlamento catalán se anunciaba ya la siguiente propuesta irrenunciable: «un sistema de financiación específico y singular para Cataluña que sirva para erradicar el déficit fiscal» y para que «el Estado asuma que arrastra una deuda histórica» que, en su fatua imaginación, alcanza la asombrosa cifra de casi medio billón de euros. Todo ello acompañado de una desconexión fiscal similar a la del sistema foral vasco y una radical limitación –también al estilo vasco– de la contribución catalana a la solidaridad interterritorial. O sea, un disparate que dejará empobrecidas a las demás Comunidades Autónomas. Así que el dilema está servido: ¿qué es mejor, contemplar impotentes cómo a Sánchez se le aplica poco a poco el humanitario garrote hasta llegar al límite imposible de desmembrar España, o más bien parar ya este proceso que va dejando jirones institucionales irreparables? Lamentablemente, son sólo los socialistas quienes tienen la palabra.