Gas sarín

EL MUNDO 10/11/16
ARCADI ESPADA

DESDE la caída del comunismo Occidente ha vivido una época de previsibilidad que ayer acabó. 50 millones de habitantes de la nación más poderosa han dado su voto a un hombre que es un agravio. Un agravio a la razón, a la democracia, al progreso, a la cultura y a la convivencia. Cualquier miedo que la nación pudiera encarar, el de la ruina, el del inmigrante, el del terrorismo, es menor que el miedo que suscita Trump al frente. Cualquier frivolidad humana empalidece ante la actitud de esos miles y miles y miles de frívolos que habrán votado a Trump por las mismas razones que se tiran por las montañas rusas de Disneylandia. El 20 de enero el presidente más preparado, ecuánime y elegante que haya tenido América en muchas décadas cederá el mando a un aventurero bravucón, sin más preparación que su instinto, que ha hecho de la insensatez su programa. Cualquier Trump puede llegar a presidente: en eso ha quedado el sueño americano.

La pregunta es si en los cuatro años que van de Obama a Trump ha sucedido algo devastador que haya podido inclinar tan abruptamente la opinión ciudadana. ¡Quia! Han sido cuatro años satisfactoriamente anodinos donde casi todas las variables que definen la salud de una comunidad han mejorado. No, Trump no tiene su Weimar. Solo un novedoso reality, diseñado y fabricado por él y replicado incesantemente, para bien o para mal, por el nuevo sistema de producción y distribución de la información. Trump reivindica los buenos viejos tiempos. El orden wasp, el de un solo dios, el de un sola América de teléfonos blancos. Es significativo hasta la náusea, y un triste orgullo, que un solo artefacto de esta utopía retro quede al margen de su melancolía demente. El periódico. Esos periódicos sobre los que acaban de escupir, literalmente, 50 millones de americanos han sido sus enemigos y son ya sus víctimas. Trump, histérica melancolía con twitter, es el producto brutal de una publicidad engañosa, distribuida a través de billones de sinapsis en el dominio catódico y digital, que no se ha visto obligada a someter su tráfico a la aduana discriminatoria de verdad y mentiras que fue una vez el periodismo.

El daño que Trump pueda hacer a América está por ver. Pero su tremenda victoria introduce un tóxico letal en las democracias. Ya no son un territorio seguro, regido por la autoridad y una red de contrapesos más o menos sutiles. Las sociedades abiertas han cumplido un ciclo. Y del mismo modo que han tenido que rearmarse logística y moralmente contra el terrorismo exógeno y esporádico deben hacerlo ahora frente a la amenaza endógena y sostenida del populismo. La larga paz peligra más por éste que poraquél.