Gastos

Jon Juaristi, ABC, 8/4/12

A menudo, el senador Anasagasti, del PNV, la emprende contra mí en su blog sin que medie provocación, y no se lo tomo a mal, pues no alberga segundas intenciones. Iñaki Anasagasti necesita del chismorreo como del oxígeno, porque sólo recibiendo réplicas airadas a sus inocentes insidias logra mitigar la lacerante sospecha ontológica que le tortura desde su remota infancia caraqueña. Tampoco es para tanto (aun si resultara fundada, lo que no es probable, no sería la primera vez que la dignidad de Senador del Reino habría recaído sobre un zurullo antropomorfo rematado por grácil colineta), pero, por aliviarle la angustia y ahorrarle psicoterapias, me siento moralmente obligado a acusar recibo de sus pellizcos de monja.

Esta vez reincide en la especie de que Aznar premió la fobia de un servidor de ustedes al nacionalismo vasco con las direcciones de la Biblioteca Nacional y del Instituto Cervantes, «donde —afirma de mí el senador— además de su desorganizada gestión y sus muchos gastos, sentó cátedra de una visión unilateral sobre la españolidad mucho más acorde a la España “Una, Grande y Libre” y la “Unidad de Destino en lo universal” del franquismo que del moderno estado de las autonomías de 1978».

Es conmovedora la pasión senil de Anasagasti por la Constitución, que nada semejante suscitó en él durante sus verdes años. No es éste, sin embargo, el aspecto que más merece resaltarse en la citada diatriba, sino el de los «muchos gastos» que me atribuye. Los vascos, nacionalistas o no, nunca han tendido a censurar el gasto excesivo de Anasagasti en peines, por ejemplo. Huelga decir que guardo, por si las moscas, copia de los informes del Tribunal de Cuentas acerca de lo que gastaron los organismos arriba mencionados mientras estuve al frente de los mismos, aunque tampoco sea ésa la cuestión. Anasagasti, por supuesto, no tiene ni pajolera idea de lo que gasté o dejé de gastar, y, conociendo su amor al trabajo, apostaría que no se ha tomado siquiera el de revisar el contenido de mi única comparecencia ante el Congreso, durante la cual ni Anasagasti, entonces diputado, ni sus compañeros de partido dijeron ni mu, pese a lo proclives que son a proferir dicha sílaba en sus praderas nativas.

Lo que me mosquea es que el sobrevenido descrédito del gasto haya contaminado incluso a los nacionalistas vascos, manirrotas por excelencia de la gestión autonómica y provincial. Conste que me parece muy bien la ética de la austeridad y del ahorro, pero de ahí a la satanización inquisitorial de toda inversión pública hay un trecho. Que el partido del senador Anasagasti pretenda convertirse ahora en espejo de moralidad administrativa desde la Diputación de Vizcaya, única institución que actualmente controla, oponiéndose a la amnistía fiscal del Gobierno de Rajoy mientras su particular Vieja’l Visillo inventa en su blog a los de Aznar un pasado de crápula no deja de resultar divertido. Constituye el complemento humorístico perfecto de las hipócritas caceroladas del PSOE. Pero, al mismo tiempo, produce inquietud ante el futuro de la democracia liberal, que ya Unamuno, hace un siglo, veía amenazada en España por la alianza de oscuros comunismos y siniestros separatismos aldeanos.

Jon Juaristi, ABC, 8/4/12