TEODORO LEÓN GROSS-EL PAÍS
- Hay desastres de los que su protagonista es siempre el último en enterarse
Poco después de que un concejal de Lora del Río —pueblo sevillano de la Vega del Guadalquivir que no llega a 20.000 habitantes— publicase un mensaje en su Instagram agradeciendo la llamada del secretario general del PP por una batallita doméstica, en Murcia estallaba el cataclismo de la moción. La anécdota puede, y, según la fórmula D’Ors, debe elevarse a categoría: mientras a Egea le madrugaban Murcia, su Murcia, él andaba enredando en la bronca interna de su propio partido en Sevilla. Todo un retrato de lo que sucede en el puesto de mando del PP, donde se ha perdido perspectiva, o eso que los cronistas previsibles ahora denominan “luces largas”. Egea puede ser un tipo de grandes facultades, pero no para la política. El PP ha perdido demasiado talento. Acostumbrado al vapuleo en las sesiones de control por un Iglesias con argumentos de seriófilo adolescente, lo de Murcia quizá le parezca otro mal asalto, pero es como para dimitir por la vía rápida. Horas antes de la moción, él se bloqueó a sabiendas del peligro —la ley murciana de limitación de mandatos del presidente impedía a Miras presentarse, por la carambola de dos minimandatos— y eso hizo al PP perder horas cruciales. Ese nivel no da para estar ahí. En tiempos del bipartidismo quizá sí, porque el poder oscilaba pendularmente, pero en el tablero complejo del multipartidismo se requiere más, mucho más.
En el proceso de la moción murciana se pueden elogiar las virtudes de Iván Redondo & Los Fontaneros Monclovitas (potentes, sí, aunque cada vez resulta más inquietante dar a alguien así el control de los 140.000.000.000 € de la UE y además sin mecanismos de control…), y también se vislumbra la desesperación de Ciudadanos, que corrige el error mayúsculo de Rivera al anclar su partido al PP en comunidades donde éste llevaba décadas en el poder, aunque actúa demasiado tarde como para sospechar que esto no es una reacción ética sino estratégica al desastre en Cataluña por el auge de Vox… pero lo sucedido, ante todo, pone los focos en la mediocridad al frente del PP. Feijóo, Moreno, Mañueco y el defenestrado Miras vienen advirtiendo desde hace tiempo sobre la necesidad de reconexión con la realidad del país, mientras la dirección seguía creyendo, como Ayuso, que “Madrid es España, etcétera”. Por demás, la lógica de la madrileñofobia es tan estúpida como la catalanofobia, y sin el sustento de un nacionalismo cerril. Ayuso representa el populismo de hechuras bannonianas, y bien puede devorar sus siglas como sucedió en EE UU. Entretanto, la percepción es que Casado debía de estar dando de comer a los jilguerillos enjaulados en la azotea de Génova 13 sin coscarse del enjambre sísmico. Quizá en algún momento realmente pensó que todo podía quedar atrás con su decisión de abandonar Génova para encarar un futuro rutilante. Borrado, todo, sin más. Hay desastres de los que su protagonista es siempre el último en enterarse.