ABC-IGNACIO CAMACHO

Cuando se cansen de perder por la división interna, los propios votantes llevarán a cabo la reagrupación de la derecha

EL principal problema del PP no es tanto de dirigentes o de candidatos –aunque los haya bastante malos—como de geografía política, de ubicación en un segmento ideológico que estaba acostumbrado a ocupar en solitario y que ahora debe compartir con Vox y con Ciudadanos. Esa fractura del centro-derecha es la verdadera herencia que el marianismo legó a Pablo Casado: un partido menguante al que dos spin offs surgidos de sus entrañas, y de sus propios fallos, atacan en pinza por ambos flancos. El apoyo de Aznar al nuevo líder es o ha sido un intento de ayudarle a unificar un espacio cuya fragmentación conduce, como se vio en las elecciones, a un inevitable fracaso. Pero no ha funcionado porque el mapa liberal-conservador está hecho trizas y no se va a recomponer a corto plazo. De un lado, los votantes de latido patriótico se han dejado reducir por la retórica bizarra de los pelayos; del otro hay una ruptura generacional que ha provocado el abandono de los sectores jóvenes y urbanos. Y todo ese daño no se repara a base de superficiales bandazos; hace falta paciencia, discurso, trabajo y un tiempo que quizá este equipo de dirección no tenga si no salva algunos muebles el 26 de mayo.

Esta vez la reagrupación de la derecha la van a tener que hacer los votantes por su cuenta. Cuando se cansen de perder dividiendo sus fuerzas, ellos mismos elegirán un partido en el que concentrar la energía social que pueda volver a derrotar a la izquierda. Esa es la ocasión en la que confía Rivera aunque para aprovecharla tendrá que afinar mucho su estrategia porque con todo a favor, en el peor momento de los populares, no ha logrado tomarles la delantera. Bien es verdad que ya los tiene muy cerca; la cuestión es si han tocado fondo o han comenzado a caer a tumba abierta. La respuesta está en la capacidad de resistencia de Vox, en la medida en que su destructivo efecto desagregador sea un fenómeno creciente o una novedad pasajera. Lo único claro es que el liberalismo español no volverá a ganar hasta que su electorado tome conciencia de hasta qué punto le perjudica la división interna.

Es probable que eso no suceda aún en los comicios autonómicos y locales, donde el sistema electoral favorece, como en Andalucía, una proporcionalidad que puede otorgar mayorías tripartitas. Se trata de un espejismo que distorsiona la realidad de la escala nacional, con su cuello de botella en más de un tercio de las provincias: la clave del triunfo sanchista. Lo decisivo, en todo caso, no es que el PP sobreviva a la implacable selección darwinista sino que el modelo de sociedad abierta que ha defendido cuente con la necesaria masa crítica. Mientras el voto de la razón moderada no se imponga al voto emocional o de las vísceras, la derecha estará condenada, como Sísifo, al esfuerzo estéril de empujar cuesta arriba una piedra que siempre se le acaba cayendo encima.