Santiago González-El Mundo

Cada vez que un socialista invoca la decencia es como cuando Goebbels oía la palabra «cultura». Los que no tenemos revólver al que echar mano, nos limitamos a refugiarnos en una perplejidad melancólica.

La portavoz del Gobierno, que practica el énfasis con gran convicción, explicó en su comparecencia del viernes que la Sanidad Montón, también llamada Universal, era un asunto de «decencia política». El hoy presidente del Gobierno había hecho cumbre al espetarle a su antecesor en un debate electoral en 2015: «El presidente del Gobierno tiene que ser una persona decente y usted no lo es». La portavoz se explica con mucho detalle, razón por la que no puede contarlo todo. Nada dijo, por ejemplo, de la reunión de la víspera en Moncloa entre el presidente Pedro y el aspirante Pablo a cencerros tapados –cada vez me gusta más esta metáfora– para hablar de sus cosas. «Hay que acabar con el secretismo al hacer política, con las reuniones en los reservados de los restaurantes, con reuniones en los despachos en las que las decisiones se toman a espaldas de los ciudadanos», decía Pablo a Ana Pastor en La Sexta.

Es la transparencia. Zapatero, el modelo de Sánchez, había hecho especialidad de cambiar los contextos y anunciar actos de Gobierno en mítines de partido (todos los años en Rodiezmo las pensiones, y ante los concejales vascos de su partido el proceso de paz) y citaba en La Moncloa a sus barones para charlar de las cosas del partido. En una de esas le dio un infarto al líder extremeño Juan Carlos Rodríguez Ibarra.

Todo un invierno, del 21 de diciembre de 2005 al 20 de marzo de 2006, estuvo el compasivo Gobierno Zapatero ocultando un informe de la Guardia Civil sobre el ahogamiento de entre 1.200 y 1.700 inmigrantes en aguas de Canarias. Mientras la portavoz enseñaba la sonrisa institucional en la confianza de que el Aquarius no iba a generar efecto llamada, porque en los países de origen «tienen información más que suficiente de cómo se vive en Europa» y no cree que «una mayor flexibilidad se traduzca en más presión migratoria». Ni con la Sanidad Montón, ni con la retirada de las concertinas que promete Marlaska.

Solo pondré dos objeciones, la primera conceptual. Cuando Caldera tocó a rebato con el papeles para todos, argumentaban los socialistas que no habría efecto llamada, los inmigrantes no tenían internet en sus países de origen. Ellos quizá no, pero las mafias sí. La segunda está en los hechos: el mismo sábado en que Celáa se explicaba en los diarios, estos daban cuenta de que en Andalucía se había rescatado a medio millar de inmigrantes y se habían ahogado cuatro, y ayer se daba cuenta de 43 desaparecidos de una patera cerca del Cabo de Gata. Fueron más de mil el pasado fin de semana, aunque las almas más puras de la socialdemocracia no acierten a comprender cómo pudieron hacerlo: sin media docena de ministros coordinando la arribada, sin protocolos de acogida, sin el padre Ángel en el muelle. Pero el entusiasmo colectivo que ha despertado la gesta no llega para los nuevos. Le pasaba a Paco Rabal en Viridiana, después de rescatar a Canelo: No se fija en el segundo perro atado al segundo carro, no se puede estar a todo.