Vicenç Fisas, EL PAÍS, 29/8/11
Es lógico que la banda condicione su fin a que exista una representación política independentista
No es cierto que no hay nada más deseado para la población española y para la sociedad vasca que el final definitivo de ETA? Pues si es así, ¿no habría que hacer todo lo posible para que ello fuese una realidad lo antes posible? A veces, lo propio del sentido común queda enrevesado por frenos morales y cálculos de interés político, que impiden o retardan tomar las decisiones adecuadas. Eso es lo que puede suceder ahora, a tenor de las últimas noticias de que ETA estaría condicionando su fin definitivo a la legalización de Sortu y a ventajas para sus presos.
Con este mismo título, llevaba semanas pensando en escribir un artículo advirtiendo de las dificultades propias de la desaparición de un grupo armado, en la medida que siempre va condicionada a una negociación sobre los términos de su desaparición. Lo habitual en estos casos es que ETA llevara ya un tiempo manteniendo un diálogo discreto con el Gobierno para establecer los términos de su disolución. Que nadie se escandalice por ello. Es como se hacen las cosas en cualquier parte del mundo, y no conozco ningún fin de un grupo armado por arte de magia o por simple evaporación. Lo esperable es que un grupo armado quiera obtener unos beneficios razonables de su desaparición, y en el caso de ETA, en el momento actual, es lógico que condicione su fin a que exista una representación política que luche por la independencia del País Vasco desde las instituciones políticas y por medios democráticos, y que intente gestionar condiciones favorables para sus presos. No se trata de una amnistía, aunque advierto que en otros lares es lo habitual, sino de pactar con el Gobierno la salida de los presos que hayan cumplido una determinada condena, el fin de la Ley Parot y una amnistía para los perseguidos que no sean por delitos de sangre. Volverían personas exiliadas o huidas, y saldrían en libertad un número considerable de presos.
Un escenario como este no se ventila a través de un comunicado público, sino que se negocia, y no me extrañaría que se estuviera haciendo. Es lo más lógico. Es más, deseo que así sea, y que se haga con el mayor secretismo, por la simple razón de que de lo contrario, si se conocen los pormenores de la negociación, saldrán las voces de la derecha que prefieren que ETA continúe existiendo para demonizar a la izquierda abertzale, y algunas asociaciones de víctimas boicotearán el proceso. Y es lamentable que eso sea así, porque tenemos delante un bien superior, el fin de ETA, que debería ser suficiente para activar políticas flexibles, aunque sean dolorosas. Pero no hay ningún proceso de paz en el mundo que sea perfecto e indoloro, y lo digo con conocimiento de causa porque me dedico a seguir todos los que hay en el planeta. Todos van acompañados de medidas de gracia y de medidas que permitan la actividad política de quienes han empuñado las armas. En nuestro caso, y por las connotaciones terroristas de ETA, que la diferencian de un grupo armado de oposición convencional, no es de esperar que los etarras que salgan en libertad se presenten a las elecciones próximas, lo que sería demasiado violento, sino de que se integren a la vida civil de forma normalizada, dejando a la izquierda abertzale que ya ha madurado su estrategia política desde la no violencia, el protagonismo en la lucha electoral. Y sería deseable que Sortu fuera la expresión de este sector político-social que aspira a la participación democrática, en igualdad de condiciones que cualquier otra fuerza política.
ETA desaparece porque es débil, ciertamente, pero sobre todo porque ha perdido sentido para quienes le apoyaban anteriormente, y una organización de este tipo no puede funcionar sin una base social de apoyo. Las cosas han cambiado, para bien, y en ello ha sido fundamental el liderazgo de Arnaldo Otegi, que convendría que estuviera en libertad lo antes posible, precisamente para dirigir de forma inteligente los posicionamientos de la izquierda abertzale ante una coyuntura de normalización, haciendo de contrapeso de las torpezas del señor Garitano, ante un hecho tan sensible y fundamental, para ahora y más para el futuro, como es el reconocimiento a las víctimas de ETA y el reconocimiento del dolor causado en estos años. La izquierda abertzale tiene líderes que entienden eso perfectamente, y serán ellos los que deberán hacer posible que el fin de ETA y la salida de presos se haga de tal forma que no provoque nuevas violencias, sino que pongan las bases de una paulatina reconciliación para un pueblo que ya ha sufrido demasiado.
Vicenç Fisas es director de la Escuela de Cultura de Paz de la UAB y autor del Anuario de procesos de paz.
Vicenç Fisas, EL PAÍS, 29/8/11