José Alejandro Vara-Vozpópuli
Fernando ‘Pigmeo’-Marlaska señaló primero al adversario, lo que animó las dentelladas de la jauría. Un comportamiento indigno del responsable de la seguridad de los ciudadanos
Fue un gran juez, audaz y valeroso, de la estirpe de los Fungairiño, cuando la Audiencia Nacional era el cuerpo de los marines de la Justicia. Le plantó cara a ETA en el Faisán y se jugó la carrera en los tiempos tenebrosos de Pérez Rubalcaba. Ahora ha de asumir la humillación de que Adriana Lastra acuda ensu defensa. Más bajo no se puede llegar, dicen en el PSOE, donde siempre tuvieron a Grande-Marlaska por un juez conservador, con tics de la derechona, hasta que lo reclutó Pedro Sánchez como uno de sus fichajes estrella. Ni uno le salió a bien. Unos, por ocultar su patrimonio. Los más, por funcionar con sociedades tapadera. Alguno, por acercarse demasiado a Villarejo. Alguna, por apenas saber expresarse. Y razonar.
Sorprende que el responsable de Interior tenga dudas entre su pertenencia a una militancia sexual o su deber de defender los derechos de los ciudadanos
La ministra de Justicia, Dolores Delgado, cuando era fiscal, le tachó de ‘maricón’ en un ágape con gente de la mafia policial y de la otra. Una grabación muy difundida hizo subir el rubor a los profesionales del Derecho que aún conservan la vergüenza. «Las palabras no son importantes, son los hechos», respondió años después el aludido Marlaska, ya aposentado en el Consejo de Ministros y, por tanto, mutado ya en gran contorsionista de la ética. Es la política.
La consagración de la indignidad
Consecuencias, las hubo. Agresiones, palos, escupitajos, orinadas, insultos, persecución. Los representantes del partido naranja fueron hostigados y vejados durante dos horas hasta que llegó la Policía, que comanda el mencionado ministro, y pudo sacarlos de allí. Atropellados, mancillados tras el señalamiento por parte del ministro. Cosa seria.
Quizás su imperdonable actuación, mientras bailaba alegremente el ‘Sobreviviré’, se deba a la falta de coraje, al temor a que le rechacen los propios
Sorprende que el responsable de Interior tenga dudas entre su pertenencia a una militancia sexual o su deber de defender los derechos de los ciudadanos. Quizás su imperdonable actuación, mientras bailaba alegremente el «Sobreviviré«, himno oficioso de ese colectivo, se deba a la falta de coraje, al temor a enfrentarse a los suyos, a que le rechacen los propios. O quizás al sectarismo político, a esa inquina feroz contra quienes militan en otra órbita política.
Si aún tiene alguna duda, como esos cretinos satánicos que llenan las redes, debería plantearse irse a su casa. Ni siquiera volver a la toga, aunque podría, porque el CGPJ es laxo y afable con el poder.