“Marzo está siendo catastrófico para la recaudación tributaria”, decía aquí este domingo Francisco Núñez, “y abril puede ser aún peor, porque coinciden en este mes las declaraciones trimestrales de IVA y del pago fraccionado del Impuesto de Sociedades. Nadie se atreve a profetizar qué pasará en mayo o junio”. Según las fuentes consultadas por Núñez, “la caída de los ingresos públicos puede alcanzar entre el 30% y el 50% de la tributación, lo que podría llevar al Gobierno a una crisis de liquidez”. Abundando en la cuestión, y en otro gran trabajo, Jorge Sáinz abría ayer Vozpópuli afirmando que “el Gobierno tendrá que pedir un rescate a la Unión Europea para hacer frente a la crisis”, añadiendo que “en La Moncloa se da por hecho que habrá que acudir al MEDE (Mecanismo Europeo de Estabilidad) para contener el ingente endeudamiento público” que supondrán las ayudas que, a empellones, está arbitrando el Ejecutivo vía Real Decreto para tratar de paliar la situación de los sectores más afectados.
Son muchos, sin embargo, los que creen que pedir socorro al Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) será lo último que haga Pedro Sánchez o, dicho de otra manera, antes se arrojará al Manzanares desde el Puente de Toledo que acudir al MEDE. Un procedimiento que implica la elaboración de un memorandum of understanding con la petición expresa en euros, informe que sería contestado por otro (elaborado por la Comisión, el FMI y el BCE) dirigido a Madrid donde se detallarían una serie de condiciones, fundamentalmente centradas en un ajuste de caballo, a acometer por el Gobierno social-comunista para recibir el dinero. Lo cual supondría, por decirlo con una imagen gráfica, el desembarco en Barajas de los tan temidos hombres de negro con su palo y tente tieso. Una situación que recuerda la vivida por Portugal entre 2010 y 2014. Con el añadido, por lo demás, de que el MEDE dispone de liquidez por importe de 450.000 millones, una suma que se antoja muy corta para la cuantía de fondos que reclamaría el salvamento no solo de España, sino también seguramente de Italia.
No, Sánchez no acudirá a la puerta del MEDE en demanda de un macro préstamo y en esto imitará al estulto Rajoy cuando, en la que quizá fue la mejor decisión de sus años de Gobierno, resistió las presiones para pedir a Bruselas el “rescate país” que reclamaban hasta los más conspicuos empresarios del Reino. Pero, a diferencia de Rajoy, no lo hará por sentido de la responsabilidad o amor a España, sino por su personal conveniencia. El populista radical en que se ha convertido sabe que aceptar la presencia de los hombres de negro equivaldría a firmar su sentencia de muerte política, acusado de traidor por su base electoral. Por eso sigue insistiendo en el mecanismo de los eurobonos (bautizados “coronabonos”), en tanto en cuanto una mutualización (hablamos de obligaciones suscritas por la UE como tal y no por los diferentes Estados) de la deuda le permitiría salvar el match ball financiero que tiene planteado e incluso seguir gastando, en la seguridad de que otros vendrían detrás con la chequera dispuestos a pagar las copas de su derroche.
España ha conocido seis años de crecimiento económico y, sin embargo, no ha sido capaz de llevar a cabo una consolidación definitiva de sus cuentas públicas
Alemania, Holanda, Austria y Finlandia se han negado en redondo, una negativa tras la que subyace la radical desconfianza del norte hacia la escasa ortodoxia del sur en el manejo de las cuentas públicas, por no hablar de lo ocurrido con los fondos europeos recibidos durante años. Algo de razón no les falta. España ha conocido seis años de crecimiento económico y, sin embargo, no ha sido capaz de llevar a cabo una consolidación definitiva de sus cuentas públicas, antes al contrario, ha seguido gastando y generando déficits y deuda, hasta el punto de que su capacidad de endeudamiento es ahora mucho más endeble que la de Alemania, por ejemplo, con un ratio deuda/PIB en el entorno del 60%. La negativa de los ricos del norte le ha venido de perillas a nuestro atrabiliario aprendiz de Putin. Sánchez, que ha encontrado en esa UE reacia a mutualizar la deuda al nuevo chivo expiatorio al que culpar de futuros desastres. “Europa se la juega”, dijo el sábado con desparpajo en su ¡Aló presidente!, tras pedir a Bruselas “decisiones valientes y contundentes”. De cemento armado.
Una pesada herencia
Su situación, sin embargo, no es tan apurada como pudiera parecer. Es verdad que tiene que renunciar a esos “coronabonos” que le permitirían seguir gastando mientras otros pagan la cuenta, pero el señorín tiene margen para seguir financiando el gigantesco déficit que vamos a generar con esta crisis mediante el sempiterno recurso a la deuda, siempre y cuando tenga detrás al BCE dispuesto a comprársela, como es el caso. El respaldo de Christine Lagarde le va a seguir permitiendo acudir a los mercados financieros, sin que la UE esté ahora mismo en situación de exigir disciplina fiscal a nadie y mucho menos de imponer sanciones de ningún tipo. Sánchez podría incluso acogerse al programa OMT que en 2012 instauró Mario Draghi y que nunca ha llegado a utilizarse, aunque ahora el BCE baraja su puesta en marcha. Mediante dicho programa, el MEDE otorgaría a España un préstamo por una cantidad “simbólica” para las necesidades reales, digamos que 20.000 millones, y con escasa condicionalidad. El secreto estriba en que esa concesión permitiría al BCE la compra de forma ilimitada de emisiones de deuda española. La salvación del soldado Sánchez.
Alguien dijo que “estamos gobernados por aficionados y algunos tienen suerte”. Aficionados sin la formación cultural necesaria y sin la menor experiencia en gestión. Simples aventureros de la política. Trileros dispuestos a engañar al más pintado, al solo propósito de seguir reinando en solitario durante el mayor tiempo posible aunque sea sobre un erial. Lo cual quiere decir que al final de la pandemia que nos aflige estaremos ante un escenario de cuentas públicas parecido al que dejó Zapatero en 2011, aunque notablemente agravado. Las estimaciones más realistas hablan de una caída del PIB del 5%, un déficit para este año situado entre el 10% y el 11%, y una deuda pública que podría llegar al 120% del PIB, una pesada herencia para las futuras generaciones.
Cada vez se extiende más la sensación de que en buena parte del Gobierno se ha impuesto el lema del “cuanto peor, mejor”
De modo que Sánchez y su ‘troupe’ no necesariamente tienen que pedir el rescate a Europa, como la señora Merkel le ha recomendado. Es verdad que la falta de acuerdo entre los socios comunitarios ofrece de nuevo a los ciudadanos europeos un lamentable espectáculo de desunión. “El clima que reina entre los jefes de Estado y de Gobierno y la falta de solidaridad europea representan un peligro mortal para la Unión”, acaba de decir Jacques Delors, expresidente de la Comisión. El coronavirus, en efecto, podría ser el golpe de gracia para un proyecto que, una vez superada la pandemia, tal vez tenga que enfrentarse a su demolición y, en el menos grave de los casos, a un replanteamiento de la Europa a dos velocidades. Con ser graves, los problemas de la Unión nunca serían comparables a los que afronta una España en manos de una izquierda radical dispuesta, y cada día que pasa surgen nuevas señales de alarma, a hacer tabla rasa con la España que hemos conocido desde la muerte de Franco.
En efecto, cada vez se extiende más la sensación de que en buena parte del Gobierno, desde luego en los ministros de Podemos y posiblemente en el propio Sánchez, se ha impuesto el lema del “cuanto peor, mejor”. Cuanto más profunda sea la crisis y más desarbolado quede el tejido empresarial, más fácil será imponer esa agenda social bolivariana con sabor mediterráneo con la que sueñan algunos. El espectáculo de la ministra de Trabajo de IU blandiendo un discurso típico de la lucha de clases –nunca una palabra amable para los empresarios, considerados el enemigo a batir- es la prueba del nueve de ese intento de aprovechar la crisis para tratar de imponer una agenda social y económica de izquierda radical. “Vamos a asistir al surgimiento de un nuevo mundo, con formas de democracia que aspiran a redefinir el capitalismo y a restaurar un papel central para el Estado. Occidente saldrá exhausto de esta prueba”, afirmaba estos días el político francés Pierre Lellouche en Le Figaro. Es imprescindible, por eso, que la ciudadanía empiece a movilizarse –y naturalmente la oposición, como bien acaba de hacer Pablo Casado– pensando en el día después, porque, superada la pandemia, sobre el horizonte de tierra quemada económica asistiremos al intento de acabar con el modelo de convivencia que ha proporcionado a España los mejores años de paz y prosperidad de su historia.