Ignacio Varela-El Confidencial

  • El mensaje de Otegi, implícito en su discurso desde hace 10 años, debe traducirse así: nos derrotasteis militarmente, pero ahora os ganaremos políticamente aprovechando vuestra dejadez política y los instrumentos que nos entregáis

«El método infalible de apaciguar a un tigre es dejar que te devore».Konrad Adenauer

Ha pedido la portavoz del Gobierno a Arnaldo Otegi que pase de las palabras a los hechos. ¿Está segura, ministra? Yo diría que, con la trayectoria del sujeto, es preferible no hacer el experimento. Las palabras son peligrosas, pero no matan. 

El Sinn Féin administra la herencia política del IRA del mismo modo que Bildu —marca blanca rebautizada de Batasuna— administra la de ETA. Gerry Adams fue un terrorista como lo fue Arnaldo Otegi. Ambos conocieron la prisión no por sus ideas, sino por sus hechos de matarifes. Ciertamente, contribuyeron al cese de la actividad terrorista cuando percibieron que esta se había hecho tan insoportable socialmente que su continuidad hundiría sus proyectos políticos. Otegi sigue siendo el líder efectivo del conglomerado que en su día dio soporte a ETA y hoy conserva y alimenta su memoria.

Hay una diferencia trascendente. El Sinn Féin tiene siete diputados en la Cámara de los Comunes y nadie discute la legitimidad de esa representación, otorgada por las urnas. Pero si un primer ministro británico, apretado por los números, hiciera el menor amago de incorporar ese partido a su mayoría parlamentaria (lo que Iglesias llama “bloque de gobierno”), caería en 24 horas. Los primeros en tumbarlo serían sus propios dirigentes y diputados, porque una alianza como esa en el Reino Unido sería suicida para quien la intentara, fuera conservador, laborista o liberal. En las democracias sanas, el principio de no pactar con el terrorismo se extiende a sus albaceas testamentarios.

Tenemos 200 presos en la cárcel”. La expresión lo explica todo: no se usa el impersonal “hay 200 presos”, sino el muy personal, afectivo y comprometedor “tenemos”. Son nuestros, los nuestros. Son los gudaris que asesinaron en nuestro nombre y con nuestro respaldo. Son de la familia, son de nuestra sangre y, por serlo, se hartaron de verter sangre ajena. Por eso a los que salen se los recibe con el júbilo que corresponde al pariente que regresa de la guerra.

Bildu (antes Batasuna) es el partido de ETA hasta el punto de que la banda terrorista renunció a sus crímenes por salvar a su brazo político. Aquella renuncia hizo posible que una Constitución tan generosa como la española los considere legales, los acoja en sus instituciones representativas y les permita competir en las elecciones de la democracia que siempre querrán destruir. Pero de ahí a que un Gobierno democrático se ponga voluntariamente en sus manos hay un trecho que debería resultar insalvable para las conciencias civilizadas en general y para un gobernante responsable en particular. 

Hay muchos motivos posibles para votar un presupuesto. Puede hacerse porque forma parte de un programa de gobierno previamente pactado. Porque su contenido se negocia en interés del país o de ciertos sectores sociales. Por contribuir a la estabilidad. O porque se obtiene alguna ventaja de ese voto. En este caso, la ventaja públicamente declarada es conseguir que 200 terroristas salgan a la calle antes de tiempo.

La única respuesta posible para el presidente de un Gobierno decente es ordenar que se interrumpa inmediatamente cualquier negociación en curso con ese grupo. Ya pueden Sánchez y sus corifeos jurar lo contrario en siete idiomas: a partir de las palabras de Otegi, todos podemos sospechar con fundamento que un acuerdo presupuestario con Bildu vendría contaminado por un compromiso de soltar a los presos de ETA. El vómito de Otegi ante sus huestes es un hecho que corrompe por completo la naturaleza de una relación que desde el principio fue tóxica y difícilmente explicable. 

El mensaje de Otegi, implícito en su discurso desde hace 10 años, debe traducirse así: nos derrotasteis militarmente, pero ahora os ganaremos políticamente aprovechando vuestra dejadez política y los instrumentos que nos entregáis. Primero, os ganaremos en las elecciones (ya lo han hecho: hace mucho que Bildu superó a los socialistas en el País Vasco y la hipótesis de un lendakari de Bildu no es ninguna locura en el medio plazo). Después, haremos que vuestros gobiernos dependan de nuestros votos (también lo han hecho, en Navarra y en España). Finalmente, conseguiremos en la paz lo que no conseguimos con las armas, sacar España de Euskadi como paso previo para sacar Euskadi de España. En ello están: los nacionalistas catalanes tiran cohetes cuando consiguen pasar del 50%, pero en el País Vasco los votos nacionalistas ya se aproximan al 70%.

Arrepentimiento, condena, acto de contrición, propósito de enmienda: todo eso que se le exige a Bildu son macanas de catecismo. Mientras esperamos inútilmente a que pidan un perdón que siempre sería fingido, se ha renunciado a lo único importante, que es completar la victoria operativa con una victoria política que los reduzca a la inoperancia para condicionar el funcionamiento de la democracia y les haga abandonar toda esperanza de conquistar el poder y desmembrar el Estado. 

Sería imperdonable para los demócratas que, tras fracasar en el intento de derrotarnos con sus armas, nos derrotaran con las nuestras. Pero se lo estamos poniendo fácil. Poner la gobernación de España en manos de quienes aspiran a disolver España es un disparate histórico que se pagará muy caro.

Ciertamente, hay que tratar con las fuerzas extremistas y ‘destruyentes’ cuando representan a sectores importantes de la sociedad, controlan parcelas importantes de poder y tienen gran capacidad desestabilizadora. Pero la única forma sensata de hacerlo es mediando una concertación previa de las fuerzas constitucionales que blinde los gobiernos y el resto de las instituciones, privando a sus enemigos de la posibilidad de tenerlos cogidos por el cuello. 

El mayor problema no es que el partido de Sánchez sea socio y aliado de grupos como ERC y Bildu (salvando las distancias entre ellos), es que ha aceptado ser su rehén. La oposición democrática debería también contribuir a evitarlo en lugar de regodearse en ello, esperando cobrarse la recompensa electoral. 

Me importa un comino que Otegi y los suyos condenen a toro pasado los crímenes que alentaron, pidan perdón a las víctimas o finjan cualquier clase de pesadumbre por lo que hicieron, si mientras tanto los dejamos seguir creciendo. No deberíamos estar tranquilos hasta conseguir que se queden sin votos en Euskadi y sin fuerza política condicionante en Madrid. El 20 de octubre de 2011 terminó una batalla, pero comenzó otra, la política, que estamos perdiendo por incomparecencia, cuando no directamente por entreguismo. Lo que viene siendo dormir con la bestia, confiando en que las sábanas de seda la apaciguarán.