IÑAKI ARTETA-LA RAZÓN

  • La izquierda orgánica española les ha adjudicado secretamente un rol, el de “soldados”, “gudaris”, exactamente como ellos mismos se han autodenominado tradicionalmente
La política antiterrorista del final de ETA va llegando a su final. El público expectante. Los capítulos diseñados con calculada anticipación se suceden con fluidez. Y quedan pocos ya. Todos muy extraños para un público que puede comprobar cómo lo que ocurrió ¡y vio con sus propios ojos! puede convertirse, al gusto del director de turno, en una ficción irreconocible. Fueron gente organizada para matar en un país democrático. Enrevesado y tremendo el argumento, pero resulta que llegando al presente, en un tercer acto definitivo, aún se convierte en algo más raro: esa gente que asesinó, transmutada en personas de bien sin proceso de conversión alguno, es capaz de absorber la atención de ese gobierno democrático europeo convirtiendo la trama en un mal sueño distópico en el que aquellos perpetradores, ahora tratados como soldados con ideales, son invitados a cenar con ministros en sitios cool para hablar de su porvenir.

“¿Quiénes son los vencedores y quiénes los vencidos después de tantos asesinatos y miles de víctimas?”, se anuncia como resumen en la contraportada del libro de Rogelio Alonso, “La derrota de vencedor”. Se ha opinado mucho sobre la cuestión y se pueden encontrar argumentos válidos tanto entre los que opinan que se derrotó a ETA (la guardia civil pudo con ellos, no consiguieron sus objetivos finales), como en los que observan con sentimiento de humillación los maravillosos discursos humanitarios o sociales de sus herederos, pronunciados en la tribuna del Congreso de los Diputados con altivez propia de aristócratas de otra época.

Así, en frío ¿qué puede parecernos que un asesino como el llamado “Kubati”, autor de 13 asesinatos, llegue a tener esa familiaridad con todo un ministro de interior de nuestro país? ¿de verdad pudimos imaginar algo así? Un político (PSOE) en campaña chillaba estos días a sus contertulios con exigente enfado: “¡hay que perdonar a los verdugos!”. Como con rabia, curiosamente, como incapaz de no perdonar a los que no comparten lo suyo. Qué corazón tan grande con los asesinos, tan duro con los demás.

Para “perdonar a los verdugos” ¿no convendría primero tomarse la molestia de investigar hasta saber el nombre de todos y cada uno de ellos? ¿No sería mejor preocuparse de que las víctimas lleguen a perdonarnos a los demás por todo lo que no hicimos por ellas? “Perdonar a los verdugos”. Si en realidad fueran considerados verdugos nadie osaría a pedir su perdón. A los asesinos reincidentes se les mete en la cárcel y nos olvidamos de ellos. Nadie quiere volver a verlos.

Lo que ocurre es que a esta gente la izquierda orgánica española les ha adjudicado secretamente un rol, el de “soldados”, “gudaris”, exactamente como ellos mismos se han autodenominado tradicionalmente. Y como soldados tuvieron unos ideales y como soldados tuvieron que matar, había un opresor salvaje y un pueblo pequeño, sufriendo por sus derechos arrancados a la fuerza. Un militante etarra al que entrevistamos para mi última película (“Bajo el silencio”) dice: “Las razones de un militante de ETA, no son el lucrarse o el tener un estatus mejor, sino conseguir unos objetivos políticos, unos ideales”. Añade después: “ETA era una organización armada y actuaba en un contexto que entendía que era de conflicto severo, de guerra. Entonces, en la guerra pues hay enemigos”.

Lo que viene a significar “no nos llamen chorizos”, “no nos llamen asesinos”. Eso es vulgar, llámennos soldados. Porque al ser catalogados como soldados todo cambia, se reconoce que hubo un conflicto, una guerra, y es posible perdonarles. Cumplían una misión: todo por la patria. Y como soldados, al terminar la guerra y dejar las armas para no matar más, han colaborado en la paz, así que ahora hasta coincidimos en sus planteamientos políticos y sociales, por eso no tenemos ningún problema para que nos ayuden a gobernar el país. Además, son nacionalistas y de izquierdas. Y no hay pedigrí superior en este país.

¿Les gusta este guion? Pero no, no son soldados porque no hubo guerra: son criminales. Nuestra democracia se degrada, dicen en el extranjero. “Nunca el crimen será a mis ojos un objeto de admiración ni un argumento de libertad; no conozco nada más servil, más despreciable, más cobarde, más obtuso que un terrorista”. Chateaubriand en sus “Memorias de ultratumba”, 1848.