JON SEGOVIA–El Correo

  • El liderazgo adaptativo tiene un riesgo, el de perder las siguientes elecciones
Asistimos a tiempos en los que nuestros gobernantes dudan sobre la postura más adecuada a tomar ante la evolución actual de la pandemia. O, más bien, ante la deriva que está tomando la reacción de la población ante la misma. Creo que el motivo principal es la falta de autoridad informal.

Liderar es movilizar a otros para resolver desafíos. Desafíos que pueden ser de dos tipos: técnicos, como instalar una plataforma petrolífera en el mar del Norte, o adaptativos, mucho más complejos de resolver. La salida paulatina de esta pandemia plantea un desafío claramente adaptativo. Me explico.

Los retos técnicos pueden ser de una complejidad enorme. Sin embargo, son desafíos en los que un conjunto de expertos técnicos tiene suficiente ‘expertise’ para resolverlos. Son viejos problemas conocidos cuyas dificultades suelen venir más de la disponibilidad de recursos (tiempo y dinero) que desde otras vías. Los verdaderos problemas que nuestros gobernantes están afrontando hoy no son de esa índole. Se enfrentan a un desafío para el que los expertos técnicos no tienen todas las soluciones. No hay respuestas para todas las preguntas.

Nos afanamos en tratar de responder y solucionar técnicamente problemas mucho más complejos, y nos equivocamos si se trata de plantear bien el problema. En casos como este, la tarea principal de los gobernantes no se soluciona con recursos, sino buscando un equilibrio adecuado entre el uso del poder y la libertad. ¿Cómo logro que los ciudadanos me hagan caso? ¿Por qué son tan inconscientes y poco solidarios? ¿Cómo los convencemos sin privarlos de libertad? Estamos ante un desafío adaptativo en pura regla (dentro del cual hay algunos problemas técnicos).

Para liderar un desafío adaptativo como el covid-19, un(a) gobernante(a) puede disponer de dos tipos de autoridad: la formal, denominada como ‘potestas’ en la antigua Roma, y la informal, también llamada ‘auctoritas’. La primera (potestas), es el cargo propiamente dicho. Es decir, al ser elegido(a) presidente(a) de un territorio, los ciudadanos otorgamos a esa persona la autorización para que nos entregue un servicio, en este caso gestionar ese territorio. Y para ello aplica el poder que le confieren urnas y leyes. La segunda, la auctoritas, se gana, se obtiene mediante un reconocimiento informal.

El problema es que muchos gobernantes se basan en exceso en la potestas en su ejercicio de gobierno, y cuando ese poder les falla por falta de respaldo ciudadano o legislativo se vuelven extremadamente frágiles. Eso es lo que está sucediendo ahora. A la falta de credibilidad con la que venían se les ha sumado la falta de un respaldo legislativo adecuado para gestionar el nuevo escenario. Han olvidado que la autoridad informal (auctoritas) es también una parte esencial para ejercer el liderazgo. Gestionar las expectativas de quien te ha dado el poder, aprender a generar confianza, escuchar primero para después ser escuchado, empatizar con las personas, saber hablar su lenguaje es también una parte importante del ejercicio del liderazgo.

También es necesario entender que hay diferentes facciones e intereses entre la población y hay que orquestar el conflicto. Hay que hacerles partícipes del problema. No hay respuestas fáciles a problemas complejos. No hay soluciones técnicas absolutas a desafíos adaptativos como la salida paulatina de la pandemia. El liderazgo adaptativo es un ejercicio de riesgo, el de perder las siguientes elecciones. No es fácil. Debe generarse una tensión adecuada entre las partes implicadas para ponerlas a todas a trabajar en la búsqueda de una solución común. Ni estresarlas en exceso, ni permitir que evadan el trabajo cargándolo sólo a los políticos. Sólo los grandes líderes son capaces de hacerlo.

El cese del estado de alarma ha debilitado a nuestros gobernantes para ejercer el poder formal. Pero les queda ejercer la autoridad informal. Sin ella no tendrán éxito al abordar cuestiones tan complejas como la salida paulatina de la pandemia. Orquestando adecuadamente el conflicto entre las diferentes facciones implicadas: oposición, comunidad científica, económica, trabajadores y sociedad en general. Cada uno de los cuales tiene una posición diferente. Actuando como mediadores, desde la humildad de quien en ocasiones reconoce no tener todas las respuestas. Escuchando sus diferentes perspectivas y preocupaciones, tratando de que al mismo tiempo aporten soluciones. Movilizándolos. Comprometiendo a cada uno de ellos en la perspectiva de los otros, de modo que cada facción aprenda de la otra.

Ganar esta autoridad informal como mediador significa ganar confianza, es decir, ser predecible. Y para ello dos son los componentes clave: valores predecibles y aptitudes predecibles. Cuestiones que lamentablemente escasean en la política actual.