Gobierno demediado

Ignacio Camacho-ABC

  • Mucha discrepancia, mucho desencuentro, mucho postureo de protesta pero ni ellos se van -¿a dónde?- ni Sánchez los echa

Las ministras y ministros de Podemos están en desacuerdo con el giro de Sánchez respecto al Sahara. Las ministras de Podemos están en desacuerdo con el envío de armamento español a Ucrania. (En este caso los ministros, dos, adoptaron una postura más equilibrada). Los ministros y ministras de Podemos están en desacuerdo con la bajada de impuestos sobre los carburantes para reducir su precio. Las ministras de Podemos discrepan de las del PSOE en los conceptos de la ley de autodeterminación de género. Las ministras y ministros de Podemos discreparon de la contrarreforma laboral -aunque la acabaron asumiendo-, de la política económica de Nadia Calviño, de las ideas de Escrivá sobre la reforma de las pensiones y del trato de la Agencia Tributaria a Juan Carlos I, que consideraron un privilegio. Pero ninguno de esos desencuentros, aireados con pataleo de protestas, gestos de desagrado y otros aspavientos, resulta suficiente para que los ministros y ministras de Podemos se decidan a abandonar el Gobierno, cuyo carácter colegiado significa que todas esas medidas a las que se oponen cuentan jurídicamente con su consentimiento. Es decir, que las armas suministradas a la resistencia ucraniana también las han enviado ellos pese a su manifiesta repugnancia por la colaboración en el conflicto bélico. Y que el reconocimiento de la soberanía de Marruecos sobre el Sahara tiene su visto bueno. En suma, que toda esa presunta disconformidad es mero postureo.

En sentido inverso, el presidente tampoco otorga importancia al hecho de que la cuarta parte de su nutrido Gabinete rechace decisiones de teórica trascendencia estratégica. No considera que su autoridad quede cuestionada ni que la ruidosa disidencia debilite la cohesión del Ejecutivo ante la Unión Europea o impida que aliados influyentes como Estados Unidos lo incluyan en sus rondas de conversaciones secretas. Ni siquiera parece sentirse molesto ante la evidencia de que su equipo sufre una fractura interna que de producirse entre miembros de su partido acabaría de mala manera. Sólo se le nota una cierta incomodidad cuando determinados temas suscitan más apoyo de la oposición que de sus socios de izquierda. Pero no está dispuesto a abordar una crisis que acorte el mandato. Prefiere plegarse sobre sí mismo obviando su condición de líder (?) o de árbitro de un Gobierno demediado con un montón de carteras sin otro cometido claro que el mantener en nómina una pléyade de altos cargos incapaces de justificar su trabajo. Se ha dado, y más de una vez, el caso de que las mismas compañeras de cuota de la vicepresidenta Díaz le reprochan veleidades sanchistas para discutirle el ya de por sí dudoso papel de referencia alternativa. Y a esta rebatiña, inexplicablemente consentida por quien al menos debería ejercer la función propia de su jerarquía, tienen el cuajo de llamarla política progresista.