Isabel San Sebastián-ABC

  • El ministro de Consumo encarna el prototipo del ‘apparatchik’ parásito que abunda en el Gobierno Frankenstein

Debemos agradecer al ministro de Consumo haber dejado al desnudo una de las facetas más sangrantes del Frankenstein que nos gobierna: su total y absoluta indigencia intelectual; su inepcia. Destacamos con frecuencia la tendencia patológica a la mentira de Pedro Sánchez, así como su relativismo rayano en la psicopatía. Nos alarma el sectarismo de Podemos, cuya reforma laboral, sin ir más lejos, agravará a buen seguro la ya dramática situación del empleo en España, campeona de paro de la UE. Sentimos indignación, asco y rabia ante la catadura moral y política de sus socios parlamentarios, integrantes de partidos justificadores del asesinato y defensores del golpismo, cuyo propósito declarado es romper la unidad nacional. Pero rara vez hablamos de la profunda irresponsabilidad inherente a dejar en manos de incapaces la gestión de la cosa pública, por no mencionar la afrenta resultante de comparar los sueldos y prebendas de los que gozan esos cargos con la situación económica y laboral de incontables ciudadanos infinitamente mejor preparados y dispuestos a trabajar mucho más.

Alberto Garzón encarna el prototipo del ‘apparatchik’ parásito. En el apartado ‘información profesional’ de su currículum oficial se lee: «político y economista». Nada más. Y es que no ha hecho otra cosa en su vida. Terminó a duras penas una carrera mientras militaba en el PCE y ha vivido siempre de esa militancia, de esas siglas, de los impuestos que pagamos con nuestro esfuerzo los trabajadores de verdad; es decir, quienes trabajamos para financiar las poltronas no ya inútiles, sino altamente dañinas de personajes como él. Garzón no tiene la menor idea de lo que es levantar una persiana, pagar una nómina o una cuota de autónomo, cuadrar un balance y no digamos levantarse antes que el sol para poner en marcha la ordeñadora. Desconoce por completo cuál es la realidad empresarial del sector ganadero español pese a lo cual se permite el lujo de criticarlo en un periódico británico, causando un daño reputacional difícilmente reparable. ¿Qué más le da? ¿Qué sabe él de sacar adelante un negocio o una explotación agrícola? Lo suyo son las consignas de niñato mimado que repite lo escuchado en el mitin de turno o lo leído en el último panfleto pijoprogre redactado por algún ecologista de salón que no ha pisado el campo en su vida.

Su mullido presente está asegurado por la cuota de poder que corresponde a los comunistas en el Gobierno de Sánchez y en el futuro sabe que lo acogerá algún pesebre bien surtido de dinero público. Como dijo su antiguo compañero Errejón, ahora que tienen mando en plaza deben crear un número de abrevaderos suficiente para garantizarles a todos un buen pasar cuando lleguen las vacas flacas electorales, lo cual no tardará en suceder a tenor de su brillante gestión. Ya lo vimos en Madrid, lo veremos pronto en Castilla y León, Andalucía y quiera Dios que en España. ¡Gracias, Garzón!