Joan Tapia-El Confidencial
Tres grupos (y la CUP) se pelean, cada día más descaradamente, por marcar la hoja de ruta del independentismo
La lectura que todo el mundo hizo del 21-D fue que el independentismo había salvado su mayoría absoluta. El 155 de Rajoy había funcionado a medias: la independencia estaba fulminada, pero el independentismo recuperaría la Generalitat. Recuperar sus honras y sus pompas —sus cargos y sus presupuestos— era un objetivo tan elemental que ninguna diferencia lo podría impedir.
Hoy las cosas son algo diferentes. Rajoy sufre porque —con mayoría independentista y al haber sido vapuleado por Cs— el partido de Albert Rivera aparece ante los españoles no solo más joven, y con un pasado menos criticable, sino también como más eficaz ante el separatismo. El conflicto catalán, que hasta hace poco en el resto de España beneficiaba al PP y castigaba al PSOE, ahora alienta un posible salto hacia delante de Cs a costa del PP. Y alguien dice que la culpa es del propio Rajoy que no hizo como John Kennedy, que nombró fiscal general a Robert, su hermano. Los hermanos escuchan más.
El discutido recurso de Soraya al Constitucional agudizó la reflexión de ERC y condicionó a Torrent
En Cataluña, la mayoría independentista sigue ahí y lo más probable es que acabe formando Gobierno. Pero desde el pasado martes 30 de enero, cuando el presidente del Parlamento, Roger Torrent, suspendió de repente el anunciado pleno de investidura de Carles Puigdemont, las grietas en el interior de independentismo se van haciendo cada vez mayores y más visibles.
El discutible recurso de la vicepresidenta al Tribunal Constitucional, consiguiendo de penalti que en términos inequívocos se prohibiera la investidura no presencial de Puigdemont, tuvo efectos. ERC y Torrent decidieron que no podían empezar la legislatura como habían acabado la anterior: partiendo el Parlamento en dos mitades enfrentadas a muerte y desafiando al Constitucional y al Estado. Para ERC, el independentismo ha sobrevivido, pero está malherido y no puede apostar —sin precauciones— a investir a un fugado de la Justicia. La cabeza de Junqueras duerme en Estremera mientras que la de Puigdemont se agita por Bruselas, y no se trata de que la de Torrent o la de Marta Rovira acaben como la de Junqueras.
El viernes pasado —sin acuerdo con ERC—, Junts per Catalunya (JxCAT) presentó un proyecto de ley para aprobar por la vía de urgencia una nueva Ley de Presidencia que facultaría la elección no presencial de Puigdemont. Aquella misma noche —y a la mañana siguiente Marta Rovira—, los negociadores de ERC ya decían que no suscribirían un acuerdo parcial para la investidura. O había pacto total —reconocimiento en Bruselas de la figura de Puigdemont, investidura legal y efectiva de otro ‘president’ en Cataluña, plan del nuevo Gobierno para la legislatura y reparto concreto (más allá del ‘fifty-fifty’ de principio) de las ‘consellerías’— o no habría pacto.
El divorcio dio un salto el domingo, cuando la ANC exigió movilizaciones si la investidura de Puigdemont se retrasaba. ¿Contra ERC?
El domingo, la ANC (próxima a JxCAT, ya que el número dos de su lista es Jordi Sànchez, presidente de la ANC hasta hace poco) lanzó un potente obús contra ERC al exigir la rápida investidura de Puigdemont y llamando a movilizarse si no se producía.
Pero ERC no se movió. Su portavoz parlamentario, Sergi Sabriá, insistió en que el único candidato era Puigdemont pero que la investidura debía ser efectiva —usando las dobleces del lenguaje cardenalicio—, pero Oriol Junqueras, desde Estremera y en unas declaraciones escritas a Telecinco, fue más rotundo: Puigdemont no podía ser un presidente efectivo.
Y ayer pasó lo que se veía venir. Torrent no admitió a trámite la Ley de Presidencia de JxCAT, aduciendo que se pedía al mismo tiempo la aprobación por lectura única y por urgencia extraordinaria, y la retrasó hasta la junta de portavoces de la semana próxima. Pero, al mismo tiempo (otra vez la habilidad cardenalicia), anunció recursos ante el propio Constitucional y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos contra la decisión del TC de prohibir la investidura de Puigdemont. Lo que pasa es que Torrent y ERC —razonablemente— no quieren desafiar a las bravas al TC.