Grumetes

ABC 19/09/16
IGNACIO CAMACHO

· Los escándalos de corrupción han dado visibilidad en el PP a un núcleo discrepante dispuesto a marcar líneas de ruptura

TODAVÍA no se trata de un conflicto, pero sí de una incipiente y cada vez más visible disidencia. El mayor partido del país no podía quedar al margen del antagonismo generacional que atraviesa y en buena medida determina la actual política española, cuya crisis responde a la tensión con el pasado, al choque cíclico entre las fuerzas de la renovación y las del continuismo. Esa confrontación recurrente y natural, que discurre ahora alrededor del eje argumental de la corrupción, aflora en el PP a través de un debate creciente que apenas pueden ya solapar los intereses de poder ni la sagrada cohesión interna. Los escándalos de Soria y Barberá han dado visibilidad a la existencia de un núcleo discrepante en clara disconformidad con la actitud contemporizadora o resignada de la dirección: una especie de joven guardia dispuesta a marcar una línea de ruptura.

La unidad en torno al liderazgo de Rajoy es indiscutible por ahora, al menos mientras el presidente albergue esperanzas de reelección. Pero la generación emergente, desde la vicepresidenta Santamaría a Feijóo pasando por los Maroto, Cifuentes o Alonso, reclama con abierto desahogo una reacción más contundente ante las sospechas de venalidad. Una condena más firme y resuelta, acorde con la exigencia del paradigma social. Este grupo con clara vocación de relevo entiende que las expectativas de mayoría dependen de la capacidad del partido para sintonizar con la sensibilidad del electorado joven que lo ha abandonado harto de abusos y deseoso de una catarsis de ejemplaridad. Su patente desagrado es una presión directa sobre el marianismo, enrocado en la cautelosa protección de los veteranos dirigentes que acompañaron al líder en la dura travesía post-aznarista. En ese desmarque de la doctrina oficial no sólo late el germen de una pugna a medio plazo por la refundación del centro-derecha; se trata de una defensa inmediata contra la amenaza de aislamiento que pesa sobre una organización acostumbrada a desoír el ruido de la calle.

Frente a ese impulso de renovación biológica y ética, Rajoy se agarra a un presentismo utilitario, casi de emergencia. La rocosa resistencia electoral del PP se basa en su hegemonía entre los mayores de 50 años, pragmáticos votantes de clase media que observan la corrupción con una mirada relativista. Es una fuerza de crecimiento limitado pero de consistencia sólida; con el voto útil del miedo a la izquierda puede incluso subir unos cuantos escaños. El presidente ahora piensa en mantener el Gobierno, no en recuperar la mayoría, y no está para operaciones de largo alcance. Su talante conservador le empuja al blindaje y a la solidaridad de funcionario de partido; contempla la inquietud de los jóvenes con una cierta condescendencia de viejo marino ante grumetes asustados por una tormenta. Ésta la va a cruzar junto a la tripulación que lo ayudó a subir al puente de mando.