Javier Zarzalejos-El Correo

  • Muchos europeos piensan que el problema de Gaza es Israel en vez de la estrategia desestabilizadora de Irán. Y ven inevitable la derrota de Ucrania

Empieza a cundir el temor de que el 7 de octubre de 2023 haya abierto la caja de Pandora. A medida que nuevos actores se suman al conflicto, directa o indirectamente, la contienda abierta por el ataque terrorista masivo de Hamás contra Israel aparece como una guerra de guerras, el detonante de otros enfrentamientos latentes y la espita abierta para las estrategias de confrontación en el mundo islámico y más allá.

El Estado Islámico reivindica el atroz atentado en la ciudad iraní de Kernán que causó la muerte a más de 80 personas. Estados Unidos está llevando ataques contra milicias proiraníes en Irak y tiene en el grupo hutí de Yemen, también proiraní, la fuerza que está mostrando una gran capacidad disruptiva del trafico marítimo en el mar Rojo. La eliminación del ‘número’ dos de Hamás, atacado por un dron en una vivienda en Líbano, en una acción atribuida a Israel, añade tensión a un conflicto en el que el frente norte en la frontera israelo-siria-libanesa, donde opera Hezbolá, va cobrando una importancia potencialmente mayor para la seguridad de Israel que los ataques que pueden llegar de Gaza.

Cuando hablamos de Siria no solo se trata de Irán, sino que Rusia está muy presente militarmente, con influencia directa como la que le da el control del espacio aéreo de ese país. En el conflicto de Gaza se están empezando a hacer visibles factores no solo regionales sino globales que ponen a prueba la determinación y la capacidad occidental para garantizar la seguridad, desde el tráfico marítimo en el mar Rojo -con España ausente- hasta la probabilidad de atentados terroristas en nuestro suelo. Mientras tanto, la guerra de Ucrania frente a la invasión rusa constituye la prioridad para Europa, que teme las consecuencias del eventual retorno de Trump a la Casa Blanca y la quiebra más que posible que ello puede suponer para la relación transatlántica y el futuro de la OTAN.

Tanto la Alianza Atlántica, en la cumbre de Madrid, como la Unión Europea han hecho un esfuerzo por actualizar su doctrina estratégica, identificar riesgos y amenazas y articular respuestas. No parece, sin embargo, que el empeño resulte suficiente a la vista de cómo evolucionan los acontecimientos. Existe, para empezar, una asimetría en la forma en la que se enfocan estos conflictos. Mientras Rusia e Irán, dos Estados claramente conjurados contra un orden internacional basado en reglas, conciben su política exterior de una manera global, tanto Europa como EE UU fragmentan su respuesta.

Para Irán, su apoyo a Rusia en la invasión de Ucrania y el control de grupos terroristas y milicias paramilitares en Oriente Próximo no son realidades desconectadas entre sí; forman parte de una estrategia global de desestabilización y confrontación con Occidente. Entonces ¿cuál es la respuesta al régimen teocrático de Teherán que está presente como actor principal en Gaza, Cisjordania, Yemen, Ucrania, Líbano y Siria y ha establecido alianzas firmes con autocracias como la Venezuela de Maduro? A la vista está que insuficiente y, por tanto, alentadora para los peores propósitos iraníes, incluida la consecución del arma nuclear, que es un riesgo que se sigue sin calibrar en toda su gravedad. Las sanciones deben endurecerse y hay que adoptar medidas más firmes en otros terrenos como la inclusión de la Guardia Revolucionaria -verdadero motor del régimen- en la lista de organizaciones terroristas de la UE.

De la misma manera, tampoco es posible que la UE se resigne a contemplar pasivamente cómo un Trump en su segundo mandato rompe la relación atlántica y se desentiende de sus responsabilidades globales de seguridad. Europa, por su parte debe decidir si su apoyo a Ucrania esta dirigido a que este país resista hasta no se sabe dónde o a que gane la guerra. Porque si este último es el objetivo -y debería serlo-, Kiev necesita más y mejor apoyo financiero, militar y armamentístico.

La Europa que consume y viaja parece muy alejada de muchas de estas preocupaciones de seguridad. Muchos piensan que el problema en Gaza es la respuesta israelí, en vez de una estrategia de desestabilización apadrinada por Irán para impedir la normalización de las relaciones entre el mundo árabe e Israel. Y ahora, a medida que pasan los meses, parecen aumentar los que ven inevitable que Ucrania sacrifique su integridad territorial para satisfacer a Rusia y se acabe una guerra que no tiene visos de encontrar una solución militar cercana.

Si estas percepciones llegaran a imponerse, la equivocación sería histórica y cada supuesta solución no haría otra cosa que engendrar un nuevo problema mayor y más peligroso. De ahí lo histórico de un error que elude afrontar de cara las amenazas.