El Correo-MIQUEL ESCUDERO

El próximo 21 de diciembre, el Gobierno de Pedro Sánchez va a celebrar en Barcelona un Consejo de Ministros. Es un gesto que quiere ser amable e integrador, pero los secuaces del presidente de la Generalitat, Quim Torra, y de la CUP ya han anunciado alborotos en la Ciudad Condal. La semana pasada, un puñado de elementos de los CDR (siglas de lo mismo, la cuestión es poner muchas, aparentar ser muchos y amedrentar a los incautos; todo muy arcaico) se plantaron en unas autopistas catalanas y se enseñorearon de ellas (las carreteras siempre serán suyas, como las calles), cerraron el tránsito todo lo que quisieron (unas 15 horas), hicieron destrozos (que pagaremos todos) y se fueron a casa cuando les dio la gana.

Sus fechorías les salen gratis. Jugando a falsos Robin Hood, subieron luego las barreras de los peajes, para que los conductores no tuvieran que pagar. Si a uno de nosotros nos diese por hacer una gamberrada mil veces menor, la pagaríamos cara, pero no nos protege el ‘procés’ como a ellos durante todos estos meses.

Como es habitual, los Mossos d’Esquadra actuaron tarde y mal. No tengo duda sobre su profesionalidad, pero priman las órdenes de sus jefes políticos. Tanto el fanático Torra como el ‘conseller’ de Interior, Miquel Buch, cargaron contra la Policía autonómica porque el 6 pasado de diciembre sus fuerzas intervinieron contra los protegidos de Torra («apretad») para evitar males mayores en las localidades de Terrassa y Girona. Además de censurarlos y desacreditarlos, les amenazaron con una purga. El sindicato de la Ertzainza Erne salió en defensa de sus compañeros catalanes y acusó al Govern de «pisotear, humillar y maltratar» a los Mossos, y ‘dinamitar’ los pilares en que se sustenta una policía democrática, que protege las libertades y derechos de los ciudadanos.

La amenaza en Cataluña a la convivencia es rotunda, está en peligro: no nos engañemos y no engañemos a los demás. En esta circunstancia, el sindicato vasco ha reclamado la aplicación inmediata de una resolución del Consejo de Europa sobre la necesidad de preservar «la integridad, imparcialidad y dignidad» de los agentes de las fuerzas de seguridad.

Los CDR la quieren liar parda el próximo 21 de diciembre en Barcelona. El Gobierno no puede tardar más en aplicar la Ley de Seguridad Nacional y tener bajo su control al cuerpo de Mossos d’Esquadra. La ‘política del ibuprofeno’, en palabras de Josep Borrell, no ha funcionado. Era sabido. En todo caso, proteger las libertades públicas en Cataluña y el libre ejercicio de los derechos fundamentales es su deber. No se puede esperar a que estos odios produzcan una sola muerte violenta.

Estos días el presidente de la Generalitat ha invocado la vía eslovena de insurrección. El angelito acaba de pasar dos días en Montserrat haciendo ayuno solidario con los políticos presos en huelga de hambre; según una información que no puedo contrastar, toman batidos proteicos.

‘La Constitución, 40 años de Democracia’ ha sido el título del homenaje a la Carta Magna que esta semana ha organizado el Club Tocqueville, que preside el escritor Valentí Puig. Un coloquio en la sala de actos del Colegio de Abogados de Barcelona (llena a rebosar, con el alcaldable Manuel Valls sentado en primera fila). Me voy a referir a uno de los intervinientes: Alfonso Guerra. El legendario diputado de las Cortes constituyentes se mostró mucho menos cáustico de lo que era habitual en sus años de ejercicio, pero fue muy claro y sensato. Definió el consenso de la Transición como el «catálogo de las renuncias que todos tuvimos que hacer de nuestras ideas», fue una hazaña y no una traición. De este modo se alcanzó un armisticio (fin de hostilidades entre los españoles), germen de continuidad de un régimen democrático. Dejamos de ser súbditos y pasamos a ser ciudadanos.

«Nadie nos impuso nada», como repiten los populistas. En cambio, nadie advierte que la admirable Constitución alemana fue hecha en 1949, con los tanques de cuatro potencias extranjeras. Sus artículos del 1 al 20 no se pueden modificar, hay una cláusula de intangibilidad. La nuestra es la más abierta, se puede cambiar de abajo a arriba. Alfonso Guerra se mostró partidario de hacer reformas ‘en’ la Constitución, pero no ‘de’ la Constitución. Hoy, algunos legislan contra el ordenamiento jurídico, haciendo derivar la democracia a una dictadura con votos. Y concluyó: «La democracia tiene derecho a defenderse», sin complejos. El auditorio en pie despidió el acto con una ovación cerrada, entusiasta. A la salida un grupo de sectarios de los CDR aguardaba fuera para insultar e increpar. Aire.