Rubén Amón-El Confidencial

  • La situación política contemporánea se expone al revés de como debería ser, pero ocurre que Sánchez ha serenado a sus camaradas y Casado ha irritado a los suyos

Las cosas están al revés de como debían encontrarse, tanto por la guerra autodestructiva del PP como por el proceso de pacificación de la izquierda en el umbral de los presupuestos. Se diría que a Casado le asusta ganar. Y que a Sánchez le aterra perder, de tal manera que la situación política contemporánea le resulta más ventajosa al narcisismo de Frankenstein que a la mojigatería del patrón de Génova. 

Lo demuestran las armas de fogueo con que se han disparado Yolanda Díaz y Nadia Calviño. Cada una representaba su papel en el teatrillo de Sánchez. Y llegaron a producirse episodios dramáticos, pero la semántica —derogar, modernizar— y el escarmiento de Portugal han recordado a la coalición en el poder que conviene recuperar el territorio del consenso, hasta el extremo de que Yolanda Díaz no va a entrometerse demasiado en la reforma de las pensiones que lidera actualmente el ministro Escrivá. 

La gran ventaja que no esperaba Sánchez consistía en la crisis en propia meta con que el rival histórico ha decidido inmolarse

Había llegado demasiado lejos la tensión del Gobierno. Y se habían amotinado los demás socios de la investidura por razones de ideología o de oportunismo, pero la mansedumbre con que se ha desenvuelto la negociación de las enmiendas a los presupuestos sobrentiende que Sánchez no tiene razones para temer una legislatura accidentada. Y no porque su proyecto le resulte ‘entusiasmante’ a los compadres nacionalistas y a las comadres de Unidas Podemos, sino porque el riesgo verosímil de un cambio de guardia en la Moncloa —Casado en manos de Abascal— ha precipitado un proceso de sugestión que el líder socialista necesita para recuperar el prestigio político y el viento favorable de la demoscopia.

‘Todo menos Casado’, podría ser el lema que aglutina a la cuadrilla de Frankenstein. No vale por sí mismo para ganar unas elecciones, pero sí funciona como requisito aglutinador, comporta un efecto terapéutico entre las familias del clan y otorga tiempo a Sánchez para remontar una coyuntura particularmente hostil. Las elecciones no van a convocarse ahora, cuando la crisis energética y la subida de los precios repercuten directamente en el bolsillo del votante, sino exactamente cuando el timonel monclovita pueda atribuirse el mérito de la recuperación y haya esparcido con fértil donosura el maná bruselense.

La gran ventaja que no esperaba el presidente del Gobierno consistía en la crisis en propia meta con que el rival histórico ha decidido inmolarse. Hubiera sido más inteligente redundar en la política contemplativa de Casado —esperar a que a Sánchez le consuman los gusanos o le caiga un meteorito en la cabeza—, pero el ¿lider? del PP ha pretendido asegurarse la ‘auctoritas’ no desde la inteligencia ni desde el respeto, sino desde el miedo y el terror. Se entiende así la sobreactuación ‘burokrática’ de Teodoro García Egea, no ya para neutralizar la pujanza electoral de Díaz Ayuso y de ponerle en bandeja el juego del antagonismo, sino para incomodar a los demás barones ejerciendo una doctrina vertical. Se trata de enseñarles quién manda. 

Y de ejercer un sistema contraproducente de represalias e intimidaciones. El resultado ha engendrado una suerte de crisis territorial que amenaza con malograr el ciclo virtuoso de los populares. Y que Sánchez disfruta henchido de agradecimiento y de estupefacción. El mejor aliado del hechicero socialista está siendo Pablo Casado, más todavía cuando el argumento de discordia mediática y política proviene de los cuarteles de Díaz Ayuso, la bestia negra de los socialistas en la derrota autonómica del 4-M. Ya lo dice la leyenda wagneriana de Parsifal: la lanza que te hirió será la misma que acudirá a sanarte. 

El resultado ha engendrado una suerte de crisis territorial que amenaza con malograr el ciclo virtuoso de los populares

Tendría que estar la izquierda maltrecha y malhumorada. Y debería encontrarse Sánchez en un momento político angustioso, cuando no letal, pero la gran crisis contemporánea sacude el partido que más razones y recursos tiene parar resarcirse de la oposición, si no fuera porque Casado recuerda a los maratonianos que se malogran porque no dejan de mirar hacia atrás.