AHMED RASHID LAHORE – EL MUNDO – 10/12/15
· Como si la situación en Afganistán no fuera lo suficientemente calamitosa –caída de una ciudad importante en manos de los talibán, aparición del Estado Islámico, fracaso de las conversaciones de paz entre el Gobierno y los insurgentes, crisis económica fulminante…– el reciente tiroteo entre grupos talibán podría llevar a un caos aún mayor y a más luchas internas por el liderazgo.
Las esperanzas de unas conversaciones de paz entre el Gobierno afgano y los insurgentes se están viendo socavadas a diario, mientras que los esfuerzos de la comunidad internacional por impulsarlas se encuentran en un punto muerto. Después de los meses más sangrientos desde 2001, como consecuencia de los combates entre las fuerzas gubernamentales y los talibán, se espera una temporada aún peor de enfrentamientos durante la próxima primavera.
Los talibán emitieron el 5 de diciembre una grabación de audio para desmentir que su líder, el mulá Akthar Mansur, hubiera muerto en un tiroteo en Quetta (Pakistán), en el que al menos cinco comandantes insurgentes murieron y otros resultaron heridos. El primero en informar de que Mansur había resultado muerto fue el régimen de Kabul.
Los talibán tardaron cinco días en difundir su respuesta de que Mansur estaba vivo. Es típica su falta de transparencia para evitar la proliferación de divisiones políticas y venganzas de muerte en el seno del grupo. Mansur llegó al poder en julio, tras probarse que el mulá Mohammed Omar, líder fundador de los talibán, había muerto en 2013 y después de que su sucesor mantuviera la noticia en secreto durante dos años mientras consolidaba su liderazgo. Su ascenso se produjo entre feroces críticas pero, no obstante, fue elegido líder de los talibán por la presión de Pakistán, que estaba ansioso por supervisar un traspaso del liderazgo sin incidentes.
Entre los muchos militantes que están en su contra, Mansur se ha ganado desde entonces la etiqueta de títere de Pakistán. Su principal rival y cabecilla de una facción disidente de línea dura, el mulá Dadullah, resultó muerto recientemente y se cree que el ataque a Mansur, el 2 de diciembre, fue una represalia de los partidarios de Dadullah.
Las informaciones sobre que el número dos de Mansur, el jeque Haibtullah Akhunzada, será designado jefe interino de los talibán han incrementado las sospechas de que Mansur está moribundo o incluso ha muerto ya.
En estos momentos, Mansur o su sucesor se enfrentan no sólo a rivales políticos simplemente en contra y partidarios de la línea dura entre los talibán que se oponen a cualquier conversación de paz y quieren continuar la guerra, sino también, de acuerdo a un estricto código tribal pastún, a venganzas a muerte que se han desencadenado entre Mansur y su enemigos internos, rivalidad que podría durar años y diezmar todavía más a los cabecillas de la organización.
Hay muchas víctimas de esta crisis sin fin. El primero es el Gobierno de Kabul, que estaba confiado en la inminente conferencia regional Heart of Asia [literalmente, Corazón de Asia], que se va a celebrar a nivel ministerial en Islamabad los próximos días 8 y 9 de diciembre, para obtener el apoyo de la región al mantenimiento de conversaciones con los talibán. Todo indica que la conferencia no va a servir de motor de arranque por el momento, dada la situación de división entre la insurgencia. La crisis también está resultando enormemente comprometida para los ubicuos servicios de Inteligencia de Pakistán, que se han encargado de gran parte de las componendas entre bambalinas, incluida la elección de Mansur. El tiroteo ocurrió en el territorio paquistaní de Quetta, donde siguen viviendo gran parte de los jefes talibán. Kabul está que trina con Pakistán, mientras que Estados Unidos y la OTAN han sido más discretos en la crítica a la política paquistaní de seguir del brazo de los insurgentes.
Estados Unidos y la OTAN, que están planeando dejar una pequeña fuerza residual de fuerzas occidentales en Afganistán durante los dos próximos años, están cada vez más preocupados ante el caos y ante la presencia de algunos elementos del Estado Islámico en al menos tres de las 34 provincias de Afganistán.
Mientras las luchas internas entre los talibán fracturen y dividan el país, las víctimas más trágicas serán los afganos, puesto que los insurgentes combaten por el territorio, las poblaciones, el control de las fronteras y recursos como el tráfico de drogas. Los talibán ya se están enfrentando al Estado Islámico en un intento por detener sus avances militares y el pase de combatientes talibán insatisfechos a sus filas a base de maniobras de atracción y sobornos.
Entretanto, el Gobierno de Kabul se está volviendo más débil que nunca, incapaz de poner en práctica sus políticas y programas fuera de las grandes ciudades. La credibilidad del Ejecutivo ante su pueblo está en su punto más bajo, ya que pierde cada vez más zonas rurales a manos de los talibán.
Pakistán sigue jugando un papel clave. Para el futuro de las esperanzas del proceso de paz resulta fundamental la forma en que el ejército paquistaní aborde ahora esta cuestión de la fractura entre los talibán y sus luchas internas por el liderazgo. Si Pakistán intentara influir de nuevo en la elección de un nuevo jefe talibán o tratara de unir a la fuerza a los distintos grupos divididos, podría recibir aún más críticas y una furibunda oposición de los talibán y de Kabul.
Pero si Islamabad da un paso atrás y no hace nada, los talibán podrían lanzarse a muerte los unos contra los otros durante mucho tiempo y sin tardanza, lo que podría poner en peligro la propia seguridad de Pakistán. El dilema es grave pero está claro que ha llegado el momento de que Pakistán permita que los talibán se marchen, dándoles un ultimátum para que abandonen el país y sus refugios en Quetta y Peshawar y se vuelvan a la capital afgana. Sólo algo así ejercerá presión sobre los talibán para que busquen un acuerdo con el régimen de Kabul.
El Gobierno afgano también tiene que darse cuenta de que se le acaban las opciones y de que ha de ayudar a Pakistán a tomar las decisiones correctas en lugar de dilapidar su exiguo capital en criticar a Islamabad. No hay respuestas fáciles para Afganistán y no hay opciones políticas fáciles de sacar adelante.
AHMED RASHID LAHORE – EL MUNDO – 10/12/15