EDGAR MORIN-EL PAÍS
- Es deseable que la paz llegue lo antes posible, porque el conflicto no solo está provocando desastres irreparables en Ucrania, sino empeorando las condiciones de vida en todo el mundo
La guerra está intensificando la dictadura de Putin. Quizá acabe por haber un golpe de Estado para derrocarlo, aunque parece difícil, visto el estricto control de la policía secreta. Putin asume al mismo tiempo la herencia zarista y la estalinista sin ser ni un zar ni un Stalin. Exalta el culto a la Gran y Santa Rusia zarista y utiliza los métodos de la policía secreta estalinista. No fomenta el culto a su personalidad, pero a veces le encanta presumir de su virilidad. Se ha ido volviendo gradualmente más autoritario y represivo. Sufrió con la desintegración de la Unión Soviética y es consciente de que no podría resucitarla, aunque haya declarado que “quien no añora la URSS no tiene corazón, quien desea restaurarla no tiene cabeza”. Ha expresado la voluntad de recomponer al menos el núcleo eslavo y no perder de vista el Cáucaso.
Además, la realidad ucrania se ha impuesto, pese a que Putin pensaba que no eran más que un puñado de pequeños rusos (el nombre tradicional ruso que se daba a los ucranios) y rusos. Para él, Ucrania no era una entidad nacional. No tenía ni idea de que la agresión rusa iba a completar y consolidar esa unidad.
Sin embargo, Ucrania es un país complejo. Incluso dejando aparte Donbás, hay una minoría rusohablante (cuyo volumen es imposible saber) dividida entre la hostilidad a una Rusia dictatorial y devastadora y la adhesión total a la Madre Patria. Florence Aubenas ha escrito en Le Monde sobre una pequeña manifestación prorrusa que tuvo lugar el 9 de mayo en Kiev. También está la ambigüedad de un culto con estatuas a Stepan Bandera, el líder de la independencia ucrania, primero inmigrante y luego colaborador de los nazis y cómplice de sus crímenes durante la ocupación de Ucrania por la Wehrmacht. El legado nazi del banderismo es minoritario, sin duda, pero fueron los fascistas ucranios los que estuvieron en primera línea en la guerra contra los separatistas de Donbás y quienes cometieron abusos allí. El regimiento Azov se creó bajo un mando fascista y se integró en la Guardia Ucrania durante aquella guerra. Por supuesto, Ucrania se ha democratizado a medida que se ha urbanizado y ha adoptado patrones de consumo occidentalizados gracias a su auge económico. El viejo antijudaísmo popular de la Ucrania rural ha ido desapareciendo, y hoy es judío el presidente democráticamente elegido. Todas estas contradicciones se han limado con la guerra.
¿Es posible un acuerdo?
Para que haya paz con una rendición como las de Francia en 1871 y 1940, es necesario que los vencidos sufran una derrota absoluta. De no ser así, la paz consiste en una serie de concesiones y acuerdos que dependen de la correlación de fuerzas y las sutilezas de la diplomacia.
En la actualidad, la correlación de fuerzas está más o menos equilibrada, con las dificultades de Rusia para ocupar todo Donbás, e incluso una posible ocupación cambiaría el equilibrio de poder pero no significaría la derrota de Ucrania. También podría producirse una ofensiva ucrania que hiciera retroceder a los ejércitos rusos hasta la frontera, pero Rusia seguiría siendo una enorme y amenazadora potencia militar.
Por tanto, un compromiso pacífico es posible, a pesar de las acusaciones recíprocas y los odios exacerbados que lo ponen tan difícil.
El compromiso implica la independencia de Ucrania, que es fundamental, pero independencia no significa forzosamente integridad territorial. Aquí interviene el problema de Donbás, una región industrial equipada y habitada en gran parte por rusos durante la época de la URSS y que hoy sigue siendo rusófila y rusohablante. Desde luego, hay muchos rusohablantes que se han vuelto en contra de la dictadura de Putin y la brutalidad de la invasión rusa, pero muchos otros participan desde 2014 en la guerra contra el ejército ucranio. Es difícil que esta región vuelva a formar parte así como así de la Ucrania actual, que se ha vuelto visceralmente antirrusa. De hacerlo, los prorrusos sufrirían una dura represión y no dejarían de rebelarse. Es difícil que se integre en una Ucrania federal. Sería deseable un referéndum para decidir si quieren ser una república “independiente” o incorporarse a Rusia —cosa que solo podría hacerse a cambio de que se garantizase la independencia de Ucrania mediante un acuerdo internacional del que formara parte la OTAN—, con una neutralidad siguiendo el modelo austriaco o la integración en la Unión Europea. Y creo que sería importante pensar en una futura inclusión de Rusia en la Unión Europea como consecuencia positiva de la relación entre Rusia y Occidente.
Dada la importancia económica y estratégica de Donbás para Ucrania, habría que instaurar un dominio compartido ruso-ucranio para compartir sus riquezas.
Será necesario abordar la situación del litoral del mar de Azov. Para compensar el control ruso, se podría dar a Mariupol y Odesa el estatuto de puerto franco, como se hizo en su día con Tánger.
Asimismo, sería deseable que desde el mismo momento del armisticio se prevea la posibilidad de exportar trigo ucranio y trigo ruso a los países que se están quedando sin él.
El importe de las reparaciones y la reconstrucción de Ucrania tendrá que correr a cargo no solo de Rusia sino también de Occidente, que, con su contribución a la guerra, también ha colaborado objetivamente en la destrucción.
Hay que calmar y combatir la histeria antirrusa presente en Ucrania, pero también en Occidente, de la misma manera que se combatió la histeria antialemana que confundía a Alemania con el nazismo. Es vergonzoso que se prohíba actuar a los artistas, bailarines, directores y deportistas rusos y es un acierto que, a pesar de la petición de los cineastas ucranios, no se excluyera a los cineastas rusos del festival de Cannes.
Es deseable que la paz llegue lo antes posible, porque la guerra no solo está provocando desastres humanos irreparables en Ucrania, sino empeorando las condiciones de vida en todo el mundo y aumentando el peligro de hambruna en muchos países. La guerra no deja ver todos los problemas vitales que debemos afrontar: la degradación ecológica del planeta, el calentamiento global, el desenfreno del beneficio, que impulsa la crisis ecológica y la crisis generalizada de las democracias en el mundo, agravada por una pandemia aún sin contener y que puede volver a descontrolarse.
Intento no perder la esperanza, no ya por mí, sino por el bien de las nuevas generaciones y nuestros descendientes.