Gaizka Fernández Soldevilla-El Correo
- El terrorismo yihadista causó casi 11.000 muertos el año pasado y acabó con la esperanzadora tendencia a la baja que se registraba el último lustro
El 22 de marzo cuatro terroristas mataron a más de 140 personas en el Crocus City Hall de Krasnogorsk (provincia de Moscú). La masacre fue reivindicada por el Estado Islámico del Jorasán (ISIS-K), una organización vinculada al Dáesh que opera en Asia central y ahora también en Europa. Unos días después el autodenominado Estado Islámico llamó a sus seguidores a atentar contra Occidente.
La matanza del Crocus City Hall nos recuerda que el yihadismo continúa siendo una de las principales amenazas para la seguridad del Viejo Continente. Como sus ataques se concentran en lugares lejanos y apenas tienen reflejo en los medios, más allá de canales especializados como el pódcast Sierra Delta, preferimos ignorarlos, pero otros países no pueden permitirse ese lujo.
Según el Anuario del Terrorismo Yihadista 2023 del Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo (OIET), el año pasado se produjeron 2.304 atentados que causaron 9.572 víctimas mortales. En el informe no se incluyen ni las de Hezbolá ni las de Hamás y otros grupos palestinos, que en octubre asesinaron a más de 1.200 personas. En cualquier caso, se trata de una cifra muy superior a los 8.305 fallecidos de 2022. La esperanzadora tendencia a la baja que se venía registrando durante el último lustro se ha quebrado.
Al igual que en 2022, la parte occidental de África fue la más golpeada: los yihadistas acabaron con la vida de 2.916 seres humanos en Burkina Faso y de 1.739 en Malí. Entre ambos países suman casi la mitad de las víctimas mortales del planeta. La violencia fundamentalista también se ha extendido a Benín, Togo, Costa de Marfil y Mauritania. Además, la región debe enfrentarse a guerras civiles, golpes de Estado, mercenarios y crimen organizado.
En 2021 Afganistán se situaba a la cabeza del ránking del terror, con 3.169 fallecidos, pero en 2023 bajó a la décima posición: 132 asesinatos. Tras consolidar su régimen, los talibanes ya no necesitan recurrir a los atentados para atemorizar a su población. Por añadidura, han frenado la peligrosa ofensiva del ISIS-K contra el Gobierno. Irónicamente, los antiguos terroristas han implementado una eficaz política antiterrorista.
Sin embargo, no han acabado con el Estado Islámico del Jorasán. Al contrario, dicha organización ha sabido adaptarse: su violencia tiene un gran impacto en países como Pakistán, que acumuló 704 víctimas mortales, mientras se proyecta a nivel global. De acuerdo con el OIET, «su capacidad para planificar e incluso materializar atentados en operaciones externas sobre Asia Central y Europa lo convierten actualmente en la mayor amenaza para la seguridad internacional». Así, ISIS-K ha suplantado el protagonismo de las estructuras centrales tanto del Dáesh como de Al-Qaida, que han perdido capacidad operativa y liderazgo en favor de sus ramas territoriales.
En el plano discursivo, la propaganda yihadista aprovecha las bazas que le brinda el contexto mundial para radicalizar y reclutar nuevos miembros: la quema de ejemplares del Corán, la inestabilidad en Sudán, la invasión rusa de Ucrania, el ejemplo de los terroristas de Hamás y, sobre todo, la contraofensiva del Ejército de Israel contra la Franja de Gaza, que está dejando numerosas víctimas civiles.
Siguiendo la tendencia de los últimos años, en 2023 el Viejo Continente fue escenario de algunos atentados perpetrados por actores solitarios, normalmente individuos autorradicalizados sin vinculación directa con las grandes organizaciones, que utilizaron armas improvisadas y consiguieron un impacto bajo. En 2021 los fundamentalistas arrebataron la vida a diez personas en suelo europeo, a dos en 2022 y seis en 2023: una en España, dos en Francia, una en Reino Unido y otras dos en Bélgica. Con todo, lo peor ocurrió en Israel: 41 ciudadanos europeos fueron asesinados en el ataque del 7 de octubre.
En nuestro país no hemos bajado la guardia. El Gobierno mantiene el nivel 4 de alerta antiterrorista: riesgo alto. Según el Ministerio del Interior, el año pasado se efectuaron 36 operaciones policiales contra redes yihadistas en las que se detuvo a 78 sospechosos, a los que hay que sumar otros 13 arrestados en el extranjero. Se trata de la cifra más alta desde 2005. Entre el 11-M y la actualidad, las Fuerzas de Seguridad del Estado han detenido a 1.049 supuestos yihadistas dentro de España y a otros 139 fuera.
El recientemente fallecido politólogo David C. Rapoport calculaba que las oleadas internacionales de terrorismo duran unos cuarenta años. La cuarta, la de inspiración religiosa, comenzó en 1979. Ya debería haber desaparecido o, como mínimo, estar en reflujo. Por desgracia, las cifras sugieren que el yihadismo todavía está muy lejos de su ocaso.