GUERRA

DAVID GISTAU-ABC

Veremos hasta dónde alcanza la abrasión. Porque la lucha entre Cs y PP va a ser casa por casa

UNA de las grandes preguntas del momento es si la legislatura aguantará sin colapsar la gran pelea territorial del centro-derecha, etiqueta que se ajusta al partido de Rivera después de una intervención cosmética en la que le fue extirpado el rasgo socialdemócrata. Rivera hace más esfuerzos por dar el «phisique du role» que Robert De Niro, es un político del método Stanislavski. Pero veremos hasta dónde alcanza la abrasión. Porque la lucha entre Cs y PP va a ser casa por casa. Es decir, reñirán, uno por uno, todos los defectos adjudicables al adversario y todas las virtudes pretendidas para uno mismo. Por ejemplo, si Cs dispone de ventaja en una cuestión esencial como la honradez, el PP, hundido en esto por su cuerda de presos corruptos y su orfeón de «pentiti», cuestiona su financiación para intentar arruinarle esa presunción de superioridad atractiva para un electorado harto de la mangancia popular y menos amedrentado que antes por el posible advenimiento de una horda de extrema izquierda. Este elemento es importante: el PP ha perdido el argumento coercitivo según el cual había que elegir entre Rajoy o la «checa» –y aquí siempre añado que era para pensárselo–. Cs puede ser oportunista y confuso en muchos aspectos, pero es un partido de intramuros, institucional, que además tiene asumidos todos los credos constitucionales desde que se parapetó en ellos para resistir la colisión independentista antes incluso de que se hablara de ella en la Meseta.

El pasado miércoles, en el Parlamento, Girauta y Sáenz de Santamaría pelearon por el monopolio de otro argumento vertebral, el paladinazgo de la unidad de España, que los catalanes de Tabarnia prefirieron encomendar a Cs, convirtiendo allí al PP, por añadidura, en un personaje residual que mendiga escaños para tener entidad propia. Girauta trató de hacer sospechoso al PP ante las gentes que tienen la bandera colgada en el balcón aludiendo a las concesiones del Gobierno al PNV cuando este partido, favorecido por la precariedad parlamentaria de Rajoy, ejerce un poder chantajista propio de la clásica bisagra nacionalista. En esto, Cs no porque acaba de llegar, pero el PP es heredero de una costumbre de rendición pactista, como en el Majestic, que formaba parte de las rutinas del ciclo del 78, que era vendida cínicamente como un remedio para integrar nacionalistas, pero que ha cambiado en la percepción de los españoles hastiados del enemigo interior nacionalista. Para buena parte del electorado en disputa, el golpe tractoriano ha de servir de hecho para anular para siempre las convenciones de apaciguamiento nacionalista que todavía operan en la mentalidad del PNV pese a las tentaciones montaraces últimamente advertidas en Urkullu. Por eso, la vicepresidenta tuvo que salir a presentar credenciales compensatorias de oposición al nacionalismo como ante el plan Ibarreche. Se avecina una gran competición de amor a España entre ambos. No descartamos juras de bandera.