No es cuestión de repudiar el próximo atentado, si se produce. No es cuestión de afirmar que la violencia callejera no tiene lugar en la apuesta que quieren realizar. A pesar de todos los destrozos que hemos causado al lenguaje, todavía se puede decir, en euskera y en castellano, con total nitidez lo que hay que decir: condenamos la violencia terrorista de ETA, toda, no los atentados a partir de determinada fecha. Es preciso condenar toda la historia de terror de ETA. Sin selectividad alguna.
Uno.- Es bastante evidente que el conjunto ETA/Batasuna no está atravesando la mejor época de su historia, y que no saben cómo salir del túnel en el que se han metido ellos solitos, caso de que realmente deseen salir. Aunque su situación sea fuente de problemas para todos los ciudadanos, la responsabilidad de la solución también la tienen ellos, y sólo ellos.
Dos.- De tanto desear la paz, parece que estamos dispuestos a leer lo que no dicen los documentos, a escuchar lo que nunca se dice, a interpretar lo que ni con la mayor de las imaginaciones es posible interpretar, y a no leer, ni ver, ni escuchar lo que realmente escriben, dicen y hacen. Por eso se producen tantas sorpresas cada equis tiempo.
Pero las cosas están bien claras, porque las dicen con toda la claridad: el esfuerzo que están llevando a cabo es para tratar de salvar de la quema, de la quiebra total, parte de su proyecto. El esfuerzo que están llevando a cabo es para tratar de transformar la derrota, ya inevitable y a la vista, en una victoria. El esfuerzo que están tratando de llevar a cabo es el de adecuar tácticamente su estrategia a la situación creada por la actuación del Estado de derecho y la democracia, y no porque su capacidad reflexiva les haya convertido a la democracia.
Tres.- Si para ellos está en juego la democracia, cuánto más para nosotros. Ellos mismos y sus asesores internacionales, los expertos en marketing político que contratan, lo dicen bien claramente: sólo permitiendo que Batasuna acceda al juego democrático llegará la democracia a Euskadi y con ello a España. Nunca hablan de incorporarse a la democracia ya existente, por muy defectuosa que sea como todas. Con lo que están diciendo que ha habido razones para la lucha armada, aunque ahora no convenga continuar por ese camino, por razones puramente tácticas.
Será todo lo comprensible que se quiera desde el punto de vista psicológico, pero admitir que necesitan afirmar que si ahora pueden apostar por vías exclusivamente políticas es gracias a que la lucha armada ha dado sus frutos, es afirmar que la democracia llegará con ellos en las instituciones, y que lo que ha habido hasta ahora era todo menos democracia. Su necesidad psicológica, si lo es, es inadmisible para quienes en la Transición apostamos por la democracia y el Estado de derecho. ç
Cuatro.- En un momento como el presente es crucial saber qué es lo que se debe defender y lo que se debe pedir a quienes dicen estar dispuestos a apostar por vías exclusivamente políticas. En primer lugar la condena de la violencia terrorista, con todo lo que implica. No es cuestión de repudiar el próximo atentado, si se produce. No es cuestión de afirmar que la violencia callejera no tiene lugar en la apuesta que quieren realizar. A pesar de todos los destrozos que hemos causado al lenguaje, todavía se puede decir, en euskera y en castellano, con total nitidez lo que hay que decir: condenamos la violencia terrorista de ETA, toda, no los atentados a partir de determinada fecha. Es preciso condenar toda la historia de terror de ETA. Sin selectividad alguna.
Cinco.- La otra cara de la moneda de la condena de toda la historia de terror de ETA es la afirmación de que desde la Transición existe un Estado de derecho, una democracia legítima, y que no necesita de la llegada a ella de quienes apostaron por la ruptura violenta para alcanzar su legitimidad.
La democracia y el Estado de derecho que es España está legitimado doblemente, por la palabra de los ciudadanos con sus votos, en los referéndums específicos celebrados para ello, y por la sumisión del ejercicio del poder al imperio del derecho. Sumisión capaz de exigir la corrección de las actuaciones contrarias al derecho y declarar su ilegitimidad de raíz.
Seis.- Los asesinatos perpetrados por ETA para la consecución de su proyecto político poseen, además de su dimensión ética, más allá de la dimensión personal del sufrimiento causado a los familiares y amigos de los asesinados, una dimensión pública, una dimensión política innegable. Se debe evitar reducir la exigencia a los terroristas asesinos que estén dispuestos a romper con la organización ETA al plano de actuaciones relevantes en el ámbito privado: petición de perdón, reconocimiento del daño personal causado.
El terrorismo de ETA ha sido un terrorismo político y su solución pasa irremediablemente por el reconocimiento de lo que constituye la dimensión política, la dimensión pública de lo que, en las personas de los asesinados, quisieron destruir. La posibilidad del duelo privado al que tienen derecho las víctimas familiares de los asesinados no será posible sin la garantía de la pervivencia del marco público a cuya destrucción estaban dirigidos los asesinatos de sus seres queridos. Sería terrible que se les pidiera perdón, pero se reafirmaran en el mismo proyecto político, y que éste resultara triunfante: la derrota definitiva de los asesinados.
Siete.- Cada vez que leemos más de lo que hay en los documentos, cada vez que interpretamos en lo que escriben y dicen más de lo que soportan las palabras, cada vez que deducimos de lo que sugieren, pero nunca dicen, esperanzas definitivas estamos reduciendo la presión para que den el paso definitivo, les permitimos que sigan creyendo que toda la historia de terror ha servido para algo, que estamos nosotros dispuestos a desdecirnos de nuestra historia en lugar de exigirles a ellos que se desdigan de la suya.
La historia enseña, sin embargo, que sólo la presión proveniente de la convicción del Estado de derecho es lo que les ha movido. Es comprensible su enfado cuando perciben que quienes les han hecho creer cosas imposibles son incapaces de dar cumplimiento a sus promesas, porque significaría tanto como el harakiri del Estado de derecho.
No permitamos que nos mareen, pero tampoco les mareemos a ellos con horizontes imposibles. Y tengamos claro lo que tenemos que defender: la libertad de los ciudadanos.
Joseba Arregi, EL CORREO, 28/8/2010