IGNACIO SÁNCHEZ-CUENCA-EL PAÍS
- Al igual que en otras ocasiones del pasado, la estrategia de la crispación ha hecho revolverse a los votantes progresistas, muchos de los cuales se encontraban apáticos o desmovilizados
Ha vuelto a suceder, sí. Cuando la derecha pone las revoluciones del motor al máximo, acaba saliéndose en la curva. Siempre ha pecado por exceso en este tipo de campañas. Creando un clima político asfixiante, basado en la destrucción y difamación del adversario, el Partido Popular cae preso de sus propias ensoñaciones. El golpe que se da contra el escrutinio electoral lo devuelve a la realidad. En 1993 perdieron cuando se daban por ganadores. En 1996 pensaron que arrasaban y, tras 13 años de Gobierno socialista, sacaron una misérrima ventaja de un punto porcentual. En 2008 pusieron de nuevo a la máquina a toda velocidad y… perdieron las elecciones.
El Partido Popular solo ha tenido victorias arrolladoras (en 2000 y 2011) cuando no ha practicado la estrategia de la crispación. En 2000 obtuvo mayoría absoluta porque la gente tuvo buena opinión de la gestión de José María Aznar y el PSOE no había logrado culminar su renovación tras la larga etapa de González. En 2011, los estragos de la crisis económica pusieron la victoria en bandeja a Mariano Rajoy.
Si las circunstancias no le son del todo propicias, el PP recurre a la estrategia de la crispación, adaptándola a las circunstancias del momento. Y siempre le sale mal. Puede que la memoria me esté jugando una mala pasada, pero, aunque las campañas de 1993, 1996 y 2008 fueron durísimas, creo que en esta de ahora se han superado todos los límites anteriores, entre otras razones porque ya no es solo el PP, sino el PP con Vox, un partido de extrema derecha. Ha habido un salto cualitativo, desde las insinuaciones de pucherazo hasta las acusaciones al presidente Sánchez de autoritario, traidor y filoetarra. La campaña se ha planteado en términos delirantes e inaceptables, como un dilema entre España y el “sanchismo”, donde el “sanchismo” no era sino un eufemismo para referirse al fantasma de la anti-España. El PP, yéndose a las posiciones extremistas de Vox, ha negado legitimidad política a las fuerzas a su izquierda. En su visión excluyente de España y la Constitución, sólo entran el PP y Vox. Esa falta de reconocimiento del rival constituye en estos momentos el mayor peligro para nuestro sistema democrático. El PP no puede presentarse ante la sociedad como un partido centrista o liberal mientras no reconozca la plena legitimidad política de los partidos de izquierda y de los partidos nacionalistas. Precisamente porque considera antiespañol que el PSOE pueda pactar con otros partidos, insiste en la trampa de que gobierne la lista más votada, erosionando los principios básicos de un régimen parlamentario.
Hace dos semanas, con la campaña ya iniciada, escribí en estas páginas que se estaba produciendo una divergencia entre las preferencias privadas de los ciudadanos y las manifestaciones políticas en el ámbito público. Por el ámbito público no me refería solamente a los medios de comunicación, sino también a las conversaciones cotidianas, a la presencia en la calle de los mensajes de la derecha e incluso a muchas de las encuestas publicadas, que deberían ser un instrumento para conocer las preferencias privadas y no para moldearlas.
Se estaba creando un clima irrespirable en el que los candidatos de la izquierda eran abucheados al grito infame de “¡Qué te vote Txapote!” ante la mirada comprensiva y cómplice de Alberto Núñez Feijóo, quien se negó a condenar el maldito eslogan (se volvió a oír en la concentración de la sede del PP en la calle Génova en la noche del domingo, como en las grandes ocasiones, recuerden el “¡Pujol, enano, habla castellano!” de 1996). Durante estas últimas semanas, los votantes más exaltados del PP y Vox han sacado a relucir mala educación cívica y democrática, protagonizando innumerables episodios de intolerancia y deshumanización del rival, intoxicados por la campaña de los medios conservadores y convencidos de que era imposible que quedara nadie que apoyara a las izquierdas.
En el ámbito privado, sin embargo, esa campaña intimidatoria de las derechas ha provocado el efecto contrario al buscado. Al igual que en otras ocasiones del pasado, la estrategia de la crispación ha hecho revolverse a los votantes progresistas, muchos de los cuales se encontraban apáticos o desmovilizados. El PP los ha sacado de ese estado y les ha devuelto la rabia y la épica de votar a las izquierdas cuando en la esfera pública se daba por descontada la victoria de las derechas por mayoría absoluta. Las intervenciones de José Luis Rodríguez Zapatero, llamando a la ciudadanía progresista a sentirse orgullosa del Gobierno de coalición y sus políticas y a dar cumplida respuesta a los mensajes de odio de la derecha, han sido cruciales para que los electores de izquierda hayan optado no solo por movilizarse, sino también por dar la vuelta a las insidias de la derecha construyendo el mito del “perro sanxe”.
Pero no sólo eso: al hacer girar la campaña en torno al “sanchismo”, el voto de la izquierda se ha concentrado en beneficio del PSOE. Es probable que en una campaña menos polarizada, Sumar hubiese conseguido mejores resultados. De esta manera, la estrategia de la crispación, al terminar favoreciendo al PSOE en detrimento de Sumar, ha acortado la distancias entre PP y PSOE, cuando la única forma de conseguir una mayoría absoluta en España consiste en que haya una diferencia contundente entre el primer partido y el segundo.
Si bien las diferencias de escaños son considerables, como consecuencia de un sistema electoral que sigue necesitando una reforma urgente, las diferencias de voto, que son las que verdaderamente reflejan las preferencias privadas de la ciudadanía, resultan muy pequeñas. Con esa campaña pasada de revoluciones, el PP solo ha sacado 1,5 puntos de ventaja al PSOE. Si lo miramos por bloques, el de la derecha española, PP y Vox, da un 45,5%, frente a la izquierda formada por PSOE y Sumar, con un 44% (un porcentaje muy similar al que se registró en las dos elecciones de 2019 y en las de 2015). Si se tiene en cuenta a los partidos nacionalistas de izquierda (Bildu, ERC, BNG), las izquierdas siguen sumando más voto que las derechas.
El PP se ha metido en un laberinto, no tiene más aliado que Vox. Por eso, todo lo que no sea una mayoría absoluta de los dos partidos no le sirve. Algunos tratarán de sacar al PP de dicho laberinto presionando al PSOE para que deje gobernar al PP como única fórmula de desbloqueo. Con un partido de derechas normal, que aceptara la pluralidad y diversidad de España, no sería imposible algo así. Pero con un PP que no tiene más programa que “derogar el sanchismo” y que condena a la anti-España a la mitad de los ciudadanos españoles, a todos aquellos que no votan al PP o a Vox, ¿tiene sentido plantear algo así? ¿Cómo puede pedir colaboración el PP al PSOE mientras presenta a las izquierdas como un peligro para la nación y a Pedro Sánchez como un siniestro personaje dispuesto a continuar en el poder incluso si tiene que acabar para ello con España? Más probable es que el PP lo intente de nuevo aumentando la dosis de crispación y exclusión, con Isabel Díaz Ayuso como candidata.