ANTONIO RIVERA-EL CORREOCatedrático de Historia Contemporánea de la UPV/EHU
- Las elecciones se pierden. En Andalucía, los contendientes se centraron en uno solo de sus competidores y el único que esquivó la tentación ganó por goleada
Dejó Mariano Rajoy dos sentencias sobre los procelosos procesos electorales. Primero, que los votos no son de nadie; segundo, que aquellos se pierden más que se ganan. Rajoy no es ningún cuñado: dirigió la campaña que dio a la derecha su primera mayoría absoluta, la de 2000 de Aznar. De manera que el manejo de estereotipos ideológicos para regiones enteras debería descartarse por obsoleto. No hay regiones de izquierdas o de derechas y, como mucho, algunas típicamente nacionalistas se resisten a cambiar, pero lo han hecho en ocasiones (aunque lo olvidamos) y lo seguirán haciendo. La antigua adscripción que se hacía de cuerpos sociales casi al completo con determinada expresión política y electoral se ha desvanecido en el marco de sociedades más complejas (si acaso funcionaron tan mecánicamente alguna vez). Los obreros votaban a las derechas antes de hoy, y eso no tiene por qué conllevar una connotación moral. Y Andalucía dejó de ser tierra de jornaleros y señoritos hace mucho tiempo.
Siguiendo con este pensar rajoyano, las elecciones se pierden. La del domingo es el caso: los contendientes se centraron en uno solo de sus competidores para articular su discurso en torno a él. El único que esquivó esa tentación ha ganado por goleada al presentarse como lo que quería, como él mismo.
De no existir Vox, habría que crear algo parecido a ello para cada elección. Resulta muy cómodo porque permite a partidos, candidatos, periodistas y opinadores no hablar de lo que pretende cada cual, sino centrarse en lo que van a hacer con su apoyo (o con su negativa a darlo). El debate es así paraelectoral y aturde al elector; solo entusiasma a los especuladores y a los grupis de cada facción. La izquierda articula su discurso con la amenaza de que la derecha haga futuro uso de esos apoyos y se presenta como alternativa a semejante sindiós. La derecha no tiene ningún problema con ello porque su electorado ha amortizado hace meses esa posibilidad: si tiene que ser así, así será; pero, si puede evitarlo, tanto mejor. A eso se refirió Pedro Sánchez al hablar de dolores de cabeza por la compañía de cama; en la derecha se ve exactamente igual, pero no entretienen ni se entretienen ya con ello. El propio Vox se centró en la misma pretensión, haciendo ver que todo giraba en torno a su protagonismo.
El caso es que el pueblo soberano cortó el nudo gordiano dando la absoluta mayoría al candidato popular. El elefante de la habitación se desvaneció como el humo por la chimenea. Quienes lo creyeron de verdad, de carne y hueso, se han quedado con un palmo de narices. La sanidad democrática, el no tener que depender de un grupo extremista, reaccionario y antisistema, en lugar de preservarla el acuerdo previo entre partidos, como en otros lugares, la ha puesto a salvo el votante evitando la tentación.
Pero, más allá de eso, se percibe una insistencia en el cambio. Desde aquel petardo que agitó el enjambre en marzo de 2021, en la Región de Murcia, todos los resultados van en la misma dirección, aunque sean muy diferentes en su contexto y expresión concreta. Las derechas suman porque Ciudadanos se desangra en cada cita y su caudal de voto pasa sin pérdida al Partido Popular; ha sido un partido puente que solo ha servido para llevar sufragios del centro a la derecha, sin ningún complejo. Además, el factor extemporáneo de Vox lo manejan los populares con geometría variable. Es lo mismo que hace Sánchez en el Parlamento, pero el cambio de ciclo significa que lo que en un caso se censura como traición y mentira en otro se alaba como estrategia. Al fin y al cabo, es el presidente el que se ha mostrado cómodo con esa situación polarizada de la política, y ahora le pasa factura cuando el público solo se lo descuenta a él.
En su terreno, para hacerlo aún más complicado, los socios izquierdistas cada día están más estupendos, y lo estarán más conforme se acerquen nuevas citas electorales. La suma de estrategias sociales e identitarias se dirige a dos grandes públicos que en muchas ocasiones no suman. Al contrario, se pueden beneficiar de las primeras políticas y huir de las segundas votando al opositor; así es como hay obreros o autónomos que votan a las derechas. Al final sí que es una cuestión de relato y cuesta explicar cómo se gestiona tanto jaleo en un Gobierno. La narrativa de los entornos, de lo que cuesta sacar adelante cada avance, acaba ocultando el beneficio social y la razón del mismo.
De manera que un tipo que pasaba por allí y que aparentaba no haber roto nunca un plato se convierte en el mejor candidato cuando no hay nada más sólido enfrente, cuando la alternativa consiste en dar miedo con un elefante enorme que se diluye solo con votar a quien no hace causa de su existencia. Y es la cuarta elección seguida en que las izquierdas tropiezan en el mismo error.