Argemino Barro-El Confidencial
- En Ucrania, la posible invasión inminente por parte del Ejército ruso se mira con sensación de ‘déjà vu’
Los hispanistas de Ucrania están últimamente un poco perplejos. Desde hace unas dos semanas no dejan de recibir correos y llamadas de medios de comunicación españoles. A veces les piden artículos en la prensa regional, testimonios para televisión o, sobre todo, que les ayuden a localizar a españoles que vivan en Ucrania. Y no españoles en general, sino procedentes de comunidades autónomas concretas. Dado que tenía el placer de conocer, antes de que se agravase esta crisis, a algunos miembros de la Asociación de Hispanistas de Ucrania, hemos celebrado una tertulia por Zoom para abordar este repentino interés internacional, las diferencias entre el clima político de ahora y el de 2014, cuando empezó el conflicto, y la forma en que, según ellos, está cambiando la identidad ucraniana en un contexto de guerra.
“El último mensaje que nos llegó es de una radio de Cataluña. Nosotros no podemos ayudar en esta búsqueda”, dice el presidente de la asociación, Oleksandr Pronkevich, decano de la Facultad de Filología de la Universidad Nacional Petro Mohyla en el mar Negro, en Mykolaiv, y experto en la historia de las relaciones culturales entre España y Ucrania. “¿Por qué buscáis a los españoles solamente?”, pregunta Olena Bratel, profesora de español en la Universidad Nacional Taras Shevchenko, en Kiev. “Esta situación no es nueva para nuestro país, por eso a nosotros nos sorprende este interés. Nos preguntaron hoy por los canarios que viven aquí. ¡A un canario no podemos localizarlo!”.
Lo que desde fuera se ve como un evidente riesgo de nueva invasión, dados los efectivos y la maquinaria bélica que Rusia ha desplegado junto a la frontera ucraniana a unos niveles sin precedentes, entre muchos locales provoca una sensación de ‘déjà vu’, de más de lo mismo. La sensación de un país que convive desde hace ocho años con una amputación, la de la península de Crimea, y una guerra abierta en las provincias de Donétsk y Luhánsk, que ha dejado más de 13.000 muertos, según estimaciones de Naciones Unidas. Lo ha sugerido hasta el presidente del país, Volodímir Zelensky: “¿Qué novedad hay?”, declaró recientemente. “¿No ha sido esta la realidad durante ocho años?”.
Irina Bonatska, profesora de la Universidad de Tavrida, formada en Kiev por académicos que huyeron de Crimea en 2014, dice que la sensación de alarma era mucho mayor en aquel entonces. “En cada puerta de cada casa había listas con las direcciones de los refugios contra bombardeos”, declara. “Ahora no. La actitud no es de pánico. Hay mucha gente patriótica y que está pensando en movilizarse en el caso de que suceda algo: en organizar grupos para oponerse”.
Bonatska asegura que, si se produce esta nueva invasión, la idea de la mayoría de la gente de su entorno es quedarse. El resto de contertulios está de acuerdo. “Ahora nosotros estamos pensando en cómo trabajar a pesar de todo. Es la idea dominante en Ucrania. Estamos aquí. Es nuestro país. Yo no puedo huir del país porque tengo una suegra y estaré con ella. No puedo dejarla”, dice Oleksandr Pronkevich.
Olena Bratel añade que, de momento, la gente vive con normalidad. “Aguantamos esta guerra híbrida, tratamos de mantener la calma y de hacer lo que podemos. Los militares se están preparando. Igual que los policías. Hay rotación de policías en las zonas de la frontera. Estamos preparándonos, pero sin crear pánico”.
El caso del nacionalismo
Bratel aún adorna su árbol de Navidad con los colores nacionales, azul y amarillo, que se compró entonces. “Si hablamos de nacionalistas, hay que tener en cuenta que el nacionalismo en Ucrania y en España son cosas muy distintas. Ucrania perteneció a otro país durante décadas, y luego, al independizarnos, necesitábamos fomentarnos como nación”, dice Bratel, y añade que las primeras dos décadas de la Ucrania independiente estuvieron marcadas por las dificultades económicas y el pesimismo. Unas perspectivas que pasaron a un segundo plano durante los sucesos del Maidán, Crimea y el Donbás. “La gente corriente necesita algunas razones para estar orgullosa de sí misma y de sus compatriotas. En los momentos de amenaza, cuando se necesita esa unidad de la nación, claro que surgen esas ideas”.
«Aguantamos esta guerra híbrida, tratamos de mantener la calma y de hacer lo que podemos»
Además de la profusión de banderas ucranianas que se podía apreciar en 2014, y de los tintes nacionalistas del anterior Gobierno, el de Petro Poroshenko, centrado en reforzar el ejército y dar preeminencia a la lengua ucraniana, los hispanistas dicen que la encrucijada proverbial del país se ha ido reequilibrando. Aquella clásica disyuntiva entre el alma europea y el alma rusa ya no sería tan acusada.
“En Ucrania está formándose un nuevo tipo de nacionalismo que no está vinculado a las ideas tradicionales, como, por ejemplo, que la nación es la lengua. O que la nación es algo muy concreto de lo que es ucraniano. No”, dice Oleksandr Pronkevich, cuya especialidad académica incluye el estudio de las identidades nacionales. Una irritación común a los ucranianos es que se equipare el nacionalismo con las ideas extremistas de grupos como Pravy Sektor, que jugaron un notable papel al final de las protestas del Maidán, pero que, cuando llegaron las elecciones generales de mayo de 2014, apenas obtuvieron un 1% de los votos.
“Si surge un nuevo sentimiento de unidad, es el resultado de la guerra”, continúa Pronkevich. “Es muy simple. En la historia de la formación de todos los Estados y naciones, la guerra tiene importancia. Por ejemplo, en España: la Guerra de la Independencia contra Napoleón es el proceso inicial de la formación de la nación moderna española, etc. En este caso, Putin juega el papel de Napoleón”.
Pronkevich, igual que Irina Bonatska, dice que ha pasado de considerarse ruso a considerarse ucraniano. “Yo soy ruso, nací en Rusia. Culturalmente, étnicamente, históricamente, yo soy ruso. Pero nosotros, los rusos, decimos: no, no, gracias, señor Putin, lárgate. Y eso es algo nuevo. Porque Ucrania estaba como Charlie Chaplin en esa película [‘El peregrino‘, de 1923]: en la frontera, con un pie en Estados Unidos y el otro en México. Cuando Putin entró con sus tropas, ya está. Este proceso de aceptar valores es un proceso muy lento, porque hay inercia. Mucha gente sigue repitiendo cosas que no tienen nada que ver con la realidad de la Rusia actual. Dicen que están con Putin porque es Rusia, pero no comprenden que esta es la Rusia de ahora”.
«En Ucrania está formándose un nuevo tipo de nacionalismo que no está vinculado a las ideas tradicionales, como que la nación es la lengua»
En la ciudad de Mykolaiv, donde vive Pronkevich, la lengua dominante sigue siendo el ruso. Pero afirma el hispanista que hay una tendencia a deshacerse de la etiqueta de ‘sureste’ de Ucrania, y de quedarse solo con ‘sur’ de Ucrania, ya que el ‘este’ tiene las connotaciones negativas de la guerra del Donbás, una región que perdió 1,4 millones de residentes entre 2014 y 2019. Olena Bratel dice que ha notado un cambio de actitud, por ejemplo, en su universidad. Ahora, si dice algo en ruso en su clase, en la Universidad Nacional Taras Shevchenko de Kiev, es probable que algún estudiante le llame la atención y le pregunte por qué no lo dice en ucraniano.
Los hispanistas reconocen que la mayoría de miembros de su asociación comparten aproximadamente las mismas sensibilidades políticas, pero hay otras perspectivas vigentes en Ucrania. Los contertulios no se ponen de acuerdo, por ejemplo, a la hora de medir el grado de simpatía que una parte de la población sigue teniendo hacia Rusia, y que sigue estando presente en ciudades como Járkiv o Dnipro: ligadas al vecino por vínculos, entre otros, económicos y personales.
Una encuesta de Ipsos elaborada en 2020 recoge que la simpatía ucraniana hacia países y organizaciones extranjeras, aunque difiere por región, sigue aproximadamente el mismo patrón tanto al oeste como al este del país. A la pregunta de si Alemania tendrá un impacto positivo en la próxima década en la política internacional, un 82% de los sondeados cree que sí, con pocas diferencias entre las regiones. Canadá, Reino Unido y Francia obtienen puntuaciones superiores al 75%. La Unión Europea tiene marcas similares (la más baja es al sur, 69%), y EEUU y la OTAN generarían un apoyo del 77% al oeste, y de entre el 53% y el 63% al este y al sur.
Rusia, en cambio, suspende y se queda a un nivel similar al de Irán: solo un 24% de ucranianos cree que tendrá un impacto positivo en las relaciones internacionales la próxima década. El apoyo a Rusia en el oeste se desploma, es del 11%. En el este y el sur, las regiones más cercanas a Rusia, llega al 30% y al 31% respectivamente.
Otro de los grupos políticos definidos sería el de aquellos ucranianos a los que estas grandes problemáticas históricas les tienen sin cuidado. “Personas que dicen: qué más da. No importa. Rusia, Ucrania, la unión con Rusia, la unión con la Unión Europea, no importa”, dice Irina Bonatska. “Lo que importa es que se haga lo que se nos promete. La gente quiere mejoras y no las obtiene”.
A la pregunta de si sienten fatiga por estos ocho años de guerra, los hispanistas lo niegan al unísono. Irina Bonatska enfatiza la palabra ‘paciencia’. Una de las asistentes a la conversación, Katerina Ryabchenko, subdirectora del centro de enseñanza Miguel de Cervantes de Kyiv, ha guardado silencio hasta ahora, hasta que recalca que no es fatiga lo que ella percibe.
“No estamos cansados, de ninguna manera”, dice Ryabchenko. “También quería decir que, en los últimos tiempos, aparecen muchos, muchos chistes de este tema tan grave. Nuestro pueblo elabora los chistes y ya nos empezamos a reír de la situación, de Putin y de sus tropas”. Una señal, sugiere la hispanista, de buenos augurios.