Luis Haranburu Altuna-El Diario Vasco, 27,1,2022

La democracia está en crisis. Asistimos a su decadencia y así lo expresa con fuerza y convicción la escritora estadounidense Anne Applebaum, en su libro `El ocaso de la democracia´. Según la autora la culpa de la crisis de la democracia es imputable a la seducción que el autoritarismo ejerce sobre las sociedades contemporáneas. Para demostrar el declive de las democracias liberales Applebaum realiza un recorrido pormenorizado por los regímenes políticos de Hungria, Polonia y los Estados Unidos de Trump donde analiza la deriva autoritaria de los mismos. La derecha política sería, según Applebaum, el artífice principal del actual deterioro de nuestras democracias, siendo el autoritarismo su seña de identidad. Para corroborar su perspectiva, Applebaum analiza el caso de España y detecta la existencia de VOX como el principal inspirador de la actual pulsión autoritaria.

La brillante exposición de Anne Applebaum contiene, sin embargo, un vicio de origen que malogra su diagnóstico político final. Applebaum atribuye a la derecha, en exclusiva, la seducción por el autoritarismo y el subsiguiente ocaso de nuestras democracias. Pero su tesis queda invalidada por la notoria existencia de regímenes de izquierda que no solo han puesto en peligro la democracia, sino que su extinción es la condición de posibilidad para que dichos regímenes existan. Pero no me detendré en las evidencias que en este sentido nos ofrecen Venezuela, Nicaragua, Cuba o la Rusia de Putin, sino que me limitaré a apuntar las causas de la decadencia de nuestras democracias no solo en la derecha política sino también en las sedicentes democracias progresistas que presentan signos preocupantes de declive democrático.

Desgraciadamente, la seducción por el autoritarismo no es una exclusiva de la derecha, sino que alienta con fuerza en el seno de la llamada izquierda progresista que pretende sustituir a la honorable socialdemocracia. Anne Applebaum repara en la existencia de la nostalgia restauradora como matriz del autoritarismo, que está provocando la decadencia de nuestras democracias. Pero la nostalgia de restaurar los buenos viejos tiempos, contrariamente a lo que afirma Applebaum, no es privativa de la derecha y es perfectamente detectable en programas y discursos de la izquierda que nos gobierna, así como en los nacionalismos que imperan entre nosotros. Si algún movimiento político se nutre de la nostalgia restauradora ese es el nacionalismo, que vive y crece alentado por la idea de restaurar una realidad pasada que tiene, además, la particularidad de no haber existido jamás.

Tanto la derecha como la izquierda extrema pretenden restaurar sus utopías. Los extremos se dan la mano y en el caso de la nostalgia restauradora, tanto la izquierda como la derecha comparten el marco volitivo que los encamina al autoritarismo como método para restaurar sus utopías. El socialismo que nos gobierna ha resultado contaminado por la nostalgia restauradora de los neocomunistas con los que gobierna en coalición. Al celebrar el pacto por la reforma laboral tanto Yolanda Diaz como Pedro Sánchez se han felicitado por `restablecer´, es decir `restaurar´ los derechos de los trabajadores. Como si el arte de la política consistiera en restaurar inveterados e infusos derechos. La nueva izquierda mira atrás para tratar de restaurar utopías caducadas, de ahí su embeleso por la II República convertida en falaz prototipo democrático.

VOX pretende restaurar los buenos viejos valores de siempre y restablecer el orden de la España una y grande, mientras que la izquierda gubernamental sueña con regresar a la España plurinacional de los reinos de taifas. En ambos casos se añora el autoritarismo de otros tiempos no muy lejanos en los que se gobernaba por decreto y se construía el futuro con calzador.

La deriva autocrática del actual gobierno que cerró de manera ilegal el Parlamento y decretó dos estados de alarma de manera alegal, viene adobada en un autoritarismo que trata de suplir su endémica debilidad. Una debilidad que trata de obviar a golpe de decretos leyes, obscurantismo y férreo control de los fondos europeos. La transparencia lejos de ser una virtud política, se ha travestido en obscura pulsión autocrática. Suplir la propia debilidad con la arrogancia y el autoritarismo no es solo propio de los regímenes iliberales de Polonia y Hungría, también en España domina la nostalgia restauradora de las mayorías absolutas de ayer y las forzadas unanimidades de anteayer

Anne Applebaum está en lo cierto cuando se refiere a las amenazas que pesan sobre las democracias liberales de Europa y América, pero yerra al atribuir a la derecha iliberal toda la responsabilidad de la deriva autoritaria. También la izquierda se ha vuelto autoritaria en su pretensión de instaurar lo que, por ciencia infusa, considera lo políticamente correcto. Intencionadamente o no, la izquierda `progresista´ es quien nutre de excusas y argumentos a la derecha extrema. Ocurrió en la Francia de Mitterrand y está ocurriendo en la España de Sánchez. Justificar el autoritarismo, la mentira y la falta de transparencia en la bondad de las intenciones y en la justicia de la causa que nos anima, solo puede derivar en autocracia.