Miquel Giménez-Vozpópuli
Pero en catalán, claro. Y en el recreo. Y con la lavadora. Y con la pareja. Porque, según TV3, el catalán está en peligro de desaparecer. Lo peor es que esto no es broma, porque lo pudimos ver el otro día en una televisión que dice ser pública y de todos.
Programa de reportajes en TV3 ’30 Minuts’: “Llenguaferits”, letra heridos, enfermos de lengua, de literatura, vamos. La tesis iba de que el catalán estaba amenazado, que digo amenazado, amenazadísimo. “¡Nueve de cada diez lenguas podrían desaparecer este siglo!” decían con voz apocalíptica, como si un meteorito estuviese a punto de estrellarse contra la tierra, peor aún, contra Vic. Sesudos comentaristas –todos partidarios de la inmersión y tal, para que me entiendan- aseguraban que el catalán había perdido la batalla en los patios de las escuelas. Es decir, que hay profesores dedicados a escuchar cómo juegan nuestros críos, en qué idioma se producen, incluso si cuando van al lavabo hacen sus necesidades en vernácula o no.
El director del CUSC-UB, Centro de Investigación de la Universidad de Barcelona que aglutina a expertos en investigación socio lingüística y comunicación, Francesc Xavier Vila y el periodista de Cataluña Radio Òscar Fernández lo manifestaban, preocupadísimos. Fernández declaraba, trémulo y con pavor, que, después de ver a su hijo hablando en castellano, ¡en castellano, qué horror!, con un amigo suyo en el patio le preguntó cómo era que utilizaba ese idioma si normalmente hablaba en catalán. El crío, con una contundencia y un sentido común que pasó desapercibido a los responsables del programa, respondió con naturalidad que “el catalán era la lengua del colegio”. Claro. Arrinconar de manera torticera la segunda lengua más hablada del mundo tiene estas cosas; la chavalería, que de tonta no tiene un pelo, ve al catalán como algo oficial, impostado y, cuando de divertirse se trata, usa otro idioma menos institucionalizado. Es decir, a pesar de que la Genestapo, sección educación, se ha empeñado durante décadas en anular una lengua común y habitual, no han conseguido asesinarla. Vaya por Dios.
En la misma línea estaba el señor Vila, que dictaminó, también sin darse cuenta de lo que decía, que “En el momento en que te es igual hablar en una lengua que en otra y estás cambiando todo el rato, alternándolas, significa ambas son iguales y una de las dos sobra”. Acabáramos. Si comemos bistec, no comamos patatas y viceversa.
Ahora, el momento de oro lo disfrutó un señor que se titulaba como activista cultural, Àlex Hinojo: el caballero aseguraba que había que hablar en catalán con los aparatos inteligentes
Ahora, el momento de oro lo disfrutó un señor que se titulaba como activista cultural, Àlex Hinojo. El caballero aseguraba que había que hablar en catalán con los aparatos inteligentes. Aunque eso en sí ya es de aurora boreal, como se explicó peor que Bárcenas con lo del disco duro, mucha gente entendió que había que dirigirse en la lengua de Pompeu Fabra a los aparatos de casa. “Empezamos a hablar con la lavadora, con la nevera, con la tostadora y decimos, hola, ponme unas tostadas. No entiendo porque debemos hacerlo en castellano”. Sin el matiz de los aparatos inteligentes, y no sabemos de una tostadora que lo sea, quedaba muy, pero que muy raro. Uno se imagina a una señora convergente de toda la vida indignadísima ante la tostadora que se niega a tostar el pan. “Debe ser de Ciudadanos”, pensaría la dama.
Total, que el hombre también se dirigía a sus hijos para que se acostumbrasen a hablar en catalán al primer aparato electrodoméstico o vehículo a tracción que se les pusiera delante. Siempre los niños. Qué obsesión. Hagan ustedes el favor de dejarlos en paz, que hablen en lo que les dé la gana, sea castellano, catalán, inglés o manchú. Los críos son sagrados y deberían estar alejados de toda manipulación. Dedíquense a hablar con las tostadoras, si les apetece, y déjennos a los demás utilizar la lengua que más nos plazca. Porque, con esa visión totalitaria y lastimera, lo único que han conseguido es que el catalán sea visto como algo impuesto, rechazable y políticamente tendencioso.
Las lenguas, o sirven como vehículos de comunicación, o sirven para separar a las personas. Decir te quiero es tan hermoso en catalán como en castellano. Lo mismo que decir te odio es horrible en cualquier idioma. Dicho esto, no se dediquen a decir te quiero a la tostadora, porque de ahí al Nuncio de Toledo no hay más que un paso. Que lo sepan.